-"No es posible crecer en la intolerancia. El educador coherentemente progresista sabe que estar demasiado seguro de sus certezas puede conducirlo a considerar que fuera de ellas no hay salvación. El intolerante es autoritario y mesiánico. Por eso mismo en nada ayuda al desarrollo de la democracia." (Paulo Freire). - "Las razones no se transmiten, se engendran, por cooperación, en el diálogo." (Antonio Machado). - “La ética no se dice, la ética se muestra”. (Wittgenstein)
Había una vez un rey y una reina que, después de casados, estuvieron mucho tiempo sin tener descendencia. La reina iba todos los días a pedirle a Dios que les mandara un hijo, aunque a los veinte años se lo llevara el diablo. El rey iba a cazar fieras todos los días, pero había tantas fieras para él solo, que un día vino del bosque y le dijo a su mujer:
—El primer hijo que tengamos se lo prometo al diablo.
Por fin Dios les mandó un hijo tan hermoso, que no había otro como él. Era además tan fuerte, que a los tres años ya iba a matar fieras y mataba más que su padre.
Pero de mayor se hizo también muy jugador y a todo el mundo le ganaba. Un día se encontró con un caballero que resultó ser el diablo. Se puso a jugar con él, y el diablo dejó que le ganara todo el dinero. Quedaron citados para jugar otro día, pero ese día el diablo le ganó al hijo del rey todo el dinero que llevaba. Entonces le preguntó que si quería jugarse el alma, y el hijo del rey contestó que sí. Se pusieron a jugar y le ganó el alma. El diablo le dijo entonces que si quería recuperarla tenía que ir a su castillo a realizar tres trabajos que le mandaría.
A esto ya tenía el hijo del rey veinte años, cuando le dijo a su padre:
—Padre, prepáreme usted un caballo y unas alforjas, que me voy camino adelante. CONTINUAR LEYENDO
Existen bastantes versiones de este cueno. He aquí algunas
Pequeña referencia de Antonio Rodríguez Almodóvar acerca de dos cuentos: "Blancaflor" y su semejanza con "Jasón y el vellocino de oro", y "La bella durmiente"
El retorno de las vacaciones enfrenta al profesorado con las tareas del nuevo curso. En nuestro ámbito, con la muy concreta, y decisiva, de diseñar un buen programa de lecturas, que ayude a los alumnos a adquirir, o a fortalecer, el hábito de meterse en los libros. Primero, por puro placer. Segundo, por todo lo demás. En ese combate desigual con las otras acechanzas de nuestro tiempo -que no hay que nombrar-, siempre es bueno asegurarse de que tal o cual libro responde a expectativas seguras. Y para ello, nada como los clásicos del género. En su afán por renovar la oferta de estos textos, las editoriales se esfuerzan por hacerlos cada vez más atractivos, más didácticos. Toda ayuda es poca.
Así, nos encontramos con una edición de Jasón y el vellocino de oro, en Akal, con abundante aparato de entretenimientos derivados de la portentosa aventura de los Argonautas. Un relato mitológico fundamental en la cultura de Occidente, que en la parte referida a Medea tiene su correlato popular en el cuento de Blancaflor, la hija del diablo. En este sentido, no será ocioso confrontar ambas lecturas, de las que surgirán ricas sugerencias, y no pocas sorpresas. Con este libro, la editorial aumenta su oferta de historias de semejante cariz: la Guerra de Troya, Ulises, Julio César, Lanzarote, Moisés...
En la dirección del diseño como mejora, Edelvives nos trae su colección de clásicos, muy cuidada. Por ejemplo, los Cuentos de Perrault. Textos completos, ilustraciones divertidas, y una muy documentada introducción de Mauro Armiño. El cuento de La bella durmiente del bosque figura con su extraña segunda parte, que algunos editores eliminan imprudentemente. En ella, por chocantes que parezcan las truculentas acciones derivadas de los celos de una suegra edípica -la madre del Príncipe, que quiere comerse a sus nietos y a continuación a su nuera-, cobra pleno sentido la historia. Pues ahí la pasiva y dormilona heroína tiene que espabilar, para salvar a sus hijos, mientras el esposo, como de costumbre, va a la guerra. Otras muchas claves antropológicas y psicológicas están encerradas en esta narración, a la manera en que lo hacen los cuentos, como símbolos dirigidos al inconsciente, donde ejercen su secreta enseñanza.
Precisamente la versión más ligera que hicieron los hermanos Grimm de esta tremenda historia es la que publica Anaya, pero reforzada en sus profundidades -de todos modos llenas de misterios- por las excelentes ilustraciones de Ana Juan, uno de los más firmes valores de la ilustración actual española. Ni que decir tiene que sirve como iniciación a esta historia para los más pequeños, pero que luego deberán abordar el relato completo tal como la escribiera Perrault. Y porque son prácticamente inasequibles las versiones más antiguas del italiano Basile, o recogidas de la tradición medieval en Cataluña, bastante más descarnadas todavía, pero donde se enseña a valorar el papel activo de la heroína, mucho más allá del tópico de la Bella Dormilona, limitada a esperar el beso salvador del Príncipe Azul. Y por no entrar hoy en la versión masculina de este relato, El príncipe durmiente en su lecho, que todavía pudo recoger de la tradición oral uno de los colaboradores de Machado y Álvarez. Otro día, con más tiempo, les hablaré de esta apasionante cuestión.
Más de tres siglos después de su primera publicación, Caperucita roja continúa siendo el cuento más enigmático de todos los cuentos. Por dondequiera que se le mire, su deslumbrante anécdota apenas nos deja barruntar algo acerca de su verdadera significación, al tiempo que atrae todas las miradas. Etnógrafos, psicoanalistas, semiólogos, antropólogos, y de las más variadas tendencias, se disputan tan suculento manjar. Pero no llegarán a hincarle el diente por completo, pues esta ambigua niña, acosada por un lobo multívoco, volverá a escurrirse una y otra vez por entre los árboles de un verdadero bosque de símbolos. Acaso el de la civilización occidental.
Todo empezó cuando Charles Perrault, un académico de la lengua francesa e Inspector de Obras de Luis XIV, tuvo la ocurrencia de adaptar literariamente algunos cuentos de tradición oral, para divertimento de cortesanos. 1697. Pero entre los verdaderos cuentos ("Cenicienta", "Barbazul", "Piel de asno", "La bella durmiente", etc.), se coló "Caperucita", que era más bien una leyenda de miedo (lo que los alemanes llamanSchreckmärchen), destinada a prevenir a las niñas de encuentros con desconocidos, y cuyo ámbito territorial no iba más allá de la región del Loira, la mitad norte de los Alpes y el Tirol; nada, en comparación con los auténticos cuentos folclóricos, que cubren todo el ámbito indoeuropeo y sus zonas de influencia, incluida la América poscolombina. CONTINUAR LEYENDO