miércoles, 16 de noviembre de 2016

La verdadera historia de "La bella durmiente". Conversación de Ana Mª Matute y Antonio Rodríguez Almodóvar llevada a cabo en la Biblioteca Nacional de España.



Pequeña referencia de Antonio Rodríguez Almodóvar acerca de dos cuentos: "Blancaflor" y su semejanza con "Jasón y el vellocino de oro", y "La bella durmiente"

El retorno de las vacaciones enfrenta al profesorado con las tareas del nuevo curso. En nuestro ámbito, con la muy concreta, y decisiva, de diseñar un buen programa de lecturas, que ayude a los alumnos a adquirir, o a fortalecer, el hábito de meterse en los libros. Primero, por puro placer. Segundo, por todo lo demás. En ese combate desigual con las otras acechanzas de nuestro tiempo -que no hay que nombrar-, siempre es bueno asegurarse de que tal o cual libro responde a expectativas seguras. Y para ello, nada como los clásicos del género. En su afán por renovar la oferta de estos textos, las editoriales se esfuerzan por hacerlos cada vez más atractivos, más didácticos. Toda ayuda es poca.

Así, nos encontramos con una edición de Jasón y el vellocino de oro, en Akal, con abundante aparato de entretenimientos derivados de la portentosa aventura de los Argonautas. Un relato mitológico fundamental en la cultura de Occidente, que en la parte referida a Medea tiene su correlato popular en el cuento de Blancaflor, la hija del diablo. En este sentido, no será ocioso confrontar ambas lecturas, de las que surgirán ricas sugerencias, y no pocas sorpresas. Con este libro, la editorial aumenta su oferta de historias de semejante cariz: la Guerra de Troya, Ulises, Julio César, Lanzarote, Moisés...

En la dirección del diseño como mejora, Edelvives nos trae su colección de clásicos, muy cuidada. Por ejemplo, los Cuentos de Perrault. Textos completos, ilustraciones divertidas, y una muy documentada introducción de Mauro Armiño. El cuento de La bella durmiente del bosque figura con su extraña segunda parte, que algunos editores eliminan imprudentemente. En ella, por chocantes que parezcan las truculentas acciones derivadas de los celos de una suegra edípica -la madre del Príncipe, que quiere comerse a sus nietos y a continuación a su nuera-, cobra pleno sentido la historia. Pues ahí la pasiva y dormilona heroína tiene que espabilar, para salvar a sus hijos, mientras el esposo, como de costumbre, va a la guerra. Otras muchas claves antropológicas y psicológicas están encerradas en esta narración, a la manera en que lo hacen los cuentos, como símbolos dirigidos al inconsciente, donde ejercen su secreta enseñanza.

Precisamente la versión más ligera que hicieron los hermanos Grimm de esta tremenda historia es la que publica Anaya, pero reforzada en sus profundidades -de todos modos llenas de misterios- por las excelentes ilustraciones de Ana Juan, uno de los más firmes valores de la ilustración actual española. Ni que decir tiene que sirve como iniciación a esta historia para los más pequeños, pero que luego deberán abordar el relato completo tal como la escribiera Perrault. Y porque son prácticamente inasequibles las versiones más antiguas del italiano Basile, o recogidas de la tradición medieval en Cataluña, bastante más descarnadas todavía, pero donde se enseña a valorar el papel activo de la heroína, mucho más allá del tópico de la Bella Dormilona, limitada a esperar el beso salvador del Príncipe Azul. Y por no entrar hoy en la versión masculina de este relato, El príncipe durmiente en su lecho, que todavía pudo recoger de la tradición oral uno de los colaboradores de Machado y Álvarez. Otro día, con más tiempo, les hablaré de esta apasionante cuestión.

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