“Lee lo que te caiga en las manos; así irás formando un criterio”, me aconsejó mi papá al ver que intentaba esconder una novela de Françoise Sagan. Yo tenía trece años y había pasado abruptamente de Heidi, Corazón y las series de entonces (los Cinco, los Siete) a Corín Tellado y a la Sagan. Recuerdo la carátula con unas sábanas revueltas; el resto lo olvidé pronto. Lo que no olvidaré nunca fue esa confianza en mi capacidad de formar criterio leyendo.
Por supuesto, la escena tiene segunda parte. “Ya estás en edad de leer otras cosas”, me dijo al otro día, y me mostró, por si quería darles un vistazo, El lobo estepario de Hesse, La peste de Camus y no recuerdo cuál otro libro. Lo que tampoco olvidaré nunca fue ese “ya estás en edad” y esas sobremesas que siguieron, hablando sobre aquellos personajes que mis papás también conocían. Esas charlas, en lenguaje cifrado, sobre una vida adulta a la que yo me estaba asomando y que ellos reconocían, con los libros que me daban, fueron mi rito de iniciación literario. Y también desde esos días me quedó claro lo que significaba criterio. CONTINUAR LEYENDO
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