Pedro estaba sentado en el borde de la silla, como preparado para salir corriendo de un momento a otro. No había pensado en que iba a tardar tanto, pero así llevaba largos minutos. Pese al molesto entumecimiento de sus piernas, no se atrevía a rectificar su postura. Al otro lado de la mesa, el funcionario estudiaba con detenimiento su solicitud. Los duros rasgos de su rostro permanecían inmóviles, inexpresivos. Solo en sus ojos azules se advertía un ligero movimiento al deslizar su mirada sobre la superficie del papel. Su concentrada actitud tenía un aire solemne que Pedro no se atrevía a interrumpir por tan poca cosa.
Al fin, el funcionario levantó su mirada del papel, dirigiéndose a Pedro, sin que sus rasgos se alterasen lo más mínimo.
― ¿Ha traído el certificado de vida?
― El... certificado de vida...
― Sí, es un certificado que acredita que usted está vivo.
Pedro se echó a reír, alterando el tranquilo silencio de la oficina, pensando en que el funcionario le acompañaría en su risa. Sin embargo, el otro mantuvo inalterable su inexpresivo semblante. Pedro se avergonzó de la impertinencia de su propia risa.
― Disculpe, pero pensaba que se trataba de una broma... creo que es evidente que estoy vivo.
― Puede que lo sea para usted, pero el procedimiento exige que el interesado demuestre que está vivo mediante un certificado, de lo contrario el expediente no se tramitará.
― Ya, ya... pero dónde puedo obtener eso.
― Debe ir a la Oficina de Inspección de Vida, Muerte y Putrefacción, en la planta baja. En cuanto lo tenga, vuelva. CONTINUAR LEYENDO
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