Así, el tiempo puede transcurrir en sentido inverso, como en “Viaje a la semilla” de Alejo Carpentier, o toda una vida reducirse a un vertiginoso viaje en tren como en el cuento “Tren” de Santiago Dabove; o transcurrir el tiempo suficiente para concluir la gran obra literaria de un autor, durante el instante entre la orden dada por los verdugos y la ejecución del protagonista, tal como sucede en “El milagro secreto” de Borges (Marcela Carranza)
El tren
El tren era el de todos
los días a la tardecita, pero venía moroso, como sensible al paisaje.
Yo iba a comprar algo
por encargo de mi madre.
Era suave el momento,
como si el rodar fuera cariño en los lúbricos rieles. Subí, y me puse a atrapar
el recuerdo más antiguo, el primero de mi vida. El tren se retardaba tanto que
encontré en mi memoria un olor maternal: leche calentada, alcohol encendido.
Esto hasta la primera parada: Haedo. Después recordé mis juegos pueriles y ya
iba hacia la adolescencia, cuando Ramos mejía me ofreció un acalle sombrosa y
romántica, con su niña dispuesta al noviazgo. Allí mismo me casé, después de
conocer y visitar a sus padres y al patio de su casa, casi andaluz. Ya salíamos
de la iglesia del pueblo, cuando oí tocar la campana; el tren proseguía el
viaje. Me despedí y, como soy muy ágil, lo alcancé. Fui a dar a Ciudadela,
donde mis esfuerzos querían horadar un pasado quizá imposible de resucitar en
el recuerdo.
El jefe de estación,
que era amigo, acudió para decirme que aguardara buenas nuevas, pues mi esposa
me enviaba un telegrama anunciándolas. Yo pugnaba por encontrar un terror
infantil (pues los tuve), que fuera anterior al recuerdo de la leche calentada
y del alcohol. En eso llegamos a Liniers. Allí, en esa parada tan abundante en
tiempo presente, que ofrece el ferrocarril Oeste, pude ser alcanzado por mi
esposa que traía los mellizos vestidos con ropas caseras. Bajamos y, en una de
las resplandecientes tiendas que tiene Liniers, los proveímos de ropas standard
pero elegantes, y también de buenas carteras de escolares y libros. En seguida
alcanzamos el mismo tren en que íbamos y que se había demorado mucho, porque
antes había otro tren descargando leche. Mi mujer se quedó en Liniers, pero, ya
en el tren, gustaba de ver a mis hijos tan floridos y robustos hablando de
foot-ball y haciendo los chistes que la juventud cree inaugurar. CONTINUAR LEYENDO EL CUENTO
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