Creo que la palabra feminismo y la idea de feminismo en sí está limitada por los estereotipos. Yo hablo sobre feminismo porque me siento feminista. Y sospecho que no es un asunto muy popular, pero espero que empiece a ser una conversación necesaria.
* * *
Okoloma fue uno de mis grandes amigos de la infancia. Él vivía en mi calle y me cuidaba como un hermano mayor: si yo fuera chico, le preguntaría a Okoloma su opinión. Okoloma era divertido e inteligente y llevaba botas de cowboy acabadas en punta. En diciembre de 2005, al sur de Nigeria, Okoloma murió en un accidente de avión. Sigue siendo difícil para mí explicar cómo me siento. Okoloma era una persona con la que discutía, me reía, y hablaba sinceramente. Él fue la primera persona que me llamó feminista.
Yo tenía 14 años. Estábamos en su casa, discutiendo acerca de los libros que habíamos leído. No recuerdo cuál era concretamente la polémica. Pero recuerdo que yo discutía y discutía, Okoloma me miró y me dijo, “tú eres feminista”.
Aquello no fue un cumplido. Podría decirlo por el tono –el mismo tono con el que alguien te diría “tú eres un defensor del terrorismo”.
Yo no sabía exactamente lo que significaba la palabra feminista. Y no quería que Okoloma supiera que yo no lo sabía. No le hice caso y seguí discutiendo. La primera cosa que planeé hacer cuando llegara a casa era mirar la palabra en el diccionario.
Ahora, unos años más tarde.
En 2003, escribí una novela llamada La flor púrpura, sobre un hombre que, en mitad de otras cosas, golpea a su mujer, y cuya historia no termina demasiado bien. Mientras estaba promocionando la novela en Nigeria, un periodista, un hombre agradable y con buenas intenciones, me dijo que quería aconsejarme. (Los nigerianos, como puede que sepáis, son muy rápidos en eso de dar consejos no solicitados).
Él me contó que la gente iba diciendo que mi novela era feminista, y el consejo que tenía para mí –mientras me lo daba, sacudía tristemente su cabeza– fue que yo nunca debería llamarme a mí misma feminista desde que las feministas eran aquellas mujeres infelices porque no podían encontrar marido.
Fue cuando decidí llamarme a mí misma una Feminista Feliz.
Después una académica, una mujer nigeriana, me dijo que el feminismo no estaba en nuestra cultura, que el feminismo no era africano, y yo solo podía llamarme a mí misma feminista porque me había dejado influenciar por la literatura occidental. (Aquello me divirtió porque muchas de mis primeras lecturas era decididamente anti-feministas: yo tenía que leer cada una de las novelas románticas de Mills & Boon publicadas antes de mis dieciséis años. Y cada vez que intentaba leer aquellos libros llamados “textos clásicos del feminismo”, me aburría, y me esforzaba por terminarlos).
En cualquier caso, desde que el feminismo no era africano, decidí que me llamaría a mí misma una Feliz Feminista Africana. Entonces un amigo me dijo que llamarme a mí misma feminista significaba que yo odiaba a los hombres. Así que decidí que ahora sería una Feliz Feminista Africana Que No Odia A Los Hombres. En algún momento yo llegué a ser una Feliz Feminista Africana Que No Odia A Los Hombres y A La Que Le Gusta Llevar Brillo de Labios y Tacones Altos para Ella Misma y No Para Los Hombres.
Evidentemente, muchos de estos comentarios eran broma, pero lo que muestra es que la palabra feminismo es tan pesada como una maleta, una inconveniente maleta: Odias a los hombres, odias los sujetadores, odias la cultura africana, piensas que las mujeres deberían ser siempre responsables, no llevar maquillaje, ni afeitarse, estar siempre enfadadas, no tener sentido del humor y no usar desodorante. CONTINUAR LEYENDO
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