La felicidad se llamaba aquella película de Agnés
Varda de la que todo el
mundo hablaba y que ella vio una tarde de septiembre del setenta y tres.
Todavía recuerda con nitidez uno de los cuadros, esa mujer rubia como un ángel
de estampita, sentada contra un árbol, con la cabeza del joven marido en la
falda. La mujer rubia y el marido habían salido de picnic en aquella película,
el sencillo paseo de dos que se aman, como la salida que ella misma está
preparando ahora con su marido para este día en las sierras, treinta años más
tarde. El peceto que acomodó en la conservadora hirvió anoche con un puñado de
aromáticas de su pequeña huerta, mientras miraban un documental. Le costó
quedarse sentada en el sofá, se levantó varias veces a ver cómo hervía el
peceto y largaba ese olor intenso a laurel, después a hacer una llamada a su
hijo que acababa de llegar de San Pablo y más tarde a chequear los mensajes que
tal vez hubieran quedado en el contestador. Ya no tenía paciencia para ver
entera una película, había empezado a sucederle en estos últimos años, pocas
veces algo la atrapaba lo suficiente como para instalarse una hora en el sofá o
en una butaca. Sin embargo alguna vez ella había tenido ganas de sentarse una
hora en el cine, pendiente de la historia del carpintero y su mujer y le había
dado buenos resultados. CONTINUAR LEYENDO
-"No es posible crecer en la intolerancia. El educador coherentemente progresista sabe que estar demasiado seguro de sus certezas puede conducirlo a considerar que fuera de ellas no hay salvación. El intolerante es autoritario y mesiánico. Por eso mismo en nada ayuda al desarrollo de la democracia." (Paulo Freire). - "Las razones no se transmiten, se engendran, por cooperación, en el diálogo." (Antonio Machado). - “La ética no se dice, la ética se muestra”. (Wittgenstein)
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