A la memoria de mi hermano Rafael Ramírez Heredia, que
conoció la génesis de esta historia.
“Hace dos horas que espero y qué importa si me miran”, mascullo en voz baja mientras me busco en un ángulo del espejo para alisarme el pelo y corregir el nudo de la corbata. Hay muchas cosas en el espejo: espaldas de material sintético que lucen americanas de marca, piernas enfundadas en pantalones de lino porque se acerca el verano, extrañas estructuras vagamente antropomórficas para sostener camisas o pulóveres de esos que se llevan negligentemente sobre los hombros, y entre dos pares de mocasines está también mi cabeza, mi rostro algo nervioso, serio, ilusionado.
Las gentes me miran, algunos sonríen, otros le dan un codazo al compañero de camino para que se fije en mí, y sé que no es por mi indumentaria. Vestido o desnudo, nunca pasaré inadvertido. Corté unas flores en el parque cercano, nada extraordinario, flores sencillas que estaban ahí, al alcance de mis manos. Ni siquiera sé cómo se llaman.
¿Vendrá? Dudo, porque sé cuán difícil es vencer el miedo que no es miedo, la vergüenza que no es tal, la culpa más inocente. Dudo y, para mitigar la desconfianza de estas horas que llevo esperando, enciendo un pitillo Ahora atraigo mucho más las miradas de los paseantes. Siempre es así. “Está fumando”, “está comiendo”, “está llorando”. Haga lo que haga, siempre es así.
De pronto miro el ramo de flores y descubro que mi mano, lejos de sostenerlas, las aprieta, las estrangula con esa mínima violencia que basta para derrotar los frágiles cuellos vegetales. Sonrío al pensar que en tan diminuta porción de tiempo se han tornado mustias, como las banderas de un mínimo ejército vencido, y sus pétalos traposos me indican que es tiempo de emprender la retirada.
Arrojo las flores al primer basurero y me alejo, seguido por las miradas de los paseantes y por sus voces que dicen: “¿Viste cómo botó las flores el enano?”, “¿Tendría una cita?”, “¿Con una enana?”, “Lo dejaron plantado al enano”, “Son raros los enanos”, y otros comentarios cuya estatura no quiero ni debo responder."
Sepúlveda, L. (2008) La lámpara de Aladino. (Barcelona) Tusquets (págs. 61-64)
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