Huenuho ué, dicen los gun, mi pueblo; «es una
leyenda», pero también «palabras del propio sol», palabras luminosas, pues, son
las viejas palabras de los ancestros. Las palabras que cuentan un lejano
acontecimiento que dio origen a toda una estirpe.
En aquel tiempo, esas cosas
sucedían, probablemente, con toda normalidad; el transcurso de la vida de los
hombres, las mujeres y las bestias, en una región inalcanzable y, por ello,
indeterminada e indefinible, estaba lleno de nombres que, cuando me explicaron
esta leyenda, me parecieron hechizados, fabulosos. Y, sin embargo, Adjá existe,
y existe Tadó... ¿Pero existió alguna vez Aligbonu...?
Dicen que la historia ocurrió en
el país de los adjá, que hoy se encuentra muy cerca de las arenosas riberas del
golfo de Guinea, aunque tierra, tierra adentro. Y a aquellas regiones llegó,
huyendo de las sabanas que la habían visto nacer, una mujer llamada Adowi.
Nadie sabe -o, al menos, nadie ha sabido nunca decirme- las causas que
provocaron aquella huida. Pero las palabras que han pasado de boca en boca y
que intento volcar en un papel para que lleguen a tus ojos, dicen que con ella
se llevó al hijo que había engendrado de un hombre de su pueblo y que con ella
llevaba, también, comida suficiente para poder subsistir en su larga caminata.
No era una cualquiera, no era la mujer de algún pobre campesino...
Llegó a Tadó y la gente la acogió
con los brazos abiertos. Se hicieron las ceremonias de presentación al rey,
como exigía la costumbre. Y poco tiempo después, el rey de Tadó, fascinado por
la belleza de la joven andariega, la tomó por esposa y la introdujo en su
corte.
De su unión nació una hija a la
que llamaron Posú Aduhuene, es decir, «dura como los dientes», aunque solían
llamarla Aligbonu, «la gran senda», tal vez porque su madre había recorrido un
largo camino antes de llegar a Tadó... O quizás porque en ella iba a comenzar
la gran andadura de su linaje... Así son los nombres de mi pueblo: hablan de
sucesos y de circunstancias, sugieren acontecimientos, insinúan... Pero quien los lleva y quien los
pronuncia -también quien los escucha o quien los lee- debe saber
interpretarlos, hallar la sabiduría que encierran. CONTINUAR LEYENDO
PARA SABER MÁS DE LA AUTORA
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