De los cuentos pedagógicos a las exitosas sagas que terminan en películas o campañas de marketing, los libros infantiles también muestran los distintos modos en que los adultos conciben la infancia. Jorge Téllez examina los criterios detrás del único género que describe a su público.
En el prólogo a Las aventuras de Tom Sawyer, por ejemplo, Mark Twain expresó el deseo de que los adultos no despreciaran su libro, “ya que está compuesto con la idea de despertar recuerdos del pasado en los adultos y exponer cómo sentían, pensaban y hablaban, y en qué raras empresas se embarcaban”. La misma idea de concebir y dirigirse a los adultos no por lo que son, sino por lo que alguna vez fueron, aparece al inicio de El principito, cuando Antoine de Saint-Exupéry pide disculpas al público infantil por dedicarle el libro a Léon Werth: “Si todas esas excusas no bastasen, bien puedo dedicarle este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan.) Corrijo, pues, mi dedicatoria: A Léon Werth, cuando era niño.”
Detrás de estas explicaciones hay una concepción simétrica y fija de ambas etapas de la vida: si un adulto es un niño que ha crecido, el niño es una persona mayor en potencia, un adulto pequeño. Sin embargo, el conjunto de la literatura que entra en el cajón de lo infantil parte del desequilibrio que existe siempre que hablamos según categorías o conceptos aparentemente definidos por el sentido común. No hay nada más asimétrico que los discursos impuestos, en este caso, el de la infancia, normado y regulado por adultos. Hablar de manera integral sobre los niños implica reunir perspectivas sociológicas, psicológicas, pedagógicas, lingüísticas, antropológicas, legales y mercantiles que resaltan la idea de lo infantil como una producción dinámica y no como un concepto fijo y preexistente. CONTINUAR LEYENDO
Detrás de estas explicaciones hay una concepción simétrica y fija de ambas etapas de la vida: si un adulto es un niño que ha crecido, el niño es una persona mayor en potencia, un adulto pequeño. Sin embargo, el conjunto de la literatura que entra en el cajón de lo infantil parte del desequilibrio que existe siempre que hablamos según categorías o conceptos aparentemente definidos por el sentido común. No hay nada más asimétrico que los discursos impuestos, en este caso, el de la infancia, normado y regulado por adultos. Hablar de manera integral sobre los niños implica reunir perspectivas sociológicas, psicológicas, pedagógicas, lingüísticas, antropológicas, legales y mercantiles que resaltan la idea de lo infantil como una producción dinámica y no como un concepto fijo y preexistente. CONTINUAR LEYENDO
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