sábado, 25 de noviembre de 2017

La prodigiosa tarde de Baltazar. Un cuento de Gabriel García Márquez.

La jaula estaba terminada. Baltazar la colgó en el alero, por la fuerza de la costumbre, y cuando acabó de almorzar ya se decía por todos lados que era la jaula más bella del mundo. Tanta gente vino a verla, que se for­mó un tumulto frente a la casa, y Baltazar tuvo que descolgarla y cerrar la carpintería.
        —Tienes que afeitarte —le dijo Úrsula, su mujer—. Pareces un capuchino.
        —Es malo afeitarse después del almuerzo —dijo Baltazar.
        Tenía una barba de dos semanas, un ca­bello corto, duro y parado como las crines de un mulo, y una expresión general de mucha­cho Pero era una expresión falsa. En febrero había cumplido 30 años, vivía con Úrsula desde hacía cuatro, sin casarse y sin tener hijos, y la vida le había dado muchos motivos para estar alerta, pero ninguno para estar asustado. Ni siquiera sabía que para al­gunas personas, la jaula que acababa de hacer era la más bella del mundo. Para él, acostum­brado a hacer jaulas desde niño, aquél había sido apenas un trabajo más arduo que los otros.
        —Entonces repósate un rato —dijo la mu­jer—. Con esa barba no puedes presentarte en ninguna parte.
        Mientras reposaba tuvo que abandonar la hamaca varías veces para mostrar la jaula a los vecinos. Úrsula no le había prestado aten­ción hasta entonces. Estaba disgustada por­que su marido había descuidado el trabajo de la carpintería para dedicarse por entero a la jaula, y durante dos semanas había dormido mal, dando tumbos y hablando disparates, y no había vuelto a pensar en afeitarse. Pero el disgusto se disipó ante la jaula terminada. Cuando Baltazar despertó de la siesta, ella le había planchado los pantalones y una camisa, los había puesto en un asiento junto a la ha­maca, y había llevado la jaula a la mesa del comedor. La contemplaba en silencio.
        —¿Cuánto vas a cobrar? —preguntó.
        —No sé —contestó Baltazar—. Voy a pedir treinta pesos para ver sí me dan veinte.
        —Pide cincuenta —dijo Úrsula—. Te has trasnochado mucho en estos quince días. Ade­más, es bien grande. Creo que es la jaula más grande que he visto en mi vida. CONTINUAR LEYENDO

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