Hubo un tiempo en el que Katixa Agirre (Vitoria-Gasteiz, 1981)
llegaba a casa y veía en el telediario noticias sobre asesinatos. O
sobre un autobús quemado. O disturbios. Eran los años ochenta, los
noventa. Una situación que caló, sobre todo en aquellos que ya crecieron
en democracia. Personas que, sin estar directamente implicadas los
acontecimientos o sufrir la violencia de la banda terrorista ETA,
también vivieron aquellos años. Y que, ahora, los cuentan. Agirre acaba
de publicar en castellano Los turistas desganados (Pre-Textos),
traducción propia de una novela que publicó en 2015, y que a partir de
la historia de una pareja traza también un relato contemporáneo de las
consecuencias de la violencia en el País Vasco. Su voz coincide en las
librerías con las de otras escritoras vascas que también han escrito
sobre este tema: Edurne Portela (1974), autora de Mejor la ausencia y El eco de los disparos (ambos en Galaxia); Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988), que ha publicado La línea del frente (Salto de Página); Gabriela Ybarra (Bilbao, 1983), que en 2015 sorprendió a crítica y lectores con El comensal (Caballo de Troya), que narra el asesinato de su abuelo a manos de ETA y cómo ella percibió aquel suceso.
La aparición de estas novelas, sumada al potente efecto provocado por Patria,
de Fernando Aramburu, ganador del último Premio Nacional de Narrativa,
no significa que hasta la fecha no hayan existido los relatos sobre la
violencia y ETA. El escritor y crítico Iban Zaldúa mencionaba hace unas
semanas en un artículo la publicación de novelas como Cien metros, de Ramón Saizarbitoria (1976), Grand Place, de Mario Onaindia (1983) o El hombre solo (1993) y El hijo del acordeonista
(2003), ambas de Bernardo Atxaga –todas traducidas al castellano desde
el euskera. Sin embargo, al menos así lo reconocen estas autoras, el
foco y la perspectiva han cambiado. Y también lo ha hecho el contexto. CONTINUAR LEYENDO.
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