-Le concedo al mayor -dijo- todo tipo de desventuras hasta la edad de veinticinco años, y le pongo por nombre Fatal.
Al escuchar esas palabras, la reina lanzó grandes gritos y conjuró al hada a que cambiara aquel don.
-No sabes lo que pides -le dijo el hada a la reina-; si no es desventurado, será perverso.
La reina no se atrevió a decir nada más, pero le rogó al hada que le permitiera elegir un don para su segundo hijo.
-Es posible que lo elijas todo al revés -contestó el hada-; pero no importa, estoy dispuesta a concederte lo que me solicites para él.
-Deseo -dijo la reina -que triunfe siempre en todo cuanto quiera hacer; es la forma de hacerle feliz.
-Bien podrías engañarte, -dijo el hada-; por lo tanto, no le concedo ese don sino hasta los veinticinco años.
Le pusieron nodrizas a los dos pequeños príncipes, pero desde el tercer día, la nodriza del primogénito tuvo fiebre; le pusieron otra que se rompió una pierna al caerse; a una tercera se le retiró la leche tan pronto como el príncipe Fatal empezó a mamar de ella; y como corrió el rumor de que el príncipe le traía mala suerte a todas sus nodrizas, ninguna quiso alimentarlo, ni aproximarse a él. La pobre criatura, hambrienta, gritaba, pero nadie se apiadaba de él. Una robusta campesina, que tenía un número considerable de hijos y muchas dificultades para darles de comer, se ofreció para cuidar de él a condición de que le dieran una fuerte suma de dinero; y como el rey y la reina no querían al príncipe Fatal, le dieron a la nodriza lo que solicitaba, y le dijeron que se llevara el niño a su pueblo. CONTINUAR LEYENDO
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