Antes, o después de leer el cuento, es recomendable leer el artículo de Juan Cervera Borrás: La literatura infantil en la construcción de la conciencia del niño. Un texto muy interesante y en el que hace referencia al cuento citado:
“En realidad se trata de una
literatura más desmitificadora que concienciadora, aunque, a veces, sea ésta su
intención manifiesta. Se destruye lo que se considera mito e instrumento de
alienación, pero en su lugar no se coloca nada, sobre todo cuando se trata de
literatura infantil. Así sucede, por ejemplo, en El hombrecito vestido
de gris, de Fernando Alonso, duro alegato contra el final feliz”.
EL HOMBRECITO VESTIDO DE GRIS
Había una vez un hombre que siempre iba vestido de gris.
Tenía un traje gris, tenía un sombrero gris, tenía una corbata gris y un bigotito gris.
El hombrecito vestido de gris hacía cada día las mismas cosas.
Se levantaba al son del despertador.
Al son de la radio, hacía un poco de gimnasia.
Tomaba una ducha, que siempre estaba bastante fría; tomaba el desayuno, que siempre estaba bastante caliente; tomaba el autobús, que siempre estaba bastante lleno; y leía el periódico, que siempre decía las mismas cosas.
Y, todos los días, a la misma hora, se sentaba en su mesa de la oficina.
A la misma hora.
Ni un minuto más, ni un minuto menos.
Todos los días, igual.
El despertador tenía cada mañana el mismo zumbido.
Y esto le anunciaba que el día que amanecía era exactamente igual que el anterior.
Por eso, nuestro hombrecito del traje gris, tenía también la mirada de color gris.
Pero nuestro hombre era gris sólo por fuera.
Hacia adentro... ¡un verdadero arco iris!
El hombrecito soñaba con ser cantante de ópera.
Famoso.
Entonces, llevaría trajes de color rojo, azul, amarillo... trajes brillantes y luminosos.
Cuando pensaba aquellas cosas, el hombrecito se emocionaba.
Se le hinchaba el pecho de notas musicales, parecía que le iba a estallar.
Tenía que correr a la terraza y...
-¡Laaa-lala la la la laaa...!
El canto que llenaba sus pulmones volaba hasta las nubes.
Pero nadie comprendía a nuestro hombre.
Nadie apreciaba su arte.
Los vecinos que regaban las plantas, como sin darse cuenta, le echaban una rociada con la regadera.
Y el hombrecito vestido de gris entraba en su casa, calado hasta los huesos. CONTINUAR LEYENDO
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