lunes, 23 de noviembre de 2020

La ejecución de Troppman, un relato de Iván Turgueniev.

¿Podemos llegar a movilizarnos activamente en contra de la guerra por una imagen (o un conjunto de imágenes) de igual modo que podríamos alistarnos entre los opositores a la pena capital leyendo, digamos, "Una tragedia americana de Dreiser" o «La ejecución de Troppmann» de Turgueniev, relato del escritor expatriado al que se invita a observar en una prisión parisina las últimas horas de un famoso criminal antes de la guillotina? Una narración parece con toda probabilidad más eficaz que una imagen. En parte tiene que ver con el periodo de tiempo en el que se está obligado a ver, a sentir. (Susan Sontag, Ante el dolor de los demás, 2014, Barcelona, Debolsillo. pág. 103)


La ejecución de Troppman 
Iván Turgueniev

En el mes de febrero de este año, cuando me encontraba en París, almorzando en casa de unos amigos, recibí una invitación de Maxim Ducamp, totalmente inesperada, para asistir a la ejecución de Troppman.

No se trataba sólo de su ejecución: Ducamp me proponía contarme entre los raros privilegiados autorizados a entrar en la misma prisión.

El espantoso crimen cometido por Troppman no había sido todavía olvidado y, en aquellos momentos, París se interesaba tanto, o más, por él y por su próxima ejecución como por el nuevo misterio pseudo-parlamentario o por el asesinato de Víctor Noir, muerto a manos del príncipe Pedro Bonaparte, tan sorprendentemente absuelto después.

En todos los escaparates de los fotógrafos se exhibían series enteras de retratos que representaban a un joven robusto, de frente amplia, ojos negros y pequeños, y labios gruesos. Era el ilustre asesino de Pantin.

Desde hacía varias noches, miles de "blusones" se reunían en los alrededores de la Roquette para ver si se montaba ya la guillotina, y no se dispersaban hasta pasada la medianoche.

Cogido por sorpresa por la invitación de Ducamp, no lo pensé mucho y acepté.

Una vez dada mi palabra de acudir a la cita, delante de la estatua del príncipe Eugenio, en el bulevar del mismo nombre, a las once de la noche, no quise echarme atrás. Un falso pudor me lo impedía. Que nadie pensara que me faltaba valor.

Como castigo que me impongo a mí mismo y como enseñanza para los demás, quiero contar todo lo que vi y revivir, para el recuerdo, las penosas impresiones de aquella noche. Quizá, así, mi relato no sólo satisfaga la curiosidad del lector sino que, además, le sirva de alguna utilidad. CONTINUAR LEYENDO

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