“—No sé dónde está Kansas, pues nunca había oído mencionar ese país. Pero dime, ¿es un país civilizado?
—Sí, claro —respondió Dorothy.
Eso lo explica todo. En los países civilizados, si no me equivoco, ya no quedan brujas, ni magos, ni hechiceras, ni encantadores. Pero el país de Oz nunca ha sido civilizado, ¿sabes?, pues estamos incomunicados con el resto del mundo. Así es que seguimos teniendo brujas y magos entre nosotros.”
El Maravilloso Mago de Oz, la novela de L. Frank Baum publicada a principios del siglo pasado (el 15 de mayo de 1900 para ser exactos), se convirtió rápidamente en un éxito comercial (la primera edición de 10.000 ejemplares se agotó en una semana) y casi a la misva velocidad en un clásico. Esto es, no fue necesario el moroso juicio de la historia para que su lectura se volviera productiva. El propio Baum continúó la saga narrativa de Oz con catroce libros, adaptó la novela a una comedia musical que permaneció en cartel 9 años (de 1902 a 1911) y creó con un grupo de amigos la “Oz Film Company” dedicada a la proudcción de películas sobre la serie. En 1925, Hollywood produjo la versión muda de El Mago de Oz, con Larry Semon y Oliver Hardy, y en 1939, la versión musical con Judy Garland. El mundo de Oz resultó en más de un sentido “maravilloso” ya que, muerto su demiurgo, se prolongó en alrededor de cuarenta títulos y sedujo con las mismas armas a niños y adultos. Desafío del que no muchas de las obras destinadas para chicos suelen salir airosas.
El Maravilloso Mago de Oz comenzó siendo una historia que Baum inventó para el entretenimiento de sus hijos y que, por distintas vías, aún sigue suscitando aquella fascinación inicial. Sin lugar a dudas es un clásico infantil. Como tal, presenta algunas estrategias comunes a otros: protagonista niña que actúa como centro de los procesos de identificación de los lectores, búsqueda de un equilibrio entre mundo adulto e infantil a partir de la convivencia de ambos en el universo del texto elección de un narrador observador que se mantiene equidistante y utilización del humor para distender las sobrehumanas tareas del héroe y las crueldades que depara la aventura.
La novela se inscribe en uno de los géneros de ficción predilectos de los que escriben para chicos: lo maravilloso. Ya en el prólogo Baum enuncia una posible genealogía: “El folklore, las leyendas, los mitos y los cuentos de hadas han acompañado a la infancia a través de todos los tiempos (…) Las hadas aladas de Grimm y Andersen han proporcionado más felicidad a los corazones infantiles que cualquier otra creación del género humano.” Frente a esta literatura, Baum sitúa su novela como un relato maravilloso “moderno”. El cambio que establece con respecto a la tradición consiste en la eliminación del horror, las situaciones escalofriantes y las pesadillas “que los autores imaginaban para resaltar la pavorosa moraleja de cada cuento”. Define la propia modernidad de su literatura como entretenimiento en oposición a la educación fuertemente moralista que recibían los chicos a principios de siglo. Aunque el Bien y el Mal tienen sus lugares en la cartografía del mundo de Oz, la lucha queda encuadrada en la lógica del género. Besos en la frente, zapatitos de plata y un gorro dorado son la tecnología necesaria para la salvación. Sin embargo, como toda la literatura para chicos generada en esa época, el texto no escamotea la enseñanza. Se podría decir que la conducta preferida por Baum es el cuestionamiento de las apariencias y de los lugares comunes sobre los que descansa la ética de sus contemporáneos. Desde esta “contramoral” Baum comete algunos “deslices”: asesinatos, abusos de poder y otras pesadillescas miserias humanas.
Lejos de indagar en las reacciones y sentimientos de la protagonista o de elaborar forzadas hipótesis sobre sus conflictos, el autor se entretiene en inventar una galería de “grandes” para la perplejidad de los chicos. Ayudado por el género de lo maravilloso, que impone un verosímil totalmente alejado del mundo posible de los lectores, Baum aprovecha para dejar su legado: una visión crítica de la civilización. Civilización en la cual, al decir de la Bruja del Norte, “ya no quedan brujas, ni magos, ni hechiceras, ni encantadores.” Civilización que, en contraste con el País de Oz, se proyecta hacia la comunicación y el pragmatismo. Creo que es por este camino por donde se puede encontrar una de las claves que expliquen la actualidad de su lectura. CONTINUAR LEYENDO
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