La industria cosmética –y el famoso ‘skincare’ que ha colonizado las redes sociales– ahora se está peleando un nuevo nicho de mercado: los tratamientos faciales para niñas. Aunque puede empezar como un juego, muchas pueden sucumbir a la presión estética llevadas de la mano de ‘influencers’.
No voy a descubrir la sopa de ajo si afirmo que hay un riesgo más que evidente asociado a fomentar el culto a la imagen durante la infancia, especialmente en las niñas. Hay millones de estudios que corroboran que la preocupación en las niñas por su aspecto físico es muchísimo mayor que la de los niños.
Hace años, muchísimos, que la publicidad y los medios transmiten a nuestras jóvenes que la apariencia, la belleza, y el cuidado estético es un valor que las situará más arriba de la escala de… «mujeres deseadas». No es el intelecto, no es el interior, es el exterior lo que sigue primando en este siglo XXI.
Lo que sorprende es que, cuando parecía que ya teníamos claro que había que huir en dirección contraria de esos reclamos (nosotras, y por supuesto, nuestras menores), resulta que el capitalismo levanta la mano y consigue colarnos el gol de nuevo, en este caso los salones de estética para menores son los encargados de mantener la socialización e interiorización de los roles de género.
Empiezan como si fuera un juego. Quién va a pensar que una niña de 8 o 10 años necesita de verdad un tratamiento hidratante o comprarse una mascarilla, y acaban sucumbiendo a la presión estética llevadas de las manos, por lo general, de influencers. Y así, a la vista de la gran proliferación de salones en los que el reclamo es que también nuestras niñas pueden hacerse tratamientos, se celebran cumpleaños con mascarillas faciales, pintauñas o tratamientos estéticos.
Poco más hace falta para educarlas en la cosificación y la sexualización. Así ya antes de llegar a la edad adulta, tienen buen claro que el empoderamiento pasa por el cuerpo.
Si no tienen dinero suficiente para asistir a un centro, no preocuparse. Los artículos para la piel (el famoso skincare) que ha colonizado las redes sociales suelen hacer recomendaciones baratas, eso sí, a cientos. No hay más que hacer una búsqueda en TikTok o Instagram y nos saltarán vídeos de menores dándonos consejos explicando los productos que necesitan a partir de su rutina facial diaria. Sí, rutina, facial, diaria para niñas, has leído bien. Ni que decir tiene que muchos de esos vídeos, acumulan millones de visitas, tienen miles de likes y comentarios.
En realidad ha subido tanto esa «afición» que la industria cosmética se pelea por quedarse con estas nuevas compradoras, y parece que generan el 32% de los beneficios. Ni que decir tiene que es un nicho de mercado que nadie quiere dejar escapar.
Dos peligros se juntan en esta nueva moda: uno, el más evidente, es cómo, de nuevo, el físico debe cultivarse con el afán de resultar atractiva a la mirada de un hombre; el otro, lo perjudicial que puede llegar a ser para la piel de una niña (en crecimiento todavía) aplicarse productos pensados para otro tipo de pieles.
¿Podemos exigir a la industria que deje de ganar dinero con las menores? Parece claro que cuando deben empezar a saltar las alarmas es cuando nuestras niñas piden cambiar su cuerpo, pero… ¿acaso maquillarse no es una forma, también, de desear cambiarlo?
Y todo eso sin entrar, que podría, en quiénes son las manos de obra que trabajan en la producción de esos productos de belleza libres de crueldad animal, por supuesto, elaborados en países del tercer mundo, según confirma un estudio elaborado por World Vision. Esas niñas –y niños– que trabajan para la industria cosmética seguro que tienen otras necesidades. Pero eso, me temo, forma parte de otro artículo.
En definitiva, en los países pobres, niños abusados como productores y en los países ricos, niños abusados como consumidores.
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