Creíamos que la novela romántica había entrado en una imparable decadencia tras la muerte de Corín Tellado y Barbara Cartland, pero una nueva generación de autoras ha venido a renovar el estilo
No deja de ser irónico que estos tiempos en los que abundan las declaraciones diarias contra el amor romántico sean tan productivos en ese género literario. Creíamos que la novela romántica había entrado en una imparable decadencia tras la muerte de Corín Tellado y Barbara Cartland, aunque Danielle Steel mantenía viva la llama del amor edulcorado, pero una nueva generación de autoras, que en España optan por nombres anglosajones, ha venido a renovar el estilo incluyendo sexo explícito y, cómo no, una dosis correctora de feminismo que empodera a sus heroínas. El éxito de este boom es abrumador: nadie vende tanto como ellas. Las lectoras son chicas voraces que pueden consumir cuatro novelas al mes, alimentando sueños que no sé de qué manera intervienen en sus expectativas amorosas. Todo está por estudiar porque, de momento, parece que la teoría académica complace, describe o instruye a un tipo de mujeres, pero tiende a ignorar lo que hace vibrar a un sector de la población muy amplio al que la actual batalla contra el amor romántico no parece afectarle. Me impresiona la claridad de alguna de estas autoras, como Elena Armas, auténtica triunfadora internacional de este fenómeno que desvela el secreto de su fórmula y asume que trabaja bajo el dictado de un patrón. Armas confiesa crear romances que van calentando el deseo de sus lectoras a fuego lento hasta que se materializa el sexo provocando un desenlace casi orgásmico.
Lo que me pregunto, igual que me ocurre cuando algunas madres repiten con frecuencia que la maternidad no era como les habían contado, es cuáles fueron las fuentes que generaron ese desengaño referido al amor o a la maternidad ñoña, si es que tal vez solo recurrieron a la novela romántica o al relato comercial de algunas influencers, porque si hay algo que de sobra nos ha ofrecido la literatura ha sido el amargo sabor de la decepción. Puede que al volver a Emma Bovary veamos cómo el deseo desatado anula la razón; puede que observemos en la pobre Fortunata a la chica que se entrega sin condiciones a un hombre, o en la burguesa Jacinta a la joven esposa a la que se le derrumba la idea del matrimonio; puede que las mujeres de Alice Munro nos cuenten cómo el afán de independencia chocaba y choca con las obligaciones domésticas o cómo la crianza de los hijos anula la llamada de la pasión; puede que las Chicas felizmente casadas de Edna O´Brien nos hagan entender cuál era la altura del desengaño que provocaba en otros tiempos una vida marital que no colmaba ilusiones alimentadas desde la adolescencia; puede que leyendo los pensamientos de María Luisa Arroyo, alter ego de Elena Fortún, sepamos de la amargura de quien no vive abiertamente su condición sexual, o que la idealista Dorothea, personaje de George Eliot alejado de las virtudes supuestamente femeninas, nos recuerde que las novelas están profusamente habitadas por mujeres a las que educaron en unos valores que las condenaban a la infelicidad.
Estas historias y tantas otras vibran en la historia de la literatura, y por encima de todas, la del fracaso al que nos arroja una educación sentimental en el que las expectativas son falsas, cursis y generadoras de frustración. Por tanto, cabe preguntarse si el mejor antídoto frente a las fantasías es recurrir a la ficción, a novelas que a través de sus inolvidables mujeres nos han avisado de la trampa de lo convencional. Por otra parte, quien nos advierta de los peligros del amor romántico debería ser consciente de que esa idea, ya convertida en lugar común, no es una invención reciente. Dicha rueda ya estaba inventada. Porque más allá del relato idealizado hubo siempre autores y autoras que percibieron la insatisfacción que golpea a las mujeres no dueñas de su destino. Esto dejando a un lado que me gustaría saber qué encuentran las jóvenes que hoy leen novela romántica, si un entretenimiento, un modelo o un sueño que saben irrealizable.
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