Muñeco hiperrealista |
De camino a la consulta de mi terapeuta, vi caer a un bebé desde la terraza de un sexto piso. Corrí a salvarle y cuando lo tuve entre mis brazos me di cuenta de que se trataba de un muñeco hiperreal. Miré hacia arriba y vi a un niño de verdad (o idéntico al menos a uno de verdad) haciéndome una peineta con el dedo. Se la devolví y continué andando con el muñeco cogido de una pierna. Me dolían los brazos del golpe y recordé que lo que se debe hacer en tales situaciones, más que recibir a la víctima, es lo que los expertos llaman “romper la caída”, que consiste en dar un empujón al cuerpo antes de que llegue al suelo.
―¿Qué me trae usted? ―se extrañó la terapeuta al verme entrar―.
―Pues no estoy seguro de si un niño o un muñeco ―dije―.
Le conté la historia, sobre la que no hizo ningún comentario a la espera, supuse, de que lo hiciera yo.
―Lo ficticio ―concluí― se parece cada vez más a lo real.
―¿Y eso qué le sugiere?
Me acordé de que mi madre, cuando hablábamos por teléfono, me decía a veces que yo no parecía yo.
―¿Y quién parezco entonces? ―le preguntaba―.
―Pareces alguien que te ha suplantado y que lo hace muy bien, pero yo sé que no eres tú porque te he parido.
Después de que ella muriera, estuve dándole vueltas al asunto. Me preguntaba qué días yo era yo y qué días era otro que se parecía a mí. Aún no lo he averiguado. Volví con el muñeco a casa, lo metí en un cajón y todos los días compruebo si respira.
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