«Para alguien que aprecia el arte, la confusión no es alarmante». Hablemos de esa pulsión explicativa que hay muchas veces en las artes, no solo plásticas, sino también en la literatura, ese imperativo de que siempre hay que entender. Pero el protagonista dice que Clara, desde el primer día, le prohibió comprender sus obras…
Ha sido curioso porque todo lo que está en la novela es lo que ha pasado después con su recepción. Me ha impresionado mucho que a la gente le gusta la novela, pero la termina y se preguntan de qué se trata. El problema de los reseñistas es entender de qué se trata. Han empezado a decir que va del arte, del amor. Y la novela va ni del arte ni del amor. Yo trabajo con las formas, que creo que es el trabajo del arte: no qué contar, sino cómo contar. Y justamente lo que me interesaba era meterme en el tema que tú dices, en la tensión que hay de que hoy en día todo necesita tener explicación. Es impresionante: si no le buscas una explicación, no existe la novela. Y eso es lo que ha ido pasando con Clara y confusa, que, como no tiene explicación, se crea una gran confusión… Uno escribe como lee: yo leo totalmente metida en el libro, y cuando termino no me pregunto qué significado tiene el libro, simplemente lo siento, me pongo a pensar, me remueve. Los libros buenos me dejan pensando en la vida, no en el libro, no tratando de buscar cuál es el sentido. En este libro, mi idea formal era aprovechar la estructura clásica de las novelas, una cosa lineal, una historia que contar, pero explotarla por dentro, que nada de eso sirviera para encontrarle un sentido o una interpretación. Lo ideal sería que, en vez de seguir buscando explicaciones, la gente se rindiera a lo que sintió con la novela.
La filósofa Claire Marin dice que le gustaría que su libro tuviera una especie de acordeón con los apuntes sueltos que se le habían ocurrido anárquicamente y a los que luego se les dio un sentido lineal para que hicieran parte del libro. Porque ella afirma que el pensamiento se lleva mal con la linealidad. Y yo pensaba con Clara y confusa, y también con Poste restante, en esa desarticulación de la racionalidad, de que no necesariamente primero va esto y luego esto otro, y no por eso uno se está perdiendo algo…
Claro, claro. Es curioso cómo en la novela se ha anquilosado una forma de comprender lineal y lógica. Sin embargo, en el cine, gracias al montaje, tú aceptas que primero aparezca el ojo y después aparezca un cuchillo y lo demás te lo imaginas. Ahora tengo la sensación de que se quiere domesticar a la literatura. «Tráigala acá a un lugar seguro, la controlamos porque sabemos lo que dice, le decimos a usted lo que usted piensa». Pero, si uno piensa, el lenguaje todavía es un misterio; en el fondo, la literatura es algo indescifrable. Los cabalistas medievales dicen que la interpretación es un trabajo muy largo que va de arriba de lo más superficial a lo más hondo. El problema parte de la escuela, que te enseñan a leer con «identifique protagonista, antagonista, conflicto principal, conflicto secundario, líneas de motivación, personajes, características psicológicas»… Yo aprendí a leer así, es tremendo, y sufrí mucho. Pero el pensamiento no funciona así. Cuando uno está pensando, salta de una cosa a otra, no tiene algo lógico. Entonces, uno podría decir que es una novela hiperrealista [risas], porque en el fondo reproduce los mecanismos de cómo realmente pensamos y no cómo tratamos de domesticar lo que pensamos.
El narrador en un punto dice: «Estoy tan lejos de la fiesta del pastelito como de entender el comportamiento humano». Y sí, al final jamás se va a entender qué es exactamente el amor, ni vamos a tener nunca claro qué siente el otro por nosotros, porque es otro y no te le puedes meter en la cabeza. Y a lo mejor si pudieras tampoco estaría del todo claro…
Y además que tú tampoco estás clara cuando empiezas a entender al otro. Eso también te desfigura a ti. No hay ninguna posibilidad de ese rostro a rostro, solo de contacto. Desde El futuro es un lugar extraño, lo que me interesa es la idea del contacto, de llegar al momento de estar ahí, que tú sientas que él está en la fiesta, crear un mundo en el cual tú puedas vivir, crear un tiempo especial, que era como leía en la infancia… Yo leía básicamente para escaparme de mis padres, de sus ideas, de todo eso que tenían programado para que yo fuera. Pescaba un libro y era la forma de escapar. Vivía lo que vivía la heroína y a partir de ahí me contaba mi propia historia. Volvía a tomar el libro cuando necesitaba insumo para seguir imaginando. Los libros son como ventanas para mí, más que historias cerradas. Son como huecos por donde tú te puedes escapar.
Porque cuando todo es borroso, cuando algo no es nítido, da lugar para la imaginación. Cuando no queda todo a, b, c, d, sino que tienes que meterte y que tu propio pensamiento se vaya de forma anárquica a otros lugares…
Ah, ¿te pasó? Bueno, eso es. [Risas] No entiendo por qué pedirle a la literatura que tenga un mensaje. Creo que esto viene de una manera de leer de la academia norteamericana que es como encasillar. Raúl Ruiz habla de que el problema del cine es que estamos en una manera yanqui de ver los conflictos: siempre hay un personaje que quiere decidir entre el bien y el mal. Y en la literatura también estamos siendo bombardeados con un formateo que no quiere que nada ni nadie se les escape. CONTINUAR LEYENDO
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