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lunes, 10 de febrero de 2025

"LA PALABRA Y LA HONRA". Texto leído por Liliana Bodoc al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Cuyo.


Cuando pienso en sus orígenes no logro imaginarlas sino es a la par, la una por la otra. Erguirnos en dos piernas, acercarnos al cielo, balbucearlo. Balbucear el cielo, transformar una piedra en herramienta, nombrar el mundo. Erguirnos, nombrarnos, erguirnos.

El mundo de cada uno empieza y termina con su lenguaje. Sin embargo no creo que se trate solamente de la cantidad de palabras que manejemos, del número de vocablos que seamos capaces de utilizar con acierto. Creo que se trata también del uso que hagamos del lenguaje.

Porque nuestras palabras pueden denotar, aludir, adornar, pero pueden también obrar, ungir, transformar. Y entonces, no será tan solo la profusión sino también la cualidad sagrada y generadora que le otorguemos al lenguaje lo que va a constituir nuestros universos individuales y colectivos. En fin, el verdadero límite de nuestros mundos estará dado por la mayor o menor concentración simbólica, la mayor o menor intensidad sagrada que impregne nuestro lenguaje.

Si cada palabra porta conocimiento, la palabra literaria lo porta doblemente, porque no hay un solo sentido en ella sino muchos. Porque la condición poética no solo engrosa los significados sino que genera significados nuevos.

Allí donde la poesía posa sus ojos una palabra pasa de ser “una unidad léxica” a ser un misterio. Una oración pasa de ser “una unidad sintáctica de sentido completo” a ser una selva, una ventana, un campo de batalla, un abrazo.

He dedicado gran parte de mi trabajo a los niños y a los jóvenes. Y a ellos quiero referirme brevemente.

Es habitual afirmar que la ciencia, la técnica y la política necesitan afianzarse en las nuevas generaciones. La palabra poética lo necesita también. Y hay mucho por hacer en este sentido.

Con seguridad, aquellos que de un modo u otro mediamos entre la literatura y los niños, entre la literatura y los jóvenes, tenemos la necesidad de leer, de pensar estrategias de lectura, de construir y cocrear con los chicos un estante propio, un canon único. Pero creo que también nos hace falta pensar la palabra humana como un contacto privilegiado con el mundo.

Lo primero que debiéramos enseñarle a un niño es a honrar orgullosamente su lengua materna. Y cuando hablo de lengua materna no me refiero tan solo al español, al aimará, al quechua, al guaraní, al portugués… Nuestras lenguas maternas son nuestros linajes lingüísticos, la lengua hogareña, la lengua que se cocinó en la ollas de nuestras casas. Porque no hay una solo español ni un solo guaraní; porque cada casa, cada barrio, cada madre es un dialecto.

Es urgente desandar el autoritarismo a la hora de pensar el lenguaje en la educación.

Respetar la voz que el niño trae y enseñarle a que la ame es el primer paso para luego acrecentarla, desplegarla, hacerla lucir. No es mancillando la palabra que lo hizo crecer como vamos a unirlo al caudal del lenguaje. Es, en cambio, celebrando ese puñadito de conceptos que trae en el fondo del bolsillo como podemos otorgarle voz, y que su voz sea un camino.

El primer valor que rescato en el arte es su conexión con el etos de la sociedad donde se produce. No creo en el arte desarraigado, solitario, excéntrico… Creo en el arte como parte constitutiva y excelente de la cultura, el arte que contribuye a darle a la sociedad donde se produce una dirección sensible y una razón de ser.

Creo en el arte que concilia las exigencias de la estética con la muy justa aspiración de los pueblos a mantener su identidad profunda.

Espero que el arte sublime la cultura popular y no que la abandone como si se tratase de una pústula.

Supongo, entonces, que el principal valor que debe sostener el arte es su posibilidad de actuar sobre lo real para incrementar en lo real la densidad ética y la estética.

La literatura concebida y reinventada dentro del cauce social al que pertenece incrementa la densidad de significados. La palabra literaria es más potente si trabaja sobre la matriz simbólica de la sociedad a la que está sujeta puesto que dicha sociedad posee las claves profundas para interpretarla. Y poseer las claves profundas para comprender un hecho artístico es establecer con el arte una comunicación real y transformadora.

Las palabras, el silencio y los símbolos, sustento de la literatura, no son una construcción ilustrada, no son resultado de la erudición… Es la cultura toda la que bombea ese caudal. Entonces, no usemos la providencial agua de la poesía para regar la maceta privilegiada del balcón señorial sino para regar los sencillos y sedientos campos del Señor y del ser humano.

En su libro, el Primer Hombre, inconcluso porque lo sorprendió la muerte, Albert Camus dice que vivió en la pobreza como en una isla rodeada por un foso, afirma también que el único puente posible para atravesarlo fue la escuela.

Y ahora anda rondando una palabra peligrosa: meritocracia. Un concepto que puede transformarse, según se utilice y se aplique, una gran vergüenza.

¿Quién no merece recibir palabras?

¿Cuáles son los requisitos para merecer educación? La educación no se imparte, se devuelve, la educación no es un acto de generosidad sino de justicia. Nos educó la especie humana, su sangre está en nuestros libros, su sudor impregna nuestras sutilezas, su trabajo sostiene las más elaboradas teorías.

¡Qué poco y nada deben saber aquellos que proclaman sus méritos y enumeran sus virtudes para acceder a la dignidad! ¿Nadie les contó que sin la prodigiosa tarea de todos y del tiempo, que sin la existencia de cada ser sobre este mundo, no serían posibles sus credenciales, ni sus impuestos al día, ni sus empresas?

Dicen que tenemos muchos y buenos jugadores de futbol porque los pibes tienen potreros.

También tenemos muchos y grandes escritores porque tenemos educación pública.

Para terminar, quiero reponer todo mi agradecimiento para la facultad donde aprendí tanto, para sus autoridades. Y quiero extender este inmenso reconocimiento que hoy me hacen a mi familia, a todos los docentes de la provincia, a los escritores mendocinos, editados o no, a mis queridos amigos.

Y a alguien más, alguien que se quedó en mi alma y al que quizás nunca pueda escribirle.

Con mi mayor amor y respeto, entrego este momento a la memoria de Aylan Kurdi, aquel niño sirio de tres años, que murió en la playa, escapando de la inhumanidad.

Lo hago porque en él están todos los niños. Lo tengo presente cuando escribo, y debe estar presente en nuestras aulas. Hasta que la poesía lo regrese, hasta que alguien llame “Aylan Kurdi” Y una voz responda, “Presente, maestra”.

sábado, 25 de noviembre de 2023

"EL LENGUAJE OLVIDADO DE LA INFANCIA". Discurso de ingreso a la Academia Venezolana de la Lengua de FANUEL HANÁN DIAZ, Caracas, 22 de noviembre de 2023

Fanuel Hanán Díaz
en la Academia Venezolana de la Lengua
[...] Desde hace más de treinta años me dedico a la investigación y estudio de la literatura infantil y juvenil. De hecho, cuando me preguntan si soy escritor o especialista o profesor o editor siempre aclaro que sí, que soy todas esas cosas, pero que principalmente me defino como investigador. La investigación es un oficio solitario, que requiere mucho tiempo de dedicación y sobre todo rigor. Estar horas escudriñando por cuenta propia, dedicar mucho del tiempo libre, sábados, domingos, para avanzar en proyectos de estudio sin el amparo de una universidad o institución es lo que he hecho gran parte de mi vida. Es lo que en inglés se llama independente scholar. Y celebro que la Academia haya tenido la generosidad de incluir un perfil como el mío para formar parte de este cónclave porque alienta el trabajo de personas como yo que hacemos una labor que muchas veces pasa desapercibida. Pero, principalmente porque otorga un espaldarazo a la literatura infantil y juvenil en un ámbito tan formal de la lengua española.

[...] En nuestro mundo hay una tribu semisalvaje muy especial, muy antigua y ampliamente extendida, a la que antropólogos e historiadores sí le han comenzado a prestar atención recientemente. Todos nosotros hemos pertenecido a esta tribu; hemos conocido sus costumbres, sus hábitos y sus ritos, su folklore y sus textos sagrados. Me estoy refiriendo a los niños. Sin embargo, estos textos sagrados de la infancia no siempre son los que recomiendan los mayores, según descubrí muy pronto.

De este modo comienza No se lo cuentes a los mayores, un perspicaz ensayo de la profesora estadounidense Alison Lurie, donde describe esa indómita comunidad de la que hemos formado parte, quizás ahora desdibujada en nuestra memoria. En esa geografía, lejana, libre y extravagante, todos sus habitantes se comunican con un lenguaje particular, desarticulado a veces, ilógico otras tantas, aunque siempre marcado por el sentido del ritmo, por las reglas del juego y el sinsentido. Desde distintas disciplinas se ha demostrado que el habla de la infancia es profundamente diferente del de los adultos. De ese lenguaje y de su erosión quisiera hablarles.



lunes, 16 de enero de 2023

"TODOS LOS TERRITORIOS SON MI TIERRA". Discurso inaugural de la Feria de Fráncfort 2022, con España como país invitado. Irene Vallejo

Existe un atlas, la literatura, donde todos los territorios son mi tierra. Puedo adentrarme en ellos al leer, con el caminar de los ojos y la imaginación. Estos viajes sin límites son posibles gracias al oficio de la traducción, un fabuloso hallazgo humano que alguien –cuyo nombre no recordamos– inventó en tiempos remotos, en el érase una vez de los cuentos. Como escribió José Saramago, los escritores hacen las literaturas nacionales, mientras los traductores construyen la literatura universal. A quienes me han regalado la patria de su idioma, a quienes aceptan ser yo para que yo sea otra, mi familia de Babel, quiero expresarles mi gratitud infinita. Ahora mismo mis palabras se desdoblan en una traducción. El mismo río con distinta agua. Idéntica partitura, con diferente instrumento. Este discurso resuena en dimensiones paralelas que nos permiten estar juntos, las ideas cambian de piel para seguir palpitando: es el arte de unir universos, una tarea de bastidores y penumbras.

Les pido que agucen el oído y escuchen, aunque sonó hace siglos, la percusión rítmica de cascos de caballos. Los jinetes son hombres sabios: astrónomos, físicos, matemáticos, filósofos. Acuden desde toda Europa, por tierra y mar. De sus ropas polvorientas brota un hedor desagradable a sudor de senderos, bosques, posadas, establos y puertos: la fetidez acompaña al trotamundos de la Baja Edad Media. Estos individuos malolientes y hambrientos de saber viajan a la ciudad de Toledo, en Castilla, encrucijada de Oriente y Occidente, el lugar donde se conservan y traducen cuidadosamente los rescoldos de la sabiduría clásica y bizantina, enriquecida por el conocimiento científico y literario hindú, reinterpretado por la cultura islámica y traído a la península ibérica por la dinastía Omeya. En ese territorio de frontera se condensa una larga historia mediterránea de esplendores. ¿Qué persiguen nuestros hediondos personajes? Han cruzado el continente en busca de traducciones que copiarán y enviarán, en baúles o alforjas, dando tumbos, a las universidades, monasterios y estudios de Montpellier, de Marsella, de París, de Bolonia, de Pisa, de Oxford, de Praga, de Viena, de Heidelberg. CONTINUAR LEYENDO


sábado, 19 de octubre de 2019

Discurso íntegro de la escritora estadounidense Siri Hustved al recoger el premio Princesa de Asturias de las Letras. ¡¡¡Magnífico!!!

De pequeña solía maravillarme ante cosas corrientes. Un tenedor encima de la mesa o una flor en un jarrón de repente adquirían la extraña cualidad de un misterio metafísico. Ver a mi hermana lamer un cucurucho de helado me llevaba a pensar en lo raras que eran las lenguas humanas, con sus bultos y el surco en el centro. ¿Y las sensaciones que iban y venían a lo largo del día: los escalofríos y los sudores, los sabores dulces y los agrios, los retortijones cuando los niños del colegio se reían de mí o el deleite de los besos y los abrazos de mi madre? Y luego estaban las reglas de la vida, que no eran pocas. ¿Por qué los niños podían dar brincos cuando ganaban un concurso de caligrafía y a las niñas no se nos dejaba ni sonreír, y menos aún levantar los brazos en el aire? ¿Y si las reglas eran diferentes?

Cuando mi hija, Sophie, tenía tres años, me preguntó: «Mamá, ¿cuando sea mayor seguiré siendo Sophie?». Le respondí que sí, aunque sabía que acababa de plantear una antigua cuestión filosófica para la que no había una respuesta satisfactoria, la cuestión del Yo y su continuidad en el tiempo. ¿Qué cambia y qué permanece igual? ¿Creemos a Heráclito o a Platón? ¿Cómo conectamos el embrión, el recién nacido y el adolescente con la anciana que está en su lecho de muerte? ¿Cómo concebimos la vida interna y la externa? ¿Cómo marcamos los límites entre ellas? ¿Cómo sabemos lo que estamos tan convencidos de saber?

Todos los niños tienen curiosidad. Piensen en la recién nacida fascinada por el aspecto y el sonido de las llaves brillantes que su padre agita sobre su cabeza. Intenta cogerlas. Si lo consigue, se las lleva a la boca. Pero la niña no es una criatura aislada que va acumulando información sobre sí misma. Vive en una interacción continua con los demás. Su curiosidad tiene dos caras: necesita tocar y que la toquen, probar y que la besen y la prueben, oler y que la huelan, ver y que la vean, la vean de verdad. Y en un determinado momento la niña empieza a preguntarse sobre el cambio, empieza a imaginarse mayor, fuerte y adulta o vieja o incluso muerta. Yo solía mirar el pelo azul de las ancianas con bastón, chal y voz temblorosa de mi ciudad natal, y pensaba: «Así seré cuando sea vieja, antes de morir».

En mi pequeña ciudad había bibliotecas llenas de libros, y en esos libros había historias sobre personas a las que nunca había conocido que vivían en países en los que nunca había estado. Tenían aventuras y eran víctimas de injusticias. Yo leía sobre reyes, reinas y magia, pero también sobre cautiverio, racismo, miedo a los desconocidos y niñas a las que se les castigaba por no querer ser modosas y estar calladas. Y pensaba: «¿Por qué es así? ¿Por qué no podría ser diferente?». Los libros se encarnan. Las palabras se entretejen con nuestro cerebro y nuestras vísceras, nuestros gestos y nuestros sentimientos. Nos cambian. Los libros y las ideas pueden ser peligrosos, pueden enfermarnos o enloquecernos, y pueden proporcionar formas de salvación, una vía de escape del dolor. Pero debemos recelar de las emociones ramplonas, las respuestas fáciles y las fórmulas hechas que vienen en paquetes brillantes con la etiqueta de «verdad».

Aún no soy tan mayor como las señoras de pelo azul, pero me voy acercando, y llevo medio siglo leyendo a buen ritmo. Estoy llena de voces, y éstas no se ponen de acuerdo entre sí. He leído literatura, filosofía, historia y mucha ciencia —neurología, psiquiatría, neurociencia, genética, embriología—, pero también antropología y sociología, y cuanto más sé, más me pregunto: ¿por qué? ¿Cómo sabemos lo que sabemos? Piénsenlo de nuevo: ¿y si fuera diferente?

Vivimos en un mundo en el que cada vez la gente sabe más sobre menos cosas. Esto tiene sus ventajas. El conocimiento especializado ha dado lugar a grandes avances técnicos, medicamentos potentes, teorías complejas sobre el lenguaje y la cultura, y obras de arte impresionantes. También ha llevado a callejones sin salida en varias disciplinas y a fantasías de que una idea es novedosa cuando no lo es. Tras dar una charla ante neurólogos en un hospital de Boston, un científico me preguntó por qué alguien como él, que se había pasado la vida estudiando escáneres cerebrales de pacientes con Alzheimer, debería leer literatura, filosofía e historia. Le respondí que le ayudaría en su trabajo. Vería lo que ahora no veía e identificaría en sus modelos puntos débiles que nunca se le habían ocurrido.

Lo sé porque he sido testigo una y otra vez de los problemas que suscita un enfoque demasiado restringido. Y esto es válido tanto para el estudioso de humanidades que nunca se ha molestado en pensar en músculos, huesos, tejidos y células como para el científico que sólo piensa en neuronas. Ninguno de los dos se pregunta cómo sabe lo que cree saber. Las preguntas que deberían hacerse no se hacen porque quedan fuera del marco de referencia. Cuando escribo intento formular la siguiente mejor pregunta, basada en muchas disciplinas y no en una sola. Y me hago esas preguntas en las novelas, los ensayos y los trabajos académicos, porque todos son vías para aumentar el conocimiento humano. He aprendido que un género o disciplina no es superior a otro. Debemos recelar de nuestros prejuicios. Ni la ciencia es elevada, intelectual y masculina, ni las artes y las humanidades son inferiores, emocionales y femeninas. Debemos aprender que la autoridad y la sabiduría vienen en muchos formatos, sexos, colores, formas y tamaños.

Debemos aprender unos de otros y recapacitar. ¿Es la misma persona la niña que se quedaba mirando un tenedor y la mujer que daba la charla? El tiempo es inefable, pero las ideas y las reglas que las acompañan pueden perdurar, a menudo cientos de años. A mi yo adulto no le cuesta imaginar un mundo en el que las ideas circulan libremente entre disciplinas sin una jerarquía discriminatoria, un mundo donde las niñas pueden alardear tanto como los niños y éstos no les tienen miedo, un mundo en el que se han disuelto las viejas fronteras. Este premio llega de la mano de una niña, una princesa. Me gustaría que fuera para todas las niñas que leen muchos libros sobre un sinfín de temas, que piensan, preguntan, dudan, imaginan y se niegan a estar calladas.



jueves, 26 de abril de 2018

Discurso íntegro de Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017.

Permítanme dedicar este premio a la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando, sin más armas que sus ideales, porque Nicaragua vuelva a ser República. Vengo de un pequeño país que erige su cordillera de volcanes a mitad del ardiente paisaje centroamericano, al que Neruda llamó en una de las estancias del Canto General “la dulce cintura de América”. Una cintura explosiva. Balcanes y volcanes puse por título a un ensayo de mis años juveniles donde trataba de explicar la naturaleza cultural de esa región marcada a hierro ardiente en su historia por los cataclismos, las tiranías reiteradas, las rebeliones y las pendencias; pero, en lo que hace a Nicaragua, también por la poesía. Todos somos poetas de nacimiento, salvo prueba en contrario.

“Poeta” es una manera de saludo en las calles, de acera a acera, se trate de farmacéuticos, litigantes judiciales, médicos obstetras, oficinistas o buhoneros; y si no todos mis paisanos escriben poesía, la sienten como propia, gracias, sin duda, a la formidable sombra tutelar de Rubén Darío, quien creó nuestra identidad, no sólo en sentido literario, sino como país: “Madre, que dar pudiste de tu vientre pequeño/tantas rubias bellezas y tropical tesoro/tanto lago de azures, tanta rosa de oro/tanta paloma dulce, tanto tigre zahareño…”, escribe al evocar la tierra natal.

En mi caso, me declaro voluntariamente un poeta, en el sentido que Caballero Bonald recordó desde esta misma cátedra al recibir el premio Cervantes del año 2012: “esa emoción verbal, esas palabras que van más allá de sus propios límites expresivos y abren o entornan los pasadizos que conducen a la iluminación, a esas «profundas cavernas del sentido a que se refería San Juan de la Cruz»”.

La poesía es inevitable en la sustancia de la prosa. Lo sabía Rubén quien, además de la poesía, revolucionó la crónica periodística y fue un cuentista novedoso. Y es más. Creo que alguien que no se ha pasado la vida leyendo poesía, difícilmente puede encontrar las claves de la prosa, la cual necesita de ritmos, y de una música invisible: “la música callada/la soledad sonora”. Es lo que Pietro Citati llama “la música de las cosas perdidas” en La muerte de la mariposa, al hablar de la prosa de Francis Scott Fitzgerald: “para la mayoría de la gente, las cosas se pierden sin remedio. Pero para él, dejaban una música. Y lo esencial en un escritor es encontrar esa música de las cosas perdidas, no las cosas en sí mismas”.

No todos en Nicaragua escriben versos, pero Rubén abrió las puertas a generación tras generación de poetas siempre modernos, hasta hoy, con nombres como los de Carlos Martínez Rivas, y Ernesto Cardenal y Claribel Alegría, honrados ambos con el premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana; o el de Gioconda Belli. CONTINUAR LEYENDO


domingo, 23 de abril de 2017

Discurso de Eduardo Mendoza al recibir el Premio Cervantes 2017.

No creo equivocarme si digo que la posición que ocupo, aquí, en este mismo momento, es envidiable para todo el mundo, excepto para mí.

Han transcurrido varios meses desde que me llamó el señor Ministro para comunicarme que me había sido concedido el premio Cervantes y todavía no sé cómo debo reaccionar. Espero no haber quedado mal entonces, ni quedar mal ahora, ni en el futuro.

Porque un premio de esta importancia, tanto por lo que representa como por las personas que lo han recibido a lo largo de los años, no es fácil de asimilar adecuadamente, sin orgullo ni modestia. No peco de insincero al decir que nunca esperé recibirlo.

En mis escritos he practicado con reincidencia el género humorístico y estaba convencido de que eso me pondría a salvo de muchas responsabilidades. Ya veo que me equivoqué. Quiero pensar que al premiarme a mí, el jurado ha querido premiar este género, el del humor, que ha dado nombres tan ilustres a la literatura española, pero que a menudo y de un modo tácito se considera un género menor. Yo no lo veo así. Y aunque fuera un género menor, igualmente habría que buscar y reconocer en él la excelencia.

Pero no soy yo quien ha de explicar las razones del jurado ni menos aún justificar su decisión. Tan sólo expresarle mi más profundo agradecimiento y decirles, plagiando una frase ajena, que me considero un invitado entre los grandes. CONTINUAR LEYENDO

 

sábado, 12 de diciembre de 2015

EL SUEÑO DE UNA LENGUA COMÚN. Discurso de George Steiner al recibir el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y humanidade 2001

Los sueños son el campo neutral de las contradicciones.

El sueño de una lengua común hablada y entendida por todos los seres humanos de este pequeño y frágil planeta es tan antiguo como la historia misma. Encontramos el leitmotif de una lengua adánica en incontables versiones, desarrolladas en la teología, en la liturgia, en los mitos. En el momento de su creación, el hombre hablaba una lengua de origen divino. Esta lengua era tautológica, o sea que las palabras se correspondían con lo que designaban y comunicaban sin la menor posibilidad de equívoco o ambigüedad. El habla era idéntica a la realidad. Por lo tanto, existía la posibilidad de la comunicación directa con Dios, de la comprensión directa de Su discurso. En el principio era el verbo (logos), común al hombre y al Creador. Esta lengua única, es de suponer, habría sido suficiente para toda la humanidad, si los hijos de Adán y Eva hubiesen vivido en el Paraíso, si no hubiera existido el pecado original y la expulsión del Edén. Durante algún tiempo, se siguió hablando este idioma primario, aunque estaba adulterado por la posibilidad de error y falsedad. Llegó la segunda caída en Babel, con la desintegración de una lengua adánica y unificada en un sinfín de lenguas incomprensibles entre sí. Apenas existe una mitología o leyenda cultural conocida que no incluya alguna versión de la historia de Babel. Las causas del desastre se narran de muchas maneras diferentes: un crimen contra los dioses, un descuido fatídico, un accidente misterioso. Pero el acuerdo es universal en cuanto a las consecuencias: de ahí en adelante, las comunidades humanas y las personas están divididas por barreras lingüísticas, por una sordera mutua o una falta de entendimiento. Cada acto de traducir lleva aparejado un rasgo de esta catástrofe primaria.

El sueño de reparar los daños, de restablecer la condición humana de la unidad prebabélica no ha cesado nunca. En diferentes momentos de la historia, distintas lenguas han reclamado su universalidad original. El hebreo nunca ha renunciado a un aura de privilegio original y originario. El griego clásico aspiraba a la singularidad y supremacía, en contraste con el "chapurreo bárbaro". Con el Imperio Romano y la iglesia Católica, el latín se esmeró en demostrar lo obvio que era su derecho a la universalidad, a la auctoritas legislativa sobre la humanidad. Los teólogos calvinistas argumentaban la pureza y la proximidad del holandés a los orígenes predestinados del hombre. De modo perenne han albergado los franceses la sospecha de que Dios habla francés. Carlos V expresó la misma creencia en cuanto al castellano. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 22 de noviembre de 2015

Discurso de John Banville al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las letras 2014

Es un inmenso honor y un inmenso placer encontrarme hoy aquí, en el corazón del Principado de Asturias, para recibir este magnífico premio que agradezco sinceramente.

La invención más trascendental de la humanidad es la frase. Han existido grandes civilizaciones ignorantes del concepto de la rueda, pero poseían la frase, pues sin ella no habrían sido ni grandes ni civilizadas. Con frases pensamos, especulamos, calculamos, imaginamos. Con frases declaramos nuestro amor, declaramos la guerra, prestamos juramento. Con frases afirmamos nuestro ser. Nuestras leyes están escritas con frases. No es desatinado afirmar que con frases está escrito nuestro mundo.

Otros defenderán tesis distintas. El científico dirá que nuestro supremo logro como especie es la invención de las matemáticas. Y, ciertamente, el lenguaje de las matemáticas posee una sublime belleza. En su rigor radica su aliento. No obstante, el máximo aliento de la frase, y por ende del lenguaje, radica, precisa y gloriosamente, en su carencia de rigor. Por sencilla, directa y clara que sea una frase, siempre se revelará ambigua. Y la ambigüedad es la esencia de la vida.

El lenguaje de las frases abraza la realidad en un esfuerzo incesante por abarcarla, contenerla, expresarla. Vano esfuerzo, como debe ser. La esencia de la realidad se encuentra, esencialmente, fuera de nuestro alcance. No existe la cosa-en-sí: sólo existen las relaciones entre las cosas. Todo es contingencia. Como dijo bellamente Emerson: “Vivimos entre superficies y el verdadero arte de la vida consiste en deslizarse bien sobre ellas”. Podemos pensar que el lenguaje no pinta nada, pero pinta hermosas realidades.

Como escritores, afilamos nuestras frases para que alcancen el corazón de las cosas. Pero eso no sucederá, somos demasiado torpes. Sin embargo, perseveramos en nuestro intento de expresar la existencia, en nuestro intento de que quede expresada, en nuestro intento de expresarla con acierto. Nunca lo conseguiremos, pero como bien sabía mi compatriota Samuel Beckett, nuestra gloria estriba en persistir, desalentados, pero jamás vencidos. El esfuerzo no es vano, aunque cada punto final sea una admisión de fracaso. Hablar es ser. Nadie lo ha expresado mejor que Rilke en las “Elegías de Duino”:

¿Estamos acaso aquí para decir: casa, puente, fuente, puerta, vaso, árbol frutal, ventana, a lo sumo: columna, torre?… Mas para decirlo, comprende, ay, para decirlo así como jamás las cosas mismas creyeron ser en su intimidad.

He dedicado mi vida a batallar con las frases. No puedo imaginar existencia más privilegiada.

viernes, 28 de agosto de 2015

El poder permanente del discurso sobre el sueño de Martin Luther King.

El reverendo King estaba a mitad del discurso que había preparado cuando Mahalia Jackson —que unas horas antes había ofrecido una conmovedora versión del espiritual He sido rechazado y he sido despreciado— le gritó desde la tribuna de los oradores: "¡Háblales del Sueño, Martin, háblales del Sueño!"; se refería a una frase que él había pronunciado en ocasiones anteriores. Y el reverendo King dejó a un lado el texto de su discurso y comenzó una extraordinaria improvisación sobre el tema del sueño, que acabaría por convertirse en uno de los estribillos más conocidos del mundo. [...]


Con su estrofa improvisada, el reverendo King entró de un salto en la historia, pasó de la prosa a la poesía, del podio al púlpito. Su voz se agrandó en un crescendo emocional mientras pasaba de una pesimista valoración de la injusticias sociales del momento a una visión radiante de esperanza, de lo que podía ser América. "Tengo un sueño", declaró, "que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no se les juzgará por el color de su piel sino por el contenido de su carácter. ¡Hoy tengo un sueño!".  [...]

El discurso de Martin Luther King fue no solo el corazón y el pilar emocional de la marcha sobre Washington, sino la prueba del poder de transformación y la magia de las palabras de un hombre. Cincuenta años después, sigue siendo un discurso capaz de conmover hasta las lágrimas. Cincuenta años después, los escolares recitan sus frases más famosas, y los músicos las utilizan. Cincuenta años después, esas palabras, "Tengo un sueño", se han convertido en el símbolo del compromiso de King con la libertad, la justicia social y la no violencia, y han inspirado a los activistas desde la plaza de Tiananmen hasta Soweto, desde Europa del Este hasta Cisjordania.  [...]
Fuente: elpais.com

sábado, 25 de abril de 2015

Discurso de Juan Goytisolo al recibir el Premio Cervantes. Luces y sombras.

El discurso que pronunció el escritor Juan Goytisolo al recibir el Premio Cervantes ha suscitado distintos pareceres. Hay quienes, como Imanol Zubero, lo han alabado por su sinceridad y compromiso, calificándolo de maravilloso y recomendando su escucha, su lectura, su relectura y su práctica; y hay quienes lo ha criticado, como Fernando Aramburu, por su falta de coherencia. Aquí os dejo el discurso y una de esas críticas desfavorables en la seguridad de que será vuestro buen juicio el que continuará con el debate.


En términos generales, los escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. El encasillado en las primeras cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a triunfar. El de las segundas, no. El cumplir consigo mismo le basta y si, como sucede a veces, la adicción le procura beneficios materiales, pasa de la categoría de adicto a la de camello o revendedor. Llamaré a los del primer apartado, literatos y a los del segundo, escritores a secas o más modestamente incurables aprendices de escribidor.  ACCEDER AL DISCURSO

CRÍTICA AL DISCURSONo me gustó el discurso de Juan Goytisolo (Fernando Aramburu)


Le concedieron el Premio Cervantes a Juan Goytisolo. Bien. Ha escrito, ha trabajado, ha reflexionado, forma parte de nuestra educación llamémosla intelectual. Merece un reconocimiento. Su discurso no me gustó, tampoco las maneras. Pero hay algo peor: la falta de coherencia y, quizá, quizá, de sinceridad.
Un escritor que se define como estepario y después postula la intervención del intelectual en los asuntos de la sociedad incurre en una cruda contradicción. O estás en la estepa o estás en la urbe. Esta contradicción es de naturaleza menor; pero, en el caso de Juan Goytisolo, es una de tantas.
He visto en Twitter el recorte de periódico donde figuraba la pomposa declaración de Goytisolo, formulada a principios de este siglo, según la cual jamás aceptaría el premio que recibió ayer, cosa que estaría dispuesto a asentar por escrito ante un notario. Una bravuconada, como se ve, que no pasó a mayores.
Gusta Goytisolo de repetir, no sin cierta escasez de matices, que el escritor debe intervenir en la realidad. Yo, que también resido en el extranjero, me pregunto cuál es la realidad de un escritor que vive en Marruecos. Y también me pregunto si el referido escritor no podría intervenir en forma crítica en la realidad que lo rodea o que le es físicamente más cercana, en la cual, por cierto, se dispensa un trato vejatorio a las mujeres, a los homosexuales (él, declaradamente, lo es) y no hay libertad de opinión y, al menor desliz, lo espera a uno la cárcel, el látigo y cosas peores. ACCEDER AL ARTÍCULO