George Steiner no podía leer sin un lápiz en la mano. En una entrevista concedida a El País bromeó sobre el tema. Le preguntaron qué es ser judío: «Un judío es un hombre que, cuando lee un libro, lo hace con un lápiz en la mano porque está seguro de que puede escribir otro mejor», respondió.
Esta pugna entre aficionados a las letras cuenta ya con décadas de batalla: ¿Es más digno el lector que subraya una novela o el que no? Los libros son cuerpos vivos, y eso levanta muchas broncas y encontronazos. Su integridad física es defendida por unos como si se tratara de su propia carne o, más bien, de la carne de un ídolo. Muchos de estos se ofenden con ese otro tipo de lector que cae en la irreverencia de manejar las páginas como si fueran de papel: garabatea, subraya frases y párrafos.
Los primeros se lavan las manos y se cuidan de no abrir el libro más de 100 grados por miedo a que se aflojen las costuras. Son lectores a la japonesa: se descalzan antes de entrar en la historia, sueñan con pasar por ella sin contaminarla. Los otros, de los que hablamos aquí, se meten en el texto con los zapatos embarrados y obligan a cualquier visitante posterior a recibir una versión intervenida de su significado.
¿Pero acaso los cuerpos no están pensados para que, unos en otros, vayamos dejándonos señales, matizándonos, marcándonos relieves? CONTINUAR LEYENDO
Fuente: yorokobu.es
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