Defiende la escuela como el último lugar posible del tiempo libre para chicas y chicos, la conversación como espacio de enseñanza y aprendizaje, la variación de las elecciones en “el mundo de verdad”. Frente a la uniformidad, el espíritu pragmático y el mandato de la productividad, el investigador advierte sobre la necesidad de liberar la infancia de las urgencias y las lógicas adultas.
En el último tiempo las ideas de Carlos Skliar en torno a la educación ganaron una popularidad que todavía para él resulta extraña. Su libro Pedagogías de las diferencias (Noveduc), publicado a comienzos del año pasado, ya va por su quinta reimpresión. Investigador principal del Conicet, reconocido internacionalmente por sus aportes pedagógicos y filosóficos al campo de la educación, algunos de sus planteos parecen atentar contra el estado de las cosas de esta época en el que impera la velocidad, la hiperconectividad, el pragmatismo. Propone la defensa de lo que considera virtudes olvidadas por la humanidad, entre otras la conversación como forma de transmitir conocimiento, y el silencio como imprescindible para indagar los desafíos vitales. Pero sus reflexiones no van dirigidas a una tribu de anacoretas sino a maestros y maestras del Sur del mundo. Porque es en las escuelas, dice, donde todavía se puede apostar por espacios de libertad, que se rebelen contra los mandatos productivistas, y que se permitan la posibilidad de mostrar otros mundos posibles. “Hay una generación de chicos agotados, que además están confundiendo saber con saber buscar”, afirma. De lo que se trata es de que niños y niñas puedan vivir la infancia sin las urgencias adultas. Cuenta que los chicos le preguntan todo el tiempo qué les puede enseñar que no esté en Youtube. “Y lo que pienso es que lo que no está ahí son los vínculos que se han tenido, que se han dado a lo largo de la historia, con una cosa llamada libro, con una cosa llamada canción, con una cosa llamada pintura”, reflexiona en diálogo con PáginaI12.
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