viernes, 30 de septiembre de 2022

"MONSTRUO". Un poema de Mariana Finochietto

Mi corazón
nunca aprendió de sutilezas.
Siempre fue un bello monstruo apasionado,
demasiado vivo,
demasiado intenso,
desmesuradamente solo frente al maundo.
Es bello aún,
tatuado de cicatrices,
como un viejo soldado de mil guerras.
Lo sostengo en mis manos.
Ya no quema.
Pero late,
emocionado,
porque se sabe ofrenda.

jueves, 29 de septiembre de 2022

"EN LA NOCHE DE LA ÚLTIMA NOVENA DE DIFUNTOS". Un minicuento de Alfonso Rodríguez Castelao

En la noche de la última novena de difuntos, la iglesia estaba poblada de miedos. En cada vela brillaba un ánima, y las ánimas que no cabían en las velas encendidas se escondían en los sombríos rincones y, desde allí, miraban a los chiquillos y les hacían carantoñas.

Cada luz que el sacristán mataba era un ánima encendida que se deshacía en hilos de humo, y todos sentíamos el olor de las ánimas en cada vela que moría. Desde entonces, el olor a cera me trae el recuerdo de los miedos de aquella noche.

El abad cantaba un responso delante de una caja llena de huesos, y, en el momento de terminar el paternoster, daba comienzo el llanto.

Cuatro hombres se adelantaban apartando a las mujeres enloquecidas de dolor y, con una mano, agarraban el ataúd y con la otra empuñaban un cirio encendido.

La procesión se terminaba en el osario del atrio. Los cuatro hombres llevaban el ataúd rozando el suelo, y el cirio inclinado rociaba cera encima de los huesos. Detrás seguía un enjambre de mujeres soltando gritos lastimeros, mucho más horripilantes que los de un llanto en un entierro de ahogados. Y si las mujeres plañían, los hombres lloraban en silencio.

En aquella procesión todos tenían por qué llorar y todos lloraban. Y también lloraba Baltasara, una chiquilla criada por la caridad pública, que apareciera dentro de una cesta, al lado de un crucero, que no tenía ni padre ni madre ni por quién llorar; pero la epidemia del llanto la contagió, y también se deshacía en gemidos con todas sus fuerzas. Camino de casa, una vecina le preguntó a la chiquilla:

-¿Por quién llorabas, Baltasara?

Y ella le respondió, gimoteando:

-¿No le parece bastante desgracia no tener por quién llorar, señora?

FIN

miércoles, 28 de septiembre de 2022

"EN CUERPO Y ALMA". Un poema de Luis García Montero (Un año y tres meses (Marginales)

¿PUEDE hacerse el amor en vuestro cielo?
Pregunto porque sí,
porque también las manos tienen lágrimas
y miran con sus dedos debajo de un latido
y hablan lentamente
con la lengua materna de los enamorados.

Son buenas intenciones.
Alguna vez me paran por la calle,
comparten mi dolor para decirme
por fin descansa en paz,
está en el cielo.
Pero los meses todavía
tienen la luz de un pésame difícil.
Con buenas intenciones
hay quien habla de ángeles,
de vida eterna, de misericordia,
del dios que ha muerto por nosotros,
del paraíso en el que nos esperan
los que ya se han marchado.

Un mundo extraño para consolarme
con una vida eterna que no es vida.

¿Puede hacerse el amor en vuestro cielo?
¿Hay caricias de sol a media noche?
¿Labios que se despiertan para decir te amo
e insistir en la piel,
cuerpo abajo camino de un infierno glorioso?

Si fuese así, si fuese
primavera en el árbol de la sabiduría,
tal vez yo negociase con la fe
dispuesto a consolarme entre supersticiones.
Porque mis manos tienen lágrimas
y sienten con sus dedos
y hablan con la lengua de los enamorados.

Es todo lo que pido:
una resurrección y una manzana,
el uno sobre el otro,
que permitan morir como solía."


martes, 27 de septiembre de 2022

"EL VELO DE LA ABADESA". Un cuento de El Decamerón (Cuento II de la 9.ª jornada) de Giovanni Boccacci

Existe en Lombardía un monasterio, famoso por su santidad y la austera regla que en él se observa. Una mujer, llamada Isabel, bella y de elevada estirpe, lo habitaba algún tiempo hacía, cuando cierto día fue a verla, desde la reja del locutorio, un pariente suyo, acompañado de un amigo, joven y arrogante mozo. Al verlo, la monjita se enamoró perdidamente de él, sucediendo otro tanto al joven; mas durante mucho tiempo no obtuvieron otro fruto de su mutuo amor que los tormentos de la privación. No obstante, como ambos amantes sólo pensaban en el modo de verse y estar juntos, el joven, más fecundo en inventiva, encontró un expediente infalible para deslizarse furtivamente en la celda de su querida. Contentísimos entrambos de tan afortunado descubrimiento, se resarcieron del pasado ayuno, disfrutando largo tiempo de su felicidad, sin contratiempo. Al fin y al cabo, la fortuna les volvió la espalda; muy grandes eran los encantos de Isabel, y demasiada la gallardía de su amante, para que aquélla no estuviese expuesta a los celos de las otras religiosas. Varias espiaban todos sus actos, y, sospechando lo que había, apenas la perdían de vista. Cierta noche, una de las religiosas vio salir a su amante de la celda, y en el acto participa su descubrimiento a algunas de sus compañeras, las cuales resolvieron poner el hecho en conocimiento de la abadesa, llamada Usimbalda, y que a los ojos de sus monjas y de cuantos la conocían pasaba por las mismas bondad y santidad. A fin de que se creyera su acusación y de que Isabel no pudiese negarla, concertáronse de modo que la abadesa cogiese a la monja en brazos de su amante. Adoptado el plan, todas se pusieron en acecho para sorprender a la pobre paloma, que vivía enteramente descuidada. Una noche que había citado a su galán, las pérfidas centinelas venle entrar en la celda, y convienen en que vale más dejarlo gozar de los placeres del amor, antes de mover el alboroto; luego forman dos secciones, una de las cuales vigila la celda, y la otra corre en busca de la abadesa. Llaman a la puerta de su celda, y le dicen.

—Venid, señora; venid pronto: hermana Isabel está encerrada con un joven en su dormitorio.

Al oír tal gritería, la abadesa, toda atemorizada, y para evitar que, en su precipitación, las monjas echasen abajo la puerta y encontrasen en su lecho a un clérigo que con ella lo compartía, y que la buena señora introducía en el convento dentro de un cofre, levántase apresuradamente, vístese lo mejor que puede, y, pensando cubrir su cabeza con velo monjil, encasquétase los calzones del cura. En tan grotesco equipo, que en su precipitación no notaron las monjas, y gritando la abadesa: “¿Dónde está esa hija maldita de Dios?”, llegan a la celda de Isabel, derriban la puerta y encuentran a los dos amantes acariciándose. Ante aquella invasión, la sorpresa y el encogimiento los deja estáticos; pero las furiosas monjas se apoderan de su hermana y, por orden de la abadesa, la conducen al capítulo. El joven se quedó en la celda, se vistió y se propuso aguardar el desenlace de la aventura, bien resuelto a vengarse sobre las monjas que cayesen en sus manos de los malos tratamientos de que fuese víctima su querida, si no se la respetaba, y hasta robarla y huir con ella.

La superiora llega al capítulo y ocupa su asiento; los ojos de todas las monjas están fijos en la pobre Isabel. Empieza la madre abadesa su reprimenda, sazonándola con las injurias más picantes; trata a la infeliz culpable como a una mujer que en sus actos abominables ha manchado y empañado la reputación y santidad de que gozaba el convento. Isabel, avergonzada y tímida, no osa hablar ni levantar los ojos, y su conmovedor embarazo mueve a compasión hasta a sus mismas enemigas. La abadesa prosigue sus invectivas, y la monja, cual si recobrara el ánimo ante las intemperancias de la superiora, se atreve a levantar los ojos, fíjalos en la cabeza de aquella que le está reprimiendo, y ve los calzones del cura, que le sirven de toca, lo cual la serena un tanto.

—Señora, que Dios os asista; libre sois de decirme cuánto queráis; pero, por favor, componeos vuestro tocado.

La abadesa, que no entendió el significado de estas palabras.

—¿De qué tocado estás hablando, descaradilla? ¿Llega tu audacia al extremo de querer chancearte conmigo? ¿Te parece que tus hechos son cosa de risa?

—Señora, os repito que sois libre de decirme cuanto queráis; pero, por favor, componed vuestro tocado.

Tan extraña súplica, repetida con énfasis, atrajo todos los ojos sobre la superiora, al propio tiempo que impelió a ésta a llevar la mano a su cabeza. Entonces comprendió por qué Isabel se había expresado de tal suerte. Desconcertada la abadesa, y conociendo que era imposible disfrazar su aventura, cambió de tono, concluyendo por demostrar cuán difícil era oponer continua resistencia al aguijón de la carne. Tan dulce en aquellos momentos como severa pareciera ha poco, permitió a sus ovejas que siguieran divirtiéndose en secreto (lo cual no había dejado de hacerse ni un momento), cuando se les presentara la ocasión, y, después de perdonar a Isabel, se volvió a su celda. Se reunió la monjita con su amigo, y le introdujo otras veces en su habitación, sin que la envidia la impidiera ser dichosa.


lunes, 26 de septiembre de 2022

"MIENTRAS TÚ EXISTAS". Un poema de Ángel González

Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz —cualquiera…
Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo este amor que crece y no se muere,
bajo este amor que sigue y nunca acaba.


domingo, 25 de septiembre de 2022

"ANDERSEN Y LOS HERMANOS GRIMM". José Ovjero en "La ética de la crueldad" (pags. 52-54)

Siempre hay una justificación moral para el exterminio, una coartada para la profusión de sangre. La crueldad moralizante, que suele ser parte de la épica pero también de los cuentos infantiles clásicos, satisface la necesidad del espectador de certidumbres, de verdades sencillas, de una división clara entre el bien y el mal. Donde situemos el mal y hasta qué punto la obra se convierta en ejemplo consciente de su localización hace que aquella sea más o menos conformista. Hans Christian Andersen, en su cuento La niña que pisoteó el pan, tiene muy claro de qué lado está el mal y se complace en castigarlo: la niña protagonista viene descrita desde el principio como orgullosa y arrogante, con una predisposición que, ya de muy pequeña, la llevaba a arrancar las alas a las moscas y a pinchar escarabajos en un alfiler; de nada sirven las advertencias de su sufrida madre: «Vas a acarrearte la desgracia [ . .. ]. Cuando eras niña solías pisotear mis delantales; y de mayor me temo que pisotearás mi corazón.» Para ahorrar tiempo: la niña tiene todos los vicios y ninguna de las virtudes; tras pisar el pan que llevaba a sus padres para atravesar un charco sin mancharse los zapatos -no porque fuese una niña muy limpia sino porque era muy vanidosa-, va directamente al infierno. Allí pasa muchos años, inmovilizada como una estatua, mortificada por el hambre, rodeada de moscas sin alas, sapos, babas repugnantes que ahora manchan su vestido; solo termina su condena cuando se arrepiente de corazón de sus pecados; terminará el cuento convertida en gaviota que reparte entre otros pájaros las migas de pan que encuentra.

Quizá lo más llamativo del cuento, aparte de esa cursilería en la que resulta fácil incurrir cuando se quiere conmover a toda costa, es el obvio placer del escritor al describir los tormentos de la niña. La crueldad como arma pedagógica: torturar para disuadir, hacer daño para hacer el bien. La banalidad de este cuento y de su mensaje se vuelve evidente si lo comparamos con otro cuento cruel pero mucho más complejo, Hansel y Gretel: en él el mal resulta difuso, se encarna de diferentes maneras en los personajes: la madrastra, temiendo morir de hambre, convence al marido de la necesidad de deshacerse de los niños; el padre, hombre débil, consiente por dos veces; la bruja pretende devorarlos. ¿Cuál es el mensaje? Se han hecho muchas interpretaciones psicoanalíticas de este cuento, quizá porque el mensaje, si lo hay, es mucho más profundo que el deseo consciente de escribir una historia ejemplar que sí encontrábamos en Andersen; el mal está en todas partes, fuera y dentro de la propia casa, acecha desde el mundo adulto; y crecer es enfrentarse al horror, abandonar la infancia protegida y empujar a la bruja al homo para que se abrase; el crecimiento solo es posible ejercitando algún tipo de violencia. Los dos niños, tras acabar con la bruja, regresan al mundo de los adultos, y aunque se besan y abrazan de alegría, después, para atravesar el río, se montan en un cisne, pero por separado, por miedo a hundirse: los temores de la sexualidad que nace están ya ahí; las amenazas se vuelven sutiles, llegan desde lo más profundo de esas aguas que deben atravesar los protagonistas. Estos dos cuentos muestran la diferencia entre una crueldad moralizante y una crueldad entendida como instrumento para investigar una realidad que, al empezar a escribir, aún se desconoce. Mientras que Andersen tiene como punto de partida un objetivo moral y toda la narración está al servicio de ese objetivo -por lo que no aparecen elementos extraños a la historia central y tampoco contradictorios ni confusos-, del cuento de los Grimm no salimos sabiendo lo que debemos pensar, cómo interpretar las distintas situaciones, a los distintos personajes. Andersen ofrece claridad donde los Grimm se adentran en las sombras sin esforzarse por disolverlas.


sábado, 24 de septiembre de 2022

"CUANDO VOY AL TRABAJO". Un poema de Víctor Jara

Cuando voy al trabajo
pienso en ti,
por las calles del barrio
pienso en ti,
cuando miro los rostros
tras el vidrio empañado
sin saber quienes son, donde van.
Pienso en ti,
mi vida, pienso en ti.
En ti, compañera de mis días
y del porvenir
de las horas amargas
y la dicha de poder vivir,
laborando el comienzo de una historia
sin saber el fin.

Cuando el turno termina
y la tarde va
estirando su sombra
por el tijeral
y al volver de la obra
discutiendo entre amigos
razonando cuestiones
de este tiempo y destino,
pienso en ti
mi vida, pienso en ti.
En ti, compañera de mis días
y del porvenir
de las horas amargas
y la dicha de poder vivir,
laborando el comienzo de una historia
sin saber el fin".

viernes, 23 de septiembre de 2022

"LOS CUIDADOS". Un poema de Luis García Montero, Un año y tres meses

MIRAR con otros ojos
las tallas de las camisetas.
Escuchar con oídos diferentes
los rumores del baño.
Soportar las llamadas ajenas, los
avisos,
por no dejar el móvil en silencio.
Vivir el suelo,
vigilar un orden
que evite las caídas y los sustos.
Pensar en la comida sin ganas de comer, masticar la palabra nutrición,
el miedo a la diarrea,
los horizontes de la hemoglobina.
La ropa sucia deja de oler mal
porque ya se ha mezclado
con todo lo que somos y sentimos.
Son cosas de la vida,
suburbios del presente, domicilios
de amor
que se habitan lo mismo que un
recuerdo.
Y nada quise más que tus cuidados.

jueves, 22 de septiembre de 2022

"PAULO FREIRE:CIEN AÑOS, CIEN POSTALES".

El Consejo de Educación Popular de América Latina y el Caribe (CEAAL), sus entidades afiliadas y otras organizaciones aliadas, como el Movimiento de Educación Popular y Movimiento de Educadoras y Educadores Populares, gestaron la Campaña Latinoamericanay Caribeña en Defensa del Legado de Paulo Freire.

Este libro y el proyecto de Arte Correo que aquí se comparte fueron parte de esa Campaña en Defensa del Legado de Paulo Freire.

La intencionalidad de este libro fue difundir el legado de Paulo Freire y la Educación Popular desde el arte, para generar preguntas en torno a la situación del mundo y los sueños. Su objetivo excedía la simple recepción de obras y su consecuente exposición, buscando compartir las diferentes expresiones y pensamientos.

Esperamos que este libro les transmita y despierte el compromiso en acciones transformadoras y sea una invitación para poder encarar proyectos similares.

Coordinación editorial: AREPA y El Rejunte Arte.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

"HAY UNA FORMA DE LEER A LUIS". Un artículo de Irene Lozano publlicado en elDiario.es el de 19 de setiembre de 2022

 

Hay muchos hombres así de cuidadores, que nunca salen en los informativos, porque lo constructivo no fabrica titulares tan sensacionales como los asesinatos. Pero algunos hombres buenos están inventando eso que llamamos nuevas masculinidades, con dudas, con contradicciones y dificultades

Hay una forma de leer Un año y tres meses, el poemario que Luis García Montero ha dedicado a la enfermedad y la muerte de su mujer, Almudena Grandes. Se pueden seguir en sus páginas las huellas profundas de su obra, las continuidades y discontinuidades con poemas anteriores, sobre todo los de Completamente viernes. Se pueden encontrar en los versos de Luis las resonancias de la tradición literaria en lengua española, y se pueden leer con las cejas muy altas. Hay una forma de leer a Luis García Montero: el poeta que escandalizó el remilgo de los mandarines usando la palabra “taxi” y que ahora incluye en sus versos vocablos como diarrea, gasas, hemoglobina o cuidados paliativos: todo lo que cabe en la experiencia humana.

Y hay una forma de leer a Luis, el hombre enamorado, que cuida de su amada hasta el último segundo, el más difícil. La amada y el amante, dos figuras tan paseadas por la literatura universal, adquieren una dimensión nueva y profunda en los poemas de Un año y tres meses. Son un hombre y una mujer que se enfrentan a la enfermedad y la muerte con los cortos recursos que todos tenemos: “Ninguno de los dos, ninguno, nunca,/ habíamos sentido de este modo/ que existe la verdad en las ficciones./ Nunca tuvieron las miradas/ tanto amor a la vida”.

Un arco de emociones recorre las páginas de este poemario. En él se recoge la esperanza inicial: “Orillas del mar/ dejadnos soñar”. También, los cambios cotidianos que desencadena una enfermedad grave cuando invade la vida, y pese a ello, todo lo que sigue igual: “Que todo esté en su sitio/ es el mayor desorden que pueda imaginarse”. Hay un breve paso por la rabia contenida, la rebeldía impotente al saber que nada puede hacerse: “La muerte es miserable”. Por último, la aceptación y la entrega a los cuidados.

Lo confieso: me conmueve el hombre que cuida a su mujer enferma. Vigila el trayecto al baño para prevenir una caída, empuja la silla de ruedas, sostiene su fortaleza mental y física durante el tratamiento de quimioterapia, la observa mientras se prueba una peluca, la ayuda en la ducha, la sostiene hasta el último aliento… Hay muchos hombres así de cuidadores, que nunca salen en los informativos, porque lo constructivo no fabrica titulares tan sensacionales como los asesinatos. Pero algunos hombres buenos están inventando eso que llamamos nuevas masculinidades, con dudas, con contradicciones y dificultades, con burlas -que no les arrugan-, por blandengues y por calzonazos. Se sentirán inspirados y confortados al leer a Luis. Porque no hay muchos que lo hayan escrito ni que lo hayan hecho con tanta verdad. Pese a que todos esos hombres que andan reinventándose necesitan referentes en el arte, la literatura y el cine, muchos no lo intentan, porque tendrían que mirarse a sí mismos muy adentro, otros no se atreven. Luis se ha atrevido y, además de tener el coraje de sobrevivir, ha demostrado que la valentía es una virtud literaria.

A ojos de los hombres, la mujer ha sido con frecuencia, en la literatura y en la vida, un hermoso objeto que les inspiraba para alcanzar las más altas cotas expresivas; un cuerpo destinado a servir a su expresión y su autoafirmación varonil; un ser al que llamar algunos días, al que admirar en su silencio, en otros casos. Apenas un sujeto, la verdad.


De lo que hacían los amantes cuando la amada enfermaba casi no teníamos noticia (de cuando moría, sí: Beatriz guio a Dante al paraíso, pues al no ser puta sólo podía ser santa). En este libro, un hombre de hoy ve a su mujer, y por extensión a las mujeres, como queremos que nos vean los hombres: compañeras de la vida, todas calvas algún día.

Es verdad que al Zeitgeist de nuestro tiempo le repugna la muerte y la elude. Sólo los poetas hablan de ella. Y Luis, el optimista irredento, el luchador, al escribir de la muerte sin miedo ha escrito de la vida. Otra vez.

martes, 20 de septiembre de 2022

"ABYA YALA: CUENTOS LATINOAMERICANOS". Universidad Tecnológica de Bolívar.

 

Esta Antología de cuentos, nos brinda la oportunidad de descubrir cómo era la casa de América Latina después de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX; cÓmo se pensaban a los hombres y las mujeres en ese tiempo, qué valores sociales se ponían en pugna; qué temas eran de mayor preocupación y cómo a través de los cuentos se revelaba eso que llamamos la condición humana en las nacientes naciones latinoamericanas.

ACCEDE DESDE AQUÍ A LA PUBLICACIÓN

lunes, 19 de septiembre de 2022

"DEL MONTÓN". Un poema de Wislawa Szymborska

Soy la que soy.
Casualidad inconcebible
como todas las cosas.

Otros antepasados
podrían haber sido los míos
y yo habría abandonado
otro nido,
o me habría arrastrado cubierta de escamas
de debajo de algún árbol..

En el vestuario de la naturaleza
hay muchos trajes.
Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte.
Cada uno, como hecho a medida,
se lleva dócilmente
hasta que se hace tiras.

Yo tampoco he elegido,
pero no me quejo.
Pude haber sido alguien
mucho menos personal.
parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre,
partícula del paisaje sacudida por el viento.

Alguien mucho menos feliz,
criado para un abrigo de pieles
o para una mesa navideña,
algo que se mueve bajo el cristal de un microscopio.

Árbol clavado en la tierra,
al que se aproxima un incendio.

Hierba arrollada
por el correr de incomprensible sucesos.

Un tipo de mala estrella
que para algunos brilla.

¿Y si despertara miedo en la gente,
o sólo asco,
o sólo compasión?

¿Y si hubiera nacido
no en la tribu debida
y se cerraran ante mí los caminos?

El destino, hasta ahora,
ha sido benévolo conmigo.

Pudo no haberme sido dado
recordar buenos momentos.

Se me puede haber privado
de la tendencia a comparar.

Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera,
lo que habría significado
ser alguien totalmente diferente.


domingo, 18 de septiembre de 2022

"LA COSECHA DE LA LECTURA". Un artículo de Carmen Martín Gaite

 

Para crear una relación personal y profunda entre el lector y el libro, se requiere una actitud de concentración y sosiego que el mundo actual no solamente no favorece sino que intenta desprestigiar como poco rentable. La adición apasionada a la lectura va cayendo cada día más en desuso y relegando al núcleo de sus fieles a la condición de náufragos amenazados por una amalgama de corrientes mucho más rápidas, llamativas y estruendosas, que a duras penas dejan ya respiro para sacar la cabeza y resistir al embate de sus oleadas.

Se lee más que nunca de milagro, porque milagro es que puedan producirse aún situaciones en que una persona se abrace gustosamente a su soledad, de espaldas a cualquier interferencia. Entre las directrices que presidieron mi educación y las que presiden los usos y aficiones de la juventud actual, se ha instalado el terror al aburrimiento y la necesidad de conjurarlo como sea desde la primera edad, de no dejar ningún espacio sin imágenes ni ruidos por donde pueda colarse el enfrentamiento del hombre consigo mismo. La cultura audiovisual, de acuerdo con estas exigencias, ha venido a sustituir a la lectura, hurtándole al adolescente su capacidad de participar, de dialogar.

La lectura fructífera no es nunca pasiva ni puede limitarse el lector a esperar el santo advenimiento de unos efectos espectaculares, sin poner algo de su cosecha. Para cogerle gusto a la lectura desde la primera edad, hay que haberse aburrido algo primero, y es entonces cuando el encuentro con el libro colma esa carencia, provoca la imaginación y la espolea. Es como el encuentro con un amigo. Y la conquista de la intimidad con ese amigo no es fulminante e inmediata, sino lenta. Pone a prueba nuestra capacidad de entender y descifrar lo que brinda, nos va revelando nuestra intimidad en contraste con la suya.

A un niño o a un adolescente de nuestros días les basta con dar a un botón de casete o televisión para que la ilusión de que se ha quebrado su soledad se produzca como un efecto automático, aunque en realidad no se trate de compañía sino de un suplantamiento de personalidad. Produce una euforia momentánea que, a la larga, fortifica la inercia y da lugar a un aburrimiento irreversible y crónico.

Hay dos formas de ponerse a leer, como de ponerse a hacer cualquier otra cosa, una serena y otra impaciente. Cuando nuestros humores se mantienen en un equilibrio más o menos estable, no forzamos al libro a que entre en nosotros y acierte con el resquicio exacto por donde podría inyectarnos consuelo. Simplemente lo escuchamos, cosa que cada día estamos menos dispuestos a hacer ni con un libro ni con un amigo, precisamente en nombre de esa alteración a que la vida actual nos somete. En cambio, partiendo de un estado de ánimo predispuesto a la serenidad, la cosecha de la lectura no se verá malograda por granizadas intempestivas. Es la postura correcta frente a un libro: la de no acudir a él con exigencias preconcebidas, sino aguzar la atención y abandonarse a lo que tenga a bien regalarnos.

Pero no siempre, por desventura, es esta la actitud que preside el encuentro, porque tampoco somos capaces de mantener las riendas de nuestros humores, que con tanta frecuencia se destemplan. Y en esos casos de destemplanza acudimos al libro con desorden y alboroto, reclamándole airadamente redentores efectos inmediatos, que justamente entonces se niega a depararnos. Los libros no se pliegan a caprichos tiránicos ni pueden hacerse nuestros de la noche a la mañana. Su esencia reside precisamente en que van a decirnos cosas demoradas, reñidas con la prisa, en que nos van a ayudar a poner la realidad un poco más distante para que no nos ahogue y la entendamos mejor. Y un libro comprado bajo el espejismo de que va a funcionar por sí solo, sin el requerimiento de nuestra participación, como cualquier electrodoméstico, será puro ornamento en nuestros estantes. Nos dará prestigio, citaremos a su autor, pero este autor —vivo o muerto— se reirá por lo bajo desde dondequiera que esté, y susurrará entre dientes, como aquel marinero del romance del conde Arnaldos: «Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va».

Publicado en: Cauce 2000, enero-febrero de 1987

sábado, 17 de septiembre de 2022

"PAPÁ NOEL DUERME EN CASA". Un cuento de Samanta Schweblin

 

La navidad en que Papá Noel pasó la noche en casa fue la última vez que estuvimos todos juntos, después de esa noche papá y mamá terminaron de pelearse, aunque no creo que Papá Noel haya tenido nada que ver con eso. Papá había vendido su auto unos meses atrás porque había perdido el trabajo, y aunque mamá no estuvo de acuerdo, él dijo que un buen árbol de navidad era importante esa vez, y compró uno de todas formas. Venía en una caja de cartón, larga y plana, y traía una hoja que explicaba cómo encajar las tres partes y abrir las ramas de forma que se viera natural. Armado era más alto que papá, era inmenso, y yo creo que por eso ese año Papá Noel durmió en nuestra casa. Yo había pedido de regalo un coche a control remoto. Cualquiera me venía bien, no quería uno en particular, pero todos los chicos tenían uno en esa época y cuando jugábamos en el patio los autos a control remoto se dedicaban a estrellarse contra los autos comunes, como el mío. Así que había escrito mi carta y papá me había llevado hasta el correo para enviarla. Y le dijo al tipo de la ventanilla:

—Se la enviamos a Papá Noel —y le pasó el sobre.

El tipo de la ventanilla ni saludó, porque había mucha gente y se ve que ya estaba cansado de tanto trabajo, la época navideña debe ser la peor para ellos. Tomó la carta, la miró y dijo:

—Falta el código postal.

—Pero es para Papá Noel —dijo papá, y le sonrió, y le guiñó un ojo, se ve que para hacerse amigo, y el tipo dijo:

—Sin código postal no sale.

—Usted sabe que la dirección de Papá Noel no tiene código postal —dijo papá.

—Sin código postal no sale —dijo el tipo, y llamó al siguiente.

Y entonces papá trepó al mostrador, agarró al tipo del cuello de la camisa, y la carta salió.

Por eso yo estaba preocupado ese día, porque no sabía si la carta le había llegado o no a Papá Noel. Además no podíamos contar con mamá desde hacía casi dos meses, y eso también me preocupaba, porque la que siempre estaba en todo era mamá, y las cosas salían bien entonces. Hasta que dejó de preocuparse, así nomás, de un día para el otro. La vieron unos médicos, papá siempre la acompañaba y yo me quedaba en la casa de Marcela, que es nuestra vecina. Pero mamá no mejoró. Dejó de haber ropa limpia, leche y cereales a la mañana, papá llegaba tarde a los lugares a los que debía llevarme, y después llegaba otra vez tarde para pasarme a buscar. Cuando pedí explicaciones papá dijo que mamá no estaba enferma ni tenía cáncer ni se iba a morir. Que bien podría haber pasado algo así pero él no era hombre de tanta suerte. Marcela me explicó que mamá simplemente había dejado de creer en las cosas, que eso era estar “deprimido”, y te quitaba las ganas de todo, y tardaba en irse. Mamá no iba más a trabajar ni se juntaba con amigas ni hablaba por teléfono con la abuela. Se sentaba con su bata frente al televisor, y hacía zapping toda la mañana, toda la tarde y toda la noche. Yo era el encargado de darle de comer. Marcela dejaba comida hecha en el freezer con las porciones marcadas. Había que combinarlas. No podía, por ejemplo, darle todo el pastel de papas y después toda la tarta de verdura. La descongelaba en el microondas y se la alcanzaba en una bandeja, con el vaso de agua y los cubiertos. Mamá decía:

—Gracias mi amor, no tomes frío —lo decía sin mirarme, sin perder de vista lo que sucedía en el televisor.

A la salida del colegio me agarraba de la mano de la mamá de Augusto, que era hermosa. Eso funcionaba cuando venía a buscarme papá, pero después, cuando empezó a venir Marcela, a ninguna de las dos parecía gustarle eso, así que esperaba solo debajo del árbol de la esquina. Viniera quien viniera a buscarme, siempre llegaban tarde.

Marcela y papá se hicieron muy amigos, y algunas noches papá se quedaba con ella en la casa de al lado, jugando al póquer, y a mamá y a mí nos costaba dormirnos sin él en la casa. Nos cruzábamos en el baño y entonces mamá decía:

—Cuidado mi amor, no tomes frío —y volvía frente al televisor.

Muchas tardes Marcela estaba en casa, eran las tardes en que cocinaba para nosotros y ordenaba un poco. No sé por qué lo hacía. Supongo que papá le pediría ayuda y como ella era su amiga se sentía en la obligación, porque la verdad es que no se la veía muy contenta. Un par de veces le apagó el televisor a mamá, se sentó frente a ella y le dijo:

—Irene, tenemos que hablar, esto no puede seguir así…

Le decía que tenía que cambiar de actitud, que así no llegaría a ningún lado, que ella ya no podía seguir ocupándose de todo, que tenía que reaccionar y tomar una decisión o terminaría por arruinarnos la vida. Pero mamá nunca contestaba. Y al final Marcela terminaba yéndose con un portazo, y esa noche papá pedía pizza porque no había nada para cenar, y a mí la pizza me encanta. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 16 de septiembre de 2022

"SÍ, POR DETRÁS DE LAS GENTES...". Un poema de Pedro Salinas

Sí, por detrás de las gentes
te busco.
No en tu nombre, si lo dicen
no en tu imagen, si la pintan.
Detrás, detras, más allá.
Por detrás de ti te busco.
No en tu espejo, no en tu letra,
ni en tu alma
Detrás, más allá.
Tambien detrás, más atrás
de mí te busco. No eres
lo que yo siento de ti.
No eres
lo que me está palpitando
con sangre mía en las venas,
sin ser yo.
Detrás, más allá te busco.
Por encontrarte, dejar
de vivir en ti, y en mí,
y en los otros.
Vivir ya detrás de todo,
al otro lado de todo
—por encontrarte—,
como si fuese morir.

jueves, 15 de septiembre de 2022

El Sur también existe. Un poema de Mario Benedetti musicado por Joan Manuel Serrat.


Con su ritual de acero
sus grandes chimeneas
sus sabios clandestinos
su canto de sirenas
sus cielos de neón
sus ventas navideñas
su culto de dios padre
y de las charreteras
con sus llaves del reino
el norte es el que ordena

pero aquí abajo abajo
el hambre disponible
recurre al fruto amargo
de lo que otros deciden
mientras el tiempo pasa
y pasan los desfiles
y se hacen otras cosas
que el norte no prohíbe
con su esperanza dura
el sur también existe

con sus predicadores
sus gases que envenenan
su escuela de chicago
sus dueños de la tierra
con sus trapos de lujo
y su pobre osamenta
sus defensas gastadas
sus gastos de defensa
con sus gesta invasora
el norte es el que ordena

pero aquí abajo abajo
cada uno en su escondite
hay hombres y mujeres
que saben a qué asirse
aprovechando el sol
y también los eclipses
apartando lo inútil
y usando lo que sirve
con su fe veterana
el Sur también existe

con su corno francés
y su academia sueca
su salsa americana
y sus llaves inglesas
con todos su misiles
y sus enciclopedias
su guerra de galaxias
y su saña opulenta
con todos sus laureles
el norte es el que ordena

pero aquí abajo abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur también existe

miércoles, 14 de septiembre de 2022

“EL PAPEL DE LA MEDIACIÓN EN LA FORMACIÓN DE LECTORES". Teresa COLOMER (2002). Lecturas sobre lecturas. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

En cualquier cultura los adultos "intervienen" para hacer que las nuevas generaciones aprendan lo que se necesita para vivir en el lugar en donde acaban de aparecer. En el caso de la lectura, los adultos nos encargamos de "hacer las presentaciones" entre los niños y niñas y la literatura y los libros. Pero si el tema preocupa y se habla de ello es porque existe una conciencia generalizada de que esa intervención no obtiene el éxito esperado y van apareciendo distintas hipótesis sobre las causas de ese desajuste:

Tal vez ello ocurra porque conseguir una población altamente alfabetizada es un reto de una exigencia sin precedentes en la historia de la humanidad. Un reto que requiere un esfuerzo social tan elevado en costes y agentes que no se era consciente de ello. O tal vez porque, contra lo que se afirma, la sociedad no tiene tan claro que sea necesario cierto tipo de alfabetización. No hay acuerdo, por ejemplo, sobre para qué tiene que ser necesario, ya que ahora existen otros canales para cumplir funciones que antes cumplía la literatura, como el consumo de ficción o la posesión de referencias compartidas, por ejemplo. O bien, porque se trata en realidad de un objetivo "utópico", en el sentido en que los niños no se incorporan a una sociedad que funcione ya como letrada, sino que se supone que son ellos quienes deberían lograr en el futuro esa sociedad alfabetizada en su totalidad. O porque al hallarnos en una situación nueva no sabemos a través de qué instrumentos puede lograrse ese objetivo, mientras que, en cambio, sí existe, por ejemplo, un conocimiento social sobre lo que hay que hacer para enseñar a hablar a los pequeños. O porque el funcionamiento social ha desarrollado valores y formas de vida que van en
contra de las condiciones favorables para leer, en contra de la concentración o de la soledad, pongamos por caso.

Sea como sea, y centrados en la mediación entre los niños y niñas y los adultos de su entorno, el aspecto más espectacular de nuestro fracaso es la rapidez con la que saltan al otro lado de la barrera. En sus primeros años, nadie deja de responder afectiva y estéticamente a la palabra y a la narración de historias, pero hacia los ocho o nueve años ya hay muchos niños y niñas que dicen: Es que a mí no me gusta leer No deja de ser sorprendente, verdaderamente, un cambio tan radical en tan poco tiempo.

Sin duda, el análisis de los comentarios de los jóvenes lectores pueden dar pistas sobre las dificultades con los libros y la lectura que ayuden a explicar ese alejamiento. Fácilmente pueden recopilarse un aluvión de comentarios del tipo No se entiende nada, Tardan mucho en pasar cosas, Los libros de dibujos son para niños pequeños, No sé por qué el personaje actúa así, No hay capítulos y no sé dónde parar, No quiero que acabe mal, La letra es muy pequeña, etc. Las respuestas también sirven para suscitar interogantes sobre el tipo de mediación que se utiliza. Un chico, Salvador, nos explicó: Yo dejé de leer en cuarto grado. Me obligaban a hacerlo y los libros eran un palo ¿De verdad es contraproducente obligar a leer? ¿cómo seleccionar un corpus atractivo? ¿Y qué responderemos a Javier cuando se queja diciendo: A mí no me gusta un poema hasta que lo entiendo, hasta que el profesor lo ha explicado? ¿Y a Beatriz, que se niega a hablar: No sé por qué me gusta, dice? ¿Explicar, dejar hablar, enseñar a hablar? ¿cuáles son las mejores formas de intervención? CONTINUAR LEYENDO

martes, 13 de septiembre de 2022

"LA LUZ SOBRE NOSOTROS". Un poema de Mariana Finochietto

 

¿Ves mi cuerpo envejecer?
Lento y tan dulce,
me convierto en otra:
siempre en otra.
Como esas flores tristes del florero
que se apagan de a poco,
me vuelvo un manojito
mustio y ceniciento,
todo mi cuerpo sabe
que comienza la muerte.
Y sin embargo qué,
seguimos vivos.
Y mi cuerpo
reconoce
los signos del deseo
con la precisión de la sabiduría:
aquí está mi piel,
aquí la tuya
y de pronto soy tu piel
y vos la mía.
Envejecemos.
¿Y qué?
Todavía
iluminamos las estrellas

lunes, 12 de septiembre de 2022

"LOS TRENES DE LOS MUERTOS". Un cuento de Sara Gallardo

 

El rápido a Bahía Blanca arrastró al hijo del capataz de la cuadrilla que reparaba las vías. Era un hombre triste desde la muerte de su mujer; con esto se dio a beber.

El hijo estuvo un mes como dormido. Cuando volvió a su casa no era el mismo.
Rengo. Pero sobre todo ausente.
Se entregó a encender pequeñas fogatas.
Las alimentaba de día, de noche.
A veces levantaba los brazos dando un grito.
Una tarde, su padre llegó del almacén y se puso a llorar. ¿Qué hacía con esos fuegos, por Dios Santo? Causaban la compasión de los vecinos.
A la hora del accidente, dijo el niño, vi los trenes de los muertos.
Cruzándose como rayos sobre el mundo. Unos venían y otros iban y otros subían o bajaban sin dirección y sin destino. Vio en las ventanillas las caras de los muertos de este mundo. Lívidas caras con sonrisa, caras dobladas. Caras sujetas por telas que asfixian, manos que cuelgan, pelos de colores, electricistas, amas de hogar, sacerdotes, presidentes de compañías. Muertos en vida. Pómulos cubiertos de polvillo de hueso. Zarandeándose.
Vio conocidos. Vecinos.
En trenes que refulgían como fantasmas que se levantan de pantanos. A cabezadas, rizos contra los vidrios, sin pedir ayuda, sin desearla. En una noche permanente, los trenes sin voz ni silbato, cruzándose. Sin señales, sin orden.
Se superponían, se sucedían, se cambiaban.
Nadie los oye ni los ve, volando en todas partes sobre el mundo.
El dolor que había visto era alegre junto al dolor en esos trenes. Vio, como si los tocara, que el frío congelaba a esos viajeros, igual que a los que duermen para siempre en los Andes. Y dentro de esos témpanos los ojos llamaban sin llamado.

Ponía señales para eso. Para los trenes de los muertos.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

"LA SOGA". Un cuento de Silvina Ocampo

Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la escalera de mano del tanque de agua, tirarse por el tragaluz del techo de la casa, encender papeles en la chimenea. Esos juegos lo entretuvieron hasta que descubrió la soga, la soga vieja que servía otrora para atar los baúles, para subir los baldes del fondo del aljibe y, en definitiva, para cualquier cosa; sí, los juegos lo entretuvieron hasta que la soga cayó en sus manos. Todo un año, de su vida de siete años, Antoñito había esperado que le dieran la soga; ahora podía hacer con ella lo que quisiera. Primeramente hizo una hamaca, colgada de un árbol, después un arnés para caballo, después una liana para bajar de los árboles, después un salvavidas, después una horca para los reos, después un pasamano, finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia adelante, la soga se retorcía y se volvía con la cabeza hacia atrás, con ímpetu, como dispuesta a morder. A veces subía detrás de Toñito las escaleras, trepaba a los árboles, se acurrucaba en los bancos. Toñito siempre tenía cuidado de evitar que la soga lo tocara; era parte del juego. Yo lo vi llamar a la soga, como quien llama a un perro, y la soga se le acercaba, a regañadientes, al principio, luego, poco a poco, obedientemente. Con tanta maestría Antoñito lanzaba la soga y le daba aquel movimiento de serpiente maligna y retorcida, que los dos hubieran podido trabajar en un circo. Nadie le decía: “Toñito, no juegues con la soga”.

La soga aparecía tranquila cuando dormía sobre la mesa o en el suelo. Nadie la hubiera creído capaz de ahorcar a nadie. Con el tiempo se volvió más flexible y oscura, casi verde y, por último, un poco viscosa y desagradable, en mi opinión. El gato no se le acercaba y a veces, por las mañanas, entre sus nudos, se demoraban sapos extasiados. Habitualmente, Toñito la acariciaba antes de echarla al aire; como los discóbolos o lanzadores de jabalinas, ya no necesitaba prestar atención a sus movimientos: sola, se hubiera dicho, la soga saltaba de sus manos para lanzarse hacia adelante, para retorcerse mejor.

Si alguien le pedía:

–Toñito, prestame la soga.

El muchacho invariablemente contestaba:

–No.

A la soga ya le había salido una lengüita, en el sitio de la cabeza, que era algo aplastada, con barba; su cola, deshilachada, parecía de dragón.

Toñito quiso ahorcar un gato con la soga. La soga se rehusó. Era buena.

¿Una soga, de qué se alimenta? ¡Hay tantas en el mundo! En los barcos, en las casas, en las tiendas, en los museos, en todas partes... Toñito decidió que era herbívora; le dio pasto y le dio agua.

La bautizó con el nombre de Prímula. Cuando lanzaba la soga, a cada movimiento, decía: “Prímula, vamos. Prímula”. Y Prímula obedecía.

Toñito tomó la costumbre de dormir con Prímula en la cama, con la precaución de colocarle la cabecita sobre la almohada y la cola bien abajo, entre las cobijas.

Una tarde de diciembre, el sol, como una bola de fuego, brillaba en el horizonte, de modo que todo el mundo lo miraba comparándolo con la luna, hasta el mismo Toñito, cuando lanzaba la soga. Aquella vez la soga volvió hacia atrás con la energía de siempre y Toñito no retrocedió. La cabeza de Prímula le golpeó en el pecho y le clavó la lengua a través de la blusa.

Así murió Toñito. Yo lo vi, tendido, con los ojos abiertos.

La soga, con el flequillo despeinado, enroscada junto a él, lo velaba.

Silvina Ocampo nació y murió en Buenos Aires (1903-1993). Fue poeta y recibió el Premio Nacional de Poesía en 1953, pero, sobre todo, fue una narradora de extraordinaria originalidad. Trabajó en colaboración con Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, su marido, en algunos libros de cuentos, poemas y antologías. Un excelente libro de esta autora es: Las invitadas. Este texto fue tomado de Cuentos Completos, Emecé, Buenos Aires, 1999.

 

martes, 6 de septiembre de 2022

"DIEZ BENEFICIOS PARA LOS ADULTOS DE CONTAR CUENTOS A LOS NIÑOS". Por Cristian Vázquez en elDiario.es de 3 de septiembre de 2022

Con mucha frecuencia se habla de los beneficios para niños y niñas de que les cuenten cuentos y los acerquen a la lectura desde bien temprano en sus vidas. En general, esta práctica hace que los niños sean más atentos y creativos, que puedan adquirir un vocabulario más rico e incluso que puedan pensar con mayor claridad.

Por otra parte, ese acercamiento a los relatos, los libros y la literatura desde pequeños propicia que sean lectores ávidos cuando lleguen a la juventud y a la adultez, con las numerosas ventajas que esto a su vez conlleva.

Mucho menos se habla, sin embargo, de los beneficios que contar cuentos tiene para los adultos. Y es que no se trata de una actividad meramente altruista por el bienestar de los pequeños: sus efectos positivos también alcanzan a quienes narran historias. Los más importantes se detallan a continuación. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 4 de septiembre de 2022

"YZUR". Un cuento de Leopoldo Lugones, un autor argentino con el que nace una nueva noción de lo fantástico, que se apoya en las visiones cosmogónicas y en las ciencias ocultas.

Compré el mono en el remate de un circo que había quebrado.

La primera vez que se me ocurrió tentar la experiencia a cuyo relato están dedicadas estas líneas, fue una tarde, leyendo no sé dónde, que los naturales de Java atribuían la falta de lenguaje articulado en los monos a la abstención, no a la incapacidad. "No hablan, decían, para que no los hagan trabajar".

Semejante idea, nada profunda al principio, acabó por preocuparme hasta convertirse en este postulado antropológico:

Los monos fueron hombres que por una u otra razón dejaron de hablar. El hecho produjo la atrofia de sus órganos de fonación y de los centros cerebrales del lenguaje; debilitó casi hasta suprimirla la relación entre unos y otros, fijando el idioma de la especie en el grito inarticulado, y el humano primitivo descendió a ser animal.

Claro es que si llegara a demostrarse esto quedarían explicadas desde luego todas las anomalías que hacen del mono un ser tan singular; pero esto no tendría sino una demostración posible: volver el mono al lenguaje. CONTINUAR LEYENDO EL CUENTO

Más cuestiones sobre este testo y su autor:







sábado, 3 de septiembre de 2022

"LITERATURA Y MEMORIA". María Teresa Andruetto en "La lectura, otra revolución"

Los griegos hacían suceder sus tragedias en la puerta del palacio, ese umbral donde lo privado se vuelve público, porque desde ahí se puede escuchar el grito de la que habita la casa y oír al mensajero que llega desde tierras extranjeras con la mala nueva. Lo privado en lo público: un filón muy pertinente a la escritura. Me interesa mirar en las vidas comunes, en lo que en ellas hay de pequeño y de íntimo, para comprender los comportamientos de una sociedad.

Ya se sabe: quien mira una casa, ve un mundo, el mundo en el que esa casa ha sido plantada. La confluencia entre una casa y el mundo, entre lo íntimo y lo público, permite ver –como en la escena/umbral que crearon los griegos- de qué modo las decisiones, acciones y omisiones políticas, económicas, sociales, intervienen en nuestras vidas y las determinan. Comprender cómo el liberalismo, la globalización, la dictadura o la guerra van a doler en insospechados rincones de nuestros mundos personales, en nuestra sexualidad, en nuestra condición de padres, o de hijos, o de… Escribimos en un intento de comprender también eso, o tal vez en el deseo de ser comprendidos.

Podríamos decir entonces que las ficciones que una sociedad construye se alimentan de “lo real”, sea esto lo que fuere. Pero ¿testimonia la literatura? Y si lo hace, ¿por qué medios y de qué modo lo hace? En los juicios contra los represores de la última dictadura que se desarrollan actualmente en nuestro país, atravesando las formas de lenguaje de la justicia, la crónica periodística o el informe técnico, podemos escuchar las palabras de los sobrevivientes, testigos que treinta años después de los sucesos regresan para dar cuenta de lo que han visto y de lo que les hicieron.

Escucho en los tribunales de Córdoba uno de los testimonios, el relato de una mujer que vive ahora en un país extranjero, una enfermera del dolor, relato preciso, de emotividad contenida, que se extiende sin avanzar un paso más allá de lo visto, o atisbado o escuchado. A lo largo de horas la voz de la mujer sólo se quiebra cuando habla del muñeco de pan que una compañera asesinada hizo para su hija, o para decir que durante toda la noche hubo aquella vez en el patio de la cárcel un hombre estaqueado que pronunciaba sin cesar su nombre, o para contar que más tarde, desde su celda, ella saltó sobre sí misma y alcanzó a ver la sangre del hombre que ya había muerto. Se oye en la sala el testimonio, todos oímos, la precisión de los detalles donde anclan el dolor y la memoria, la conmoción que produce ya no lo sucedido de un modo general (la intelección abstracta de los hechos) sino la minucia que recupera en toda su potencia, en carne viva, la escena. Me pregunto qué podría agregar a esto la literatura, qué herramientas tiene la ficción para narrar hechos tan difíciles de asimilar, de tan alto voltaje emotivo, si para el relato del horror y para la intensidad del dolor, la palabra del sobreviviente no puede ser superada.

La literatura “de memoria”, como toda la literatura por otra parte, necesita construir con las palabras un plus de sentido, una distorsión o un corrimiento de lo conocido o de lo sucedido, una incomodidad radicalizada, que nos saque de toda certeza. Necesita instalar una fisura que nos permita ir más allá de nuestras intenciones –incluso por supuesto más allá de nuestras buenas intenciones- en busca de zonas de nosotros (y por lo tanto también de otros, los posibles lectores) que todavía desconocemos. ¿Existe un más allá del testimonio que le dé a la ficción una razón de ser? Y si existe, ¿dónde o por qué camino buscarlo?, ¿Cómo narrar “eso” (trauma, dictadura, horror, exilio, insilio), diciendo siempre más y siempre otra cosa, un plus o un desvío respecto de la palabra de los testigos?

Hay en cada escritor ideas, posturas, posiciones tomadas, pero a la obra de ficción no vamos a buscar una respuesta, sino más bien a generar un estado de interrogación sobre nuestra sociedad y nuestro pasado y sobre nuestra inserción y relación con ellos, y eso sólo es posible si no se suelda ni clausura, si se abre y deja drenar. Por eso a quien escribe ficciones –mentiras que abren caminos hacia nuevas verdades- no le interesa lo testimonial en sí mismo, ni el rigor histórico ni la prolijidad de la cita, no pretende una fidelidad “histórica”, aunque busque generar un verosímil, sino construir una metáfora del pasado, construirla desde el presente, para intentar comprender tal vez qué y cuánto de todo lo sucedido sigue entre nosotros. La fragmentación, los pensamientos y expresiones relativizándose unos con otros, constituyen una manera de evitar un lenguaje y una verdad monolíticos, que son la zona de riesgo de toda creación. Mientras el lenguaje no se cierre en un relato único, mientras siga existiendo en quien escribe un estado de interrogación tendrán nuestras ficciones cierta garantía de salud. Si el grupo social unifica, congela, suelda, entonces el lugar del escritor puede ser des-soldar, escarbar, abrir la herida que curamos en un lugar y en otro lugar duele. Formas, giros, torsiones a la lengua para construir ese estado de interrogación, siempre en busca de otra cosa, otras cosas, algo más. Desplazamientos y disfuncionalidad del lenguaje. Capas y capas de veladuras, intentando incomodarnos hasta ver lo que todavía desconocemos. Eso es algo que sí puede hacer la ficción: entrar, carecientes de toda certeza, a nuestros puntos ciegos, con la sola lengua de todos -pero forzada, torzada- como herramienta, para construir un no saber que nos lleve hacia nosotros mismos.

jueves, 1 de septiembre de 2022

"EL INMORTAL". Un cuento de Jorge Luis Borges

En Londres, a principios del mes de junio de 1929, el anticuario Joseph Cartaphilus, de Esmirna, ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en cuarto menor (1715-1720) de la Ilíada de Pope. La princesa los adquirió; al recibirlos, cambió unas palabras con él. Era, nos dice, un hombre consumido y terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos singularmente vagos. Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas lenguas; en muy pocos minutos pasó 
del francés al inglés y del inglés a una conjunción enigmática de español de Salónica y de portugués de Macao. En octubre, la princesa oyó por un pasajero del Zeus que Cartaphilus había muerto en el mar, al regresar a Esmirna, y que lo habían enterrado en la isla de Ios. En el Último tomo de la Ilíada halló este manuscrito.

El original está redactado en inglés y abunda en latinismos. La versión que ofrecemos es literal.

I

Que yo recuerde, mis trabajos empezaron en un jardín de Tebas Hekatómpylos, cuando Diocleciano era emperador. Yo había militado (sin gloria) en las recientes guerras egipcias, yo era tribuno de una legión que estuvo acuartelada en Berenice, frente al Mar Rojo: la fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnánimos el acero. Los mauritanos fueron vencidos; la tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue dedicada eternamente a los dioses plutónicos; Alejandría, debelada, imploró en vano la misericordia del César; antes de un año las legiones reportaron el triunfo, pero yo logré apenas divisar el rostro de Marte. Esa privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales.

Mis trabajos empezaron, he referido, en un jardín de Tebas. Toda esa noche no dormí, pues algo estaba combatiendo en mi corazón. Me levanté poco antes del alba; mis esclavos dormían, la luna tenía el mismo color de la infinita arena. Un jinete rendido y ensangrentado venía del oriente. A unos pasos de mí, rodó del caballo. Con una tenue voz insaciable me preguntó en latín el nombre del río que bañaba los muros de la ciudad. Le respondí que era el Egipto, que alimentan las lluvias. «Otro es el río que persigo -replicó tristemente-, el río secreto que purifica de la muerte a los hombres.» Oscura sangre le manaba del pecho. Me dijo que su patria era una montaña que está del otro lado del Ganges y que en esa montaña era fama que si alguien caminara hasta el occidente, donde se acaba el mundo, llegaría al río cuyas aguas dan la inmortalidad. Agregó que en la margen ulterior se eleva la Ciudad de los Inmortales, rica en baluartes y anfiteatros y templos. Antes de la aurora murió, pero yo determiné descubrir la ciudad y su río. Interrogados por el verdugo, algunos prisioneros mauritanos confirmaron la relación del viajero; alguien recordó la llanura elísea, en el término de la tierra, donde la vida de los hombres es perdurable; alguien, las cumbres donde nace el Pactolo, cuyos moradores viven un siglo. En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes. Ignoro si creí alguna vez en la Ciudad de los Inmortales: pienso que entonces me bastó la tarea de buscarla. Flavio, procónsul de Getulia, me entregó doscientos soldados para la empresa. También recluté mercenarios, que se dijeron conocedores de los caminos y que fueron los primeros en desertar. CONTINUAR LEYENDO