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domingo, 12 de enero de 2025

"KAFKA, NUESTRO CONTEMPORÁNEO". Un artículo de Monika Zgustova, El País 11 ENE 2024

'La metamorfosis' (2014), en Praga, obra cinética de 11 metros de
altura del escultor checo David Cerny que representa
a Franz Kafka y cuyas 42 secciones van rotando
a distintas frecuencias descomponiendo su rostro.
El autor de ‘El proceso’ profetizó lo que a lo largo del siglo XX se convertiría en una práctica de los totalitarismos europeos: las delaciones. Ahora, la práctica de la denuncia se ha vuelto cotidiana en las redes sociales

En la Praga comunista Kafka estaba prohibido. Algo parecido pasaba en la Unión Soviética y otros países totalitarios, de modo que sus ciudadanos no habían podido leer a Franz Kafka. Las autoridades políticas de esos países eran conscientes de que el retrato que el autor hizo de los totalitarismos era tan preciso y lúcido que cualquier lector lo reconocería como una hipérbole del sistema político en el que vivía.

Durante mis años escolares en Praga, mis profesores, si es que alguna vez llegaron a mencionar a Kafka, no se referían a él como a un autor propio sino, siguiendo la línea oficial, como a un escritor alemán. El hecho de ser judío tampoco ayudaba a abrirse camino en aquel sistema. La persecución de la obra del escritor llegó hasta el punto de que una vez, cuando salía del país cruzando la frontera entre Checoslovaquia y Austria, la policía de aduanas checa me confiscó un ejemplar de El proceso.

Este año el mundo recuerda el centenario del fallecimiento de Kafka. En junio, el mes de su muerte, participé en uno de los raros coloquios que le dedicó su ciudad: el congreso internacional que organizó el Museo Judío de Praga. Entonces visité las actividades que la capital checa brindó a su gran escritor. El Museo de la Literatura le consagró apenas un rincón de una de sus grandes salas, subrayando su uso del alemán; así, la visión nacionalista actual se emparentaba con la narrativa oficial de la era comunista: Kafka sigue siendo un forastero. El prestigioso museo de arte contemporáneo DOX dedicó al escritor una exposición, aunque gran parte del arte expuesto no tenía mucho que ver con el homenajeado.

En definitiva, Kafka nunca ha sido profeta en su tierra, salvo como reclamo turístico banalizado. En cambio, sí en Europa. Y la clarividente obra del escritor nos habla de una Europa que es también la de nuestros días.

Kafka, un judío cuya lengua materna era el alemán, nunca dejó de lamentar no escribir en checo, un idioma minoritario que él dominaba a la perfección. Además, se sentía desarraigado en su ciudad. Ese desarraigo que caracteriza su obra le hermana con quienes hoy lo leen en las metrópolis europeas multilingües donde el sentido de pertenencia a una cultura predominante se está debilitando. Además, el lector actual que experimenta el desasosiego del mundo “líquido” contemporáneo hace suya la angustia del destierro que llena la obra del autor praguense en la cual nada es sólido y todo parece una pesadilla.

Kafka, que acabó la carrera de Derecho y trabajó en varias compañías aseguradoras, pudo observar de cerca la vulnerabilidad humana frente a la maquinaria sin alma de las instituciones. Sus personajes se encuentran permanentemente observados; en El proceso siempre hay alguien que mira por la ventana, ya sea cuando a Josef K. le arrestan o cuando le asesinan. “Como a un perro”, dice el narrador, pero parece como si lo pensara el observador anónimo en la ventana. En El castillo, una pareja de acompañantes espía al agrimensor K en todo momento, incluso cuando éste hace el amor con Frieda. Kafka predijo la vigilancia que impera en nuestro mundo contemporáneo: hay cámaras en los supermercados y en los aeropuertos; las conversaciones telefónicas con hospitales y bancos se graban. Pero los europeos actuales incluso superamos la vigilancia kafkiana: encantados, facilitamos el trabajo a quienes lo quieren saber todo de nosotros al postear imágenes de nuestra intimidad en las redes sociales y dejar por todas partes huellas de lo que hacemos y de lo que nos gusta o rechazamos.

Las denuncias contra los vulnerables forman parte del universo kafkiano como algo fatídico. Kafka profetizó lo que a lo largo del siglo XX se convertiría en una práctica de los totalitarismos europeos, donde las delaciones estaban a la orden del día, especialmente contra los inocentes. La práctica de la denuncia se ha vuelto cotidiana en las redes sociales de la Europa de hoy, donde el denunciado no tiene posibilidad de defensa. Hay jueces que dan curso a denuncias como arma política y procesan a ciudadanos, aunque en años no le encuentren ningún delito. Esos jueces forman parte del ejército de funcionarios anónimos kafkianos que toman a un inocente y ya no lo sueltan, convirtiéndolo en culpable, de modo que al lector no le extraña cuando la víctima es ejecutada.

Los protagonistas de Kafka suelen estar atrapados en situaciones sin salida, causadas por reglas absurdas aplicadas por burócratas mecanizados. La cultura centroeuropea de la época de Kafka quería huir del orden impuesto por un Estado todopoderoso —el Imperio Austrohúngaro—, del control que la burocracia ejercía sobre el individuo y regresar a la intimidad humana. Kafka comprendió esa tendencia y la analizó en sus libros antes de que tomara su terrible dimensión en forma de totalitarismos y guerras mundiales. Su obra es profética porque retrata el mundo que, desde su muerte, se fue construyendo a lo largo de todo un siglo: por segunda vez, los autoritarismos acechan. Habrá que leer siempre a Kafka para saber con precisión lo que esto significa.

Monika Zgustova es escritora; su última novela es Soy Milena de Praga (Galaxia Gutenberg, 2024).

martes, 18 de junio de 2024

"UN ARTISTA DEL HAMBRE". Un cuento de Franz Kafka

En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo. Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como espectáculo independiente, cosa que hoy, en cambio, es imposible del todo. Eran otros los tiempos. Entonces, toda la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba su interés a cada día de ayuno; todos querían verlo siquiera una vez al día; en los últimos del ayuno no faltaba quien se estuviera días enteros sentado ante la pequeña jaula del ayunador; había, además, exhibiciones nocturnas, cuyo efecto era realzado por medio de antorchas; en los días buenos, se sacaba la jaula al aire libre, y era entonces cuando les mostraban el ayunador a los niños. Para los adultos aquello solía no ser más que una broma, en la que tomaban parte medio por moda; pero los niños, cogidos de las manos por prudencia, miraban asombrados y boquiabiertos a aquel hombre pálido, con camiseta oscura, de costillas salientes, que, desdeñando un asiento, permanecía tendido en la paja esparcida por el suelo, y saludaba, a veces, cortésmente o respondía con forzada sonrisa a las preguntas que se le dirigían o sacaba, quizá, un brazo por entre los hierros para hacer notar su delgadez, y volvía después a sumirse en su propio interior, sin preocuparse de nadie ni de nada, ni siquiera de la marcha del reloj, para él tan importante, única pieza de mobiliario que se veía en su jaula. Entonces se quedaba mirando al vacío, delante de sí, con ojos semicerrados, y sólo de cuando en cuando bebía en un diminuto vaso un sorbito de agua para humedecerse los labios. 

Aparte de los espectadores que sin cesar se renovaban, había allí vigilantes permanentes, designados por el público (los cuales, y no deja de ser curioso, solían ser carniceros); siempre debían estar tres al mismo tiempo, y tenían la misión de observar día y noche al ayunador para evitar que, por cualquier recóndito método, pudiera tomar alimento. Pero esto era sólo una formalidad introducida para tranquilidad de las masas, pues los iniciados sabían muy bien que el ayunador, durante el tiempo del ayuno, en ninguna circunstancia, ni aun a la fuerza, tomaría la más mínima porción de alimento; el honor de su profesión se lo prohibía.CONTINUAR LEYENDO

domingo, 9 de junio de 2024

"LA COLONIA PENITENCIARIA". Un cuento genial del no menos genial Franz Kafka

-Es un aparato singular -dijo el oficial al explorador, y contempló con cierta admiración el aparato, que le era tan conocido. El explorador parecía haber aceptado sólo por cortesía la invitación del comandante para presenciar la ejecución de un soldado condenado por desobediencia e insulto hacia sus superiores. En la colonia penitenciaria no era tampoco muy grande el interés suscitado por esta ejecución. Por lo menos en ese pequeño valle, profundo y arenoso, rodeado totalmente por riscos desnudos, sólo se encontraban, además del oficial y el explorador, el condenado, un hombre de boca grande y aspecto estúpido, de cabello y rostro descuidados, y un soldado que sostenía la pesada cadena donde convergían las cadenitas que retenían al condenado por los tobillos y las muñecas, así como por el cuello, y que estaban unidas entre sí mediante cadenas secundarias. De todos modos, el condenado tenía un aspecto tan caninamente sumiso, que al parecer hubieran podido permitirle correr en libertad por los riscos circundantes, para llamarlo con un simple silbido cuando llegara el momento de la ejecución.

El explorador no se interesaba mucho por el aparato y se paseaba detrás del condenado con visible indiferencia, mientras el oficial daba fin a los últimos preparativos, arrastrándose de pronto bajo el aparato, profundamente hundido en la tierra, o trepando de pronto por una escalera para examinar las partes superiores. Fácilmente hubiera podido ocuparse de estas labores un mecánico, pero el oficial las desempeñaba con gran celo, tal vez porque admiraba el aparato, o tal vez porque por diversos motivos no se podía confiar ese trabajo a otra persona.

-¡Ya está todo listo! -exclamó finalmente, y descendió de la escalera. Parecía extraordinariamente fatigado, respiraba con la boca muy abierta, y se había metido dos finos pañuelos de mujer bajo el cuello del uniforme.

-Estos uniformes son demasiado pesados para el trópico -comentó el explorador, en vez de hacer alguna pregunta sobre el aparato, como hubiera deseado el oficial.

-En efecto -dijo este, y se lavó las manos sucias de aceite y de grasa en un balde que allí había-; pero para nosotros son símbolos de la patria; no queremos olvidarnos de nuestra patria. Y ahora fíjese en este aparato -prosiguió inmediatamente, secándose las manos con una toalla y mostrando aquél al mismo tiempo. Hasta ahora intervine yo, pero de aquí en adelante el aparato funciona absolutamente solo.

El explorador asintió y siguió al oficial. Éste quería cubrir todas las contingencias, y por eso dijo:

-Naturalmente, a veces hay inconvenientes; espero que no los haya hoy, pero siempre se debe contar con esa posibilidad. El aparato debería funcionar ininterrumpidamente durante doce horas. Pero cuando hay entorpecimientos, son sin embargo desdeñables, y se los soluciona rápidamente. ¿No quiere sentarse? -preguntó luego, sacando una silla de mimbre entre un montón de sillas semejantes, y ofreciéndosela al explorador; éste no podía rechazarla. Se sentó entonces; al borde de un hoyo estaba la tierra removida, dispuesta en forma de parapeto; del otro lado estaba el aparato. CONTINUAR LEYENDO

martes, 4 de octubre de 2022

Informe para una Academia. Un cuento de Franz Kafka

"Excelentísimos señores académicos: 
Me hacéis el honor de presentar a la Academia un informe sobre mi anterior vida de mono. Lamento no poder complaceros; hace ya cinco años que he abandonado la vida simiesca. Este corto tiempo cronológico es muy largo cuando se lo ha atravesado galopando -a veces junto a gente importante- entre aplausos, consejos y música de orquesta; pero en realidad solo, pues toda esta farsa quedaba -para guardar las apariencias- del otro lado de la barrera. 
Si me hubiera aferrado obstinadamente a mis orígenes, a mis evocaciones de juventud, me hubiera sido imposible cumplir lo que he cumplido. La norma suprema que me impuse consistió justamente en negarme a mí mismo toda terquedad. Yo, mono libre, acepté ese yugo; pero de esta manera los recuerdos se fueron borrando cada vez más. Si bien, de haberlo permitido los hombres, yo hubiera podido retornar libremente, al principio, por la puerta total que el cielo forma sobre la tierra, ésta se fue angostando cada vez más, a medida que mi evolución se activaba como a fustazos: más recluido, y mejor me sentía en el mundo de los hombres: la tempestad, que viniendo de mi pasado soplaba tras de mí, ha ido amainando: hoy es tan solo una corriente de aire que refrigera mis talones. Y el lejano orificio a través del cual ésta me llega, y por el cual llegué yo un día, se ha reducido tanto que -de tener fuerza y voluntad suficientes para volver corriendo hasta él- tendría que despellejarme vivo si quisiera atravesarlo. Hablando con sinceridad -por más que me guste hablar de estas cosas en sentido metafórico-, hablando con sinceridad os digo: vuestra simiedad, estimados señores, en tanto que tuvierais algo similar en vuestro pasado, no podría estar más alejada de vosotros que lo que la mía está de mí." CONTINUAR LEYENDO

martes, 1 de septiembre de 2020

La condena. Un cuento de Franz Kafka.

Era domingo por la mañana en lo más hermoso de la primavera. Georg Bendemann, un joven comerciante, estaba sentado en su habitación en el primer piso de una de las casas bajas y de construcción ligera que se extendían a lo largo del río en forma de hilera, y que sólo se distinguían entre sí por la altura y el color. Acababa de terminar una carta a un amigo de su juventud que se encontraba en el extranjero, la cerró con lentitud juguetona y miró luego por la ventana, con el codo apoyado sobre el escritorio, hacia el río, el puente y las colinas de la otra orilla con su color verde pálido. 

Reflexionó sobre cómo este amigo, descontento de su éxito en su ciudad natal, había literalmente huido ya hacía años a Rusia. Ahora tenía un negocio en San Petersburgo, que al principio había marchado muy bien, pero que desde hacía tiempo parecía haberse estancado, tal como había lamentado el amigo en una de sus cada vez más infrecuentes visitas.

De este modo se mataba inútilmente trabajando en el extranjero, la extraña barba sólo tapaba con dificultad el rostro bien conocido desde los años de la niñez, rostro cuya piel amarillenta parecía manifestar una enfermedad en proceso de desarrollo. Según contaba, no tenía una auténtica relación con la colonia de sus compatriotas en aquel lugar y apenas relación social alguna con las familias naturales de allí y, en consecuencia, se hacía a la idea de una soltería definitiva. CONTINUAR LEYENDO

viernes, 7 de julio de 2017

"El cazador Gracchus". Un cuento de Franz Kafka

Sentados en el muelle, dos muchachos jugaban a los dados. Un hombre leía un diario en las escalinatas de un monumento, a la sombra del héroe que blandía la espada. Una muchacha junto a la fuente llenaba su cántaro. Un vendedor de fruta, apoyado en su mercancía, miraba hacia el mar. A través de la puerta y ventanas de una taberna se veía en el fondo a dos hombres bebiendo vino. Al frente, sentado a una mesa, el tabernero dormitaba. Una barca que se deslizaba silenciosa, como llevada por el agua, entró al pequeño puerto. Un hombre de azul, saltó a tierra y pasó las amarras a través de las argollas. Otros dos hombres, de ropa oscura con botones plateados, seguían al contramaestre sosteniendo una camilla sobre la que, cubierto con un lienzo de seda floreada, yacía ostensiblemente un hombre.

En el muelle nadie parecía ocuparse de los que recién llegaban; nadie se les acercó cuando descendieron la camilla a tierra, esperando al contramaestre, que todavía se empeñaba con las amarras; nadie les dirigió una pregunta, nadie se detuvo a observarlos siquiera.

A causa de una mujer que, con un niño de pecho, apareció en cubierta, con el cabello suelto, el conductor se demoró todavía un poco; luego, señaló a la izquierda, hacia una casa amarillenta de dos pisos, que se levantaba junto al agua. Los portadores levantaron la carga y la condujeron por el portal, entre esbeltas columnas. Un muchachito abrió una ventana, alcanzó a observar cómo el grupo desaparecía dentro de la casa y volvió a cerrarla de inmediato. También se cerró el portal de roble oscuro cuidadosamente trabajado. Una bandada de palomas que había revoloteado alrededor del campanario descendió frente a la casa, delante del portal, como si allí se guardara su alimento. Una de ellas se elevó hasta el primer piso y picoteó el cristal de la ventana. Eran palomas vivaces, de plumaje claro; parecían bien cuidadas. La mujer de la barca, con un marcado ademán, les arrojaba granos. Ellas descendían y después de recogerlos, volaban hacia ella.CONTINUAR LEYENDO

Nota: Kafka no llegó a acabar “El cazador Gracchus”, ni siquiera le dio un título. Fue Max Brod el que conformó el núcleo esencial de esta historia escrita entre enero y abril de 1917. Los esbozos, en el orden en el que aparecen en los cuadernos de Kafka, se encuentran recogidos en el tercer volumen de sus obras completas y en una entrada de los Diarios, el 6 de abril de 1917. Como la mayor parte de la obra de Kafka, “El cazador Gracchus” posee un carácter fragmentario e inacabado. Buscamos las piezas hasta componer un relato y lo hacemos con un ligero temblor reverencial, como quien camina por el borde de un abismo. Al cazador Gracchus hay que cazarlo entre otros escritos. Así, el esbozo que aparece en el llamado “cuaderno D”, está precedido por dos textos sobre corridas de toros en España: “Adelante héroes de la plaza, / que empiece la corrida”. 
(http://denadapuedovereltodo.blogspot.com.es/2012/01/demasiado-tarde.html)

martes, 28 de febrero de 2017

El nuevo abogado. Un cuento de Franz Kafka.

Tenemos un nuevo abogado, el doctor Bucéfalo. Poco hay en su aspecto que recuerde la época en que era el caballo de batalla de Alejandro de Macedonia. Sin embargo, quien está al tanto de esa circunstancia, algo nota. Y hace poco pude ver en la entrada a un simple ujier que lo contemplaba admirativamente, con la mirada profesional del correrista consuetudinario, mientras el doctor Bucéfalo, alzando gallardamente los muslos y haciendo resonar el mármol con sus pasos, ascendía escalón por escalón la escalinata.

En general, la Magistratura aprueba la admisión de Bucéfalo. Con asombrosa perspicacia, dicen que, dada la organización actual de la sociedad, Bucéfalo se encuentra en una posición un poco difícil y que, en consecuencia, y considerando además su importancia dentro de la historia universal, merece por lo menos ser recibido. Hoy -nadie podría negarlo- no hay ningún Alejandro Magno. Hay muchos que saben matar; tampoco escasea la habilidad necesaria para asesinar a una amigo de un lanzazo, a través de la mesa del festín; y para muchos Macedonia es demasiado reducida y maldicen en consecuencia a Filipo, el padre; pero nadie, nadie puede abrirse paso hasta la India. Aun en sus días, las puertas de la India estaban fuera de su alcance; pero, no obstante, la espada del rey señaló el camino. Hoy dichas puertas están en otra parte, más lejos, más alto; nadie muestra el camino; muchos llevan espadas, pero sólo para blandirlas, y la mirada que las sigue sólo consigue marearse.

Por eso, quizá, lo mejor sea hacer lo que Bucéfalo ha hecho, sumergirse en la lectura de libros de derecho. Libre, sin que los muslos del jinete opriman sus flancos, a la tranquila luz de la lámpara, lejos del estruendo de las batallas de Alejandro, lee y vuelve las páginas de nuestros antiguos textos.

FIN

viernes, 11 de noviembre de 2016

Las preocupaciones de un padre de familia. Un cuento de Franz Kafka.

Algunos dicen que la palabra «odradek» precede del esloveno, y sobre esta base tratan de establecer su etimología. Otros, en cambio, creen que es de origen alemán, con alguna influencia del esloveno. Pero la incertidumbre de ambos supuestos despierta la sospecha de que ninguno de los dos sea correcto, sobre todo porque no ayudan a determinar el sentido de esa palabra.
Como es lógico, nadie se preocuparía por semejante investigación si no fuera porque existe realmente un ser llamado Odradek. A primera vista tiene el aspecto de un carrete de hilo en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí. Pero no es únicamente un carrete de hilo, pues de su centro emerge un pequeño palito, al que está fijado otro, en ángulo recto. Con ayuda de este último, por un lado, y con una especie de prolongación que tiene uno de los radios, por el otro, el conjunto puede sostenerse como sobre dos patas.
Uno siente la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota. Pero éste no parece ser el caso; al menos, no encuentro ningún indicio de ello; en ninguna parte se ven huellas de añadidos o de puntas de rotura que pudieran darnos una pista en ese sentido; aunque el conjunto es absurdo, parece completo en sí. Y no es posible dar más detalles, porque Odradek es muy movedizo y no se deja atrapar.
Habita alternativamente bajo la techumbre, en escalera, en los pasillos y en el zaguán. A veces no se deja ver durante varios meses, como si se hubiese ido a otras casas, pero siempre vuelve a la nuestra. A veces, cuando uno sale por la puerta y lo descubre arrimado a la baranda, al pie de la escalera, entran ganas de hablar con él. No se le hacen preguntas difíciles, desde luego, porque, como es tan pequeño, uno lo trata como si fuera un niño.
-¿Cómo te llamas? -le pregunto.
-Odradek -me contesta.
-¿Y dónde vives?
-Domicilio indeterminado -dice y se ríe.
Es una risa como la que se podría producir si no se tuvieran pulmones. Suena como el crujido de hojas secas, y con ella suele concluir la conversación. A veces ni siquiera contesta y permanece tan callado como la madera de la que parece hecho.
En vano me pregunto qué será de él. ¿Acaso puede morir? Todo lo que muere debe haber tenido alguna razón be ser, alguna clase de actividad que lo ha desgastado. Y éste no es el caso de Odradek. ¿Acaso rodará algún día por la escalera, arrastrando unos hilos ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? No parece que haga mal a nadie; pero casi me resulta dolorosa la idea de que me pueda sobrevivir.
FIN

miércoles, 12 de octubre de 2016

La partida. Un cuento de Franz Kafka.

Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta y le pregunté al sirviente qué significaba. Él no sabía nada ni escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó: 

-¿Adónde va el patrón? 

-No lo sé -le dije- simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta. 

-¿Así que usted conoce su meta? -preguntó. 

-Sí -repliqué- te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta.

FIN

martes, 11 de octubre de 2016

"Un médico rural". Un cuento de Franz Kafka.(Para leer y/o escuchar)

Estaba muy angustiado. Tenía que emprender un viaje urgente. Un enfermo grave me esperaba en un pueblo a diez millas de distancia. La fuerte tormenta de nieve ocupaba todo el espacio que me separaba de él. Yo tenía un cochecito, de grandes ruedas, justo lo más adecuado para nuestros caminos. Envuelto en el abrigo de pieles, con el maletín en la mano, me encontraba en el patio, listo para marchar; pero el caballo… no tenía caballo. Mi caballo había muerto la noche anterior, los esfuerzos de este helado invierno lo habían agotado. Mi sirvienta recorría el pueblo para conseguir un caballo prestado; pero era inútil, yo lo sabía. Y seguía allí, sin sentido alguno, cada vez más inmóvil, cada vez más cubierto por la nieve. La muchacha apareció en la puerta, sola, balanceando el farol. Estaba claro, nadie prestaría ahora su caballo para semejante viaje. Atravesé otra vez el patio. No hallaba ninguna solución. Distraído y atormentado, di una patada a la desvencijada puerta de la porqueriza, que no se usaba desde hacía años. La puerta se abrió y siguió oscilando sobre las bisagras. Sentí el calor y el olor de caballos. Una turbia linterna de cuadra se bamboleaba de una cuerda. Vi el rostro franco de ojos azules de un hombre acurrucado bajo el cobertizo. CONTINUAR LEYENDO


jueves, 6 de octubre de 2016

"Cartas a Milena". Franz Kafka. La apasionante vida de la amante de Kafka. Se publican en Alemania varios libros que recuperan la figura de Milena Jesenska.

Milena Jesenska, destinataria de las Cartas a Milena de Franz Kafka, comunista y antiestalinista, patriota checha en la resistencia contra los nazis, feminista a la que un tiempo le gustó escandalizar con un toque de lesbianismo, internada en un manicomio por su padre, morfinómana, figura de los cafés y salones literarios de Praga y Viena; acarreó maletas, dio clases de idiomas, sirvió en casas e incluso robó, para ganarse la vida o para llamar la atención; convertida en brillante periodista, mantuvo tormentosas relaciones con varios hombres; prisionera de la Gestapo en Praga, murió en el campo de concentración nazi de Ravensbrück, donde las presas fieles a Stalin hicieron todo lo posible por amargar el final de su apasionante existencia. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: elpais.com


miércoles, 24 de agosto de 2016

El silencio de las sirenas. Un cuento de Franz Kafka.

Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:

Para protegerse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con alegría inocente.

Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.

En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.

Ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.

Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.

La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

FIN

jueves, 2 de junio de 2016

"EL PUENTE". Un cuento de Franz Kafka.

Yo era rígido y frío, yo estaba tendido sobre un precipicio; yo era un puente. En un extremo estaban las puntas de los pies; al otro, las manos, aferradas; en el cieno quebradizo clavé los dientes, afirmándome. Los faldones de mi chaqueta flameaban a mis costados. En la profundidad rumoreaba el helado arroyo de las truchas. Ningún turista se animaba hasta estas alturas intransitables, el puente no figuraba aún en ningún mapa. Así yo yacía y esperaba; debía esperar. Todo puente que se haya construido alguna vez, puede dejar de ser puente sin derrumbarse.

Fue una vez hacia el atardecer -no sé si el primero y el milésimo-, mis pensamientos siempre estaban confusos, giraban siempre en redondo; hacia ese atardecer de verano; cuando el arroyo murmuraba oscuramente, escuché el paso de un hombre. A mí, a mí. Estírate puente, ponte en estado, viga sin barandales, sostén al que te ha sido confiado. Nivela imperceptiblemente la inseguridad de su paso; si se tambalea, date a conocer y, como un dios de la montaña, ponlo en tierra firme. 

Llegó y me golpeteó con la punta metálica de su bastón, luego alzó con ella los faldones de mi casaca y los acomodó sobre mi. La punta del bastón hurgó entre mis cabellos enmarañados y la mantuvo un largo rato ahí, mientras miraba probablemente con ojos salvajes a su alrededor. Fue entonces -yo soñaba tras él sobre montañas y valles- que saltó, cayendo con ambos pies en mitad de mi cuerpo. Me estremecí en medio de un salvaje dolor, ignorante de lo que pasaba. ¿Quién era? ¿Un niño? ¿Un sueño? ¿Un salteador de caminos? ¿Un suicida? ¿Un tentador? ¿Un destructor? Me volví para poder verlo. ¡El puente se da vuelta! No había terminado de volverme, cuando ya me precipitaba, me precipitaba y ya estaba desgarrado y ensartado en los puntiagudos guijarros que siempre me habían mirado tan apaciblemente desde el agua veloz.

FIN

sábado, 28 de mayo de 2016

"El buitre". Un cuento de Franz Kafka

Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra.

Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.

-Estoy indefenso -le dije- vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.

-No se deje atormentar -dijo el señor-, un tiro y el buitre se acabó.

-¿Le parece? -pregunté- ¿quiere encargarse del asunto?

-Encantado -dijo el señor- ; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿Puede usted esperar media hora más?

- No sé -le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí -: por favor, pruebe de todos modos.

-Bueno- dijo el señor- , voy a apurarme.

El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.

FIN

martes, 24 de mayo de 2016

Franz Kafka (carta a Oskar Pollak, 1904).

“Pienso que sólo debemos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo? ¿Para que nos haga felices, como dice tu carta? Cielo santo, ¡seríamos igualmente felices si no tuviéramos ningún libro! Los libros que nos hagan felices podríamos escribirlos nosotros mismos, si no nos quedara otro remedio. Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más remotos, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros. Eso es lo que creo”.

viernes, 8 de abril de 2016

Sobre la lectura. Franz Kafka.

“Si el libro que leemos no nos despierta como un puño que nos golpeara en el cráneo, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices? Dios mío, también seríamos felices si no tuviéramos libros, y podríamos, si fuera necesario, escribir nosotros mismos los libros que nos hagan felices. Pero lo que debemos temer son esos libros que se precipitan sobre nosotros como la mala suerte y que nos perturban profundamente, como la muerte de alguien a quien amamos más que a nosotros mismos, como el suicidio. Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro”.

Kafka, en Carta a a Oskar Pollak (1904)

domingo, 3 de abril de 2016

Tertulia Literaria Dialógica en el Centro de Internamiento de Menores de "Las lagunillas" (Jaén).

Ya es el tercer año que tengo la oportunidad de compartir palabras con los menores del Centro de "Las Lagunillas" de Jaén. Así, el miércoles pasado, y acompañado de Laura Cañas, Asesora del CEP de Jaén, nos dirigimos a este Centro para llevar a cabo una Tertulia Literaria Dialógica con el primer capítulo del libro de Franz Kafka: La metamorfosis. De esta manera respondían al reto que les lancé el año pasado cuando hicimos la tertulia con el cuento de Mario Benedetti: Pacto de Sangre.

Allí nos esperaban la directora, algunos educadores y los menores que se habían apuntado a esta aventura. Tras los consabidos saludos empezamos la tertulia. Al principio costó un poco romper el hielo, pero no mucho, ya que pronto todo el mundo se sumó al diálogo con sus aportaciones. Y allí apareció de todo: desde las opiniones más atadas al texto, hasta las que veían detrás de aquellas líneas un mensaje que iba más allá de la transformación -que es como titula Kafka a su relato- de Gregor Samsa. Poco a poco, página a página, fuimos entendiendo el texto, es decir, fuimos creando significados que nacían del diálogo igualitario y compartido acerca de lo leído. Entre ellos destacaría, como ejemplo de la riqueza que hubo, la aportación de una persona que manifestaba que para ella fue Gregor Samsa el que provocó esa metamorfosis ya que era él precisamente el que no estaba conforme con su persona y con la situación que le estaba tocando vivir. 

En cuanto a los tertulianos, he de decir que todos habían leído el texto y que todos participaron con sus comentarios y aportaciones a esa construcción de significados a la que me refería antes. Pero de entre ellos, me llamó la atención un menor que no era español y que intervenía con mucha asiduidad. Era curioso constatar que, aunque a veces no se sujetaba a la página en la que estábamos, se podría decir que no le hacía falta leer el párrafo porque se sabía el texto. Pero lo que me llamó más la atención es cuando nos contó que ese era el primer libro que leía en su vida. Algo que comentamos y con lo que nos reímos, ya que le dije que vaya libro que había cogido para iniciarse. Fuera de bromas, pienso que no es la complejidad del libro lo que aleja a las personas de la lectura, sino otras variables que tienen que ver con la calidad del texto y, sobre todo, con el afecto con que esa persona se vea rodeada en su aventura de leer.

Prácticamente se nos fueron dos horas con esta sesión de tertulia. Finalizamos dejando en el aire toda una serie de expectativas acerca de lo que vendría en los siguientes capítulos y viendo en sus miradas el deseo de continuar haciendo más tertulias. Fue, como las otras tertulias anteriores, una experiencia maravillosa y plenamente enriquecedora. Espero poder volver el año que viene para seguir compartiendo palabras con estas personas tan ricas en conocimientos y experiencias. Y así se lo manifesté, aunque les señalé que esperaba que de aquí a un año estuvieran haciendo tertulias fuera de allí.

¡¡¡ GRACIAS Y ENHORABUENA A TODOS Y A TODAS!!!

HASTA EL AÑO QUE VIENE

sábado, 31 de octubre de 2015

Josefina la cantora o el pueblo de los ratones. Un cuento de Franz Kafka


Nuestra cantora se llama Josefina. Quien no la ha oído no conoce la potencia del canto. No hay nadie a quien no arrebate su canto: esto debe valorarse porque nuestra raza, en general, no ama la música. La quietud es nuestra música más querida. Nuestra vida es difícil, y no podemos -siquiera cuando tratamos de desprendernos de todos los cuidados diarios elevarnos hasta cosas tan lejanas como la música.

Sin embargo, no nos quejamos: no llegamos a tanto, consideramos que nuestra mayor virtud es una astucia práctica, que por cierto necesitamos con extrema urgencia, y con la sonrisa de esa astucia solemos consolarnos de todo, hasta de añorar la dicha que tal vez produce la música (pero esto no sucede). Pero Josefina es la excepción: ama la música y también sabe comunicarla: es única, y cuando nos deje desaparecerá la música de nuestra vida, quién sabe hasta cuándo.

Suelo preguntarme qué sucede realmente con esa música. Puesto que somos nulos para ese arte, cómo comprendemos el canto de Josefina (pero Josefina niega nuestra comprensión, tal vez sólo creamos comprenderla). La respuesta más simple sería que es tan grande la belleza de este canto, que hasta los sentidos más torpes no pueden resistirla, pero esa respuesta no satisface. Si así fuera debería tenerse, de inmediato y siempre ante ese canto, la sensación de que en esa garganta resuena algo que nunca se oyó antes y que podemos oír porque Josefina, y sólo ella, nos capacita para oírlo. Pero justamente, según mi opinión, no sucede así, no siento eso y no he notado que otro sintiera algo parecido. En círculos íntimos, confesarnos abiertamente que el canto de Josefina no es nada extraordinario como canto.

¿Es siquiera un canto? A pesar de que no sentimos la música tenemos tradiciones de canto. En los antiguos tiempos de nuestro pueblo hubo canto, las leyendas lo cuentan y hasta se han conservado canciones que, por cierto, ya nadie puede cantar. Tenemos, pues, cierta noción de canto: a esta noción no corresponde el arte de Josefina. ¿Y es arte, en verdad, o siquiera canto? ¿No es, tal vez, chillido? Por cierto, todos sabemos chillar; es nuestra peculiar expresión vital y no una habilidad artística. Muchos de nosotros chillamos sin darnos cuenta, sin saber siquiera que chillar es una de nuestras características. Si la verdad fuera que Josefina no canta sino chilla, o apenas sobrepasa nuestro común chillido (quizá no alcance su fuerza a la de cualquier trabajador que silba todo el día además de su trabajo), si todo esto, repito, fuera cierto, se refutaría así lo que Josefina presenta como su arte; pero entonces habría que resolver el enigma de su gran efecto. CONTINUAR LEYENDO

jueves, 15 de octubre de 2015

Prometeo. Franz Kafka

De Prometeo nos hablan cuatro leyendas.

Según la primera, lo amarraron al Cáucaso por haber dado a conocer a los hombres los secretos divinos, y los dioses enviaron numerosas águilas a devorar su hígado, en continua renovación.

De acuerdo con la segunda, Prometeo, deshecho por el dolor que le producían los picos desgarradores, se fue empotrando en la roca hasta llegar a fundirse con ella.

Conforme a la tercera, su traición pasó al olvido con el correr de los siglos. Los dioses lo olvidaron, las águilas, lo olvidaron, él mismo se olvidó.

Con arreglo a la cuarta, todos se aburrieron de esa historia absurda. Se aburrieron los dioses, se aburrieron las águilas y la herida se cerró de tedio.

Solo permaneció el inexplicable peñasco.

La leyenda pretende descifrar lo indescifrable.

Como surgida de una verdad, tiene que remontarse a lo indescifrable.

FIN