jueves, 3 de septiembre de 2015

Formar lectores... ¿o pasar exámenes?. Yolanda Reyes

[...] Llamo la atención sobre esas experiencias de lectura que configuran la psiquis infantil y que son la base de la vida emocional y cognitiva porque percibo, en los planes lectores del Estado, cierta obsesión tecnocrática por responder, con cifras y estadísticas, a la presión por mejorar el deficiente desempeño de los escolares colombianos en pruebas como Pisa, Icfes o Saber. Aunque comparto la preocupación por los niveles de lectura que a casi la mitad de nuestros jóvenes les impide inferir, analizar, interpretar y leer para aprender a lo largo de la vida, tengo la sensación de estar en una carrera por "mejorar las notas" que se enuncia en una terminología cuantitativa, como si aumentar el "consumo de libros" y la dotación de computadores pudiera resolver las profundas carencias educativas y culturales que arrastramos durante muchos años en Colombia y que requieren un cambio dramático en nuestra forma de concebir los hechos simbólicos: los hechos de lenguaje.

Lo que nos muestran esas pruebas es la incapacidad de nuestros estudiantes para relacionar lo que leen con lo que piensan y sienten, con lo que son, con lo que sueñan. Y aunque evaluar, medir y dotar son asignaturas pendientes, echo de menos la conexión entre el derecho a la lectura y el desarrollo humano. Esa necesidad de construir sentido, que es parte del equipaje simbólico de la especie y que nos impulsa, desde pequeños, a trabajar con las palabras para habitar mundos posibles y para operar con contenidos invisibles, no se puede perder de vista entre la presión por obtener buenas calificaciones. En el fondo, eso es lo que hemos hecho siempre: leer para rendir cuentas y no para tener la posibilidad de escribir la propia posibilidad, la propia vida.


Un poquito de caos en la LIJ, por favor... Un artículo de Ana Garralón

Tenemos una literatura para niños demasiado rutinaria: los mensajes, los valores, ahora las emociones...  inundan cantidad de libros y, me temo, contribuyen a que los niños encuentren libros que les invitan a seguir, tic, tac, el movimiento repetitivo y predecible de algo que sabemos por dónde va y dónde terminará. Imaginemos un péndulo: izquierda, derecha,  izquierda, derecha. ¿Ya han adivinado por qué es usado por los hipnotizadores?  Bien. Es lo que llamaríamos una realidad preescrita; el cerebro baja la guardia y deja de hacer una de las cosas que hace tan bien: imaginar. La realidad, y lo que es peor, la experiencia de la lectura con estos libros, se reduce a un péndulo. Y es verdad, el mundo responde también a este hábito. Pero somos muchos los que pensamos que el cerebro está bien cuando se emociona y se sorprende. Como diría mi querido Tomi Ungerer: Expect the Unexpected. Por eso me gustaría hablar de dos libros que proponen lo de caos para romper la dinámica normal. CONTINUAR LEYENDO
Fuente: anatarambana.blogspot.com.es/

martes, 1 de septiembre de 2015

Voy a dormir, el último poema de Alfonsina Storni.

En 1938, tres días antes de suicidarse, envía desde un hotel de Mar del Plata a un periódico el soneto:

VOY A DORMIR

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera,
una constelación, la que te guste,
todas son buenas, bájala un poquito.

Déjame sola,oyes romper los brotes.
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides. Gracias. Ah, un encargo,
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido.



El olvido. Vicente Aleixandre

EL OLVIDO

No es tu final como una copa vana
que hay que apurar. Arroja el casco, y muere.

Por eso lentamente levantas en tu mano
un brillo o su mención, y arden tus dedos,
como una nieve súbita.
Está y no estuvo, pero estuvo y calla.
El frío quema y en tus ojos nace
su memoria. Recordar es obsceno,
peor: es triste. Olvidar es morir.

Con dignidad murió. Su sombra cruza.

El reidor. Un cuento del Premio Nobel de Literatura Heinrich BÖLL

EL REIDOR
Heinrich BÖLL (Alemania, 1917-1996)

Cuando me preguntan por mi oficio, siento gran confusión. Yo, al que todo el mundo considera un hombre de una gran seguridad, me pongo colorado y tartamudeo.


Envidio a las personas que pueden decir: soy albañil. Envidio a los peluqueros, contables y escritores por la simplicidad de su confesión, pues todos estos oficios se explican por sí mismos y no necesitan aclaraciones prolijas. Pero yo me siento obligado a responder: “Soy reidor.” Tal confesión implica otras preguntas, ya que a la segunda: “¿Puede usted vivir de ello?”, he de contestar con un sincero “Sí”. Vivo de mi risa y vivo bien, pues mi risa -hablando comercialmente de ella- es muy cotizada. Soy un reidor bueno, experto; nadie ríe como yo, nadie domina como yo los matices de mi arte.

Durante mucho tiempo -y para prevenir preguntas enojosas- me he calificado de actor, sin embargo mis facultades mímicas y vocales son tan nimias que esta calificación no me parecía adecuada a la realidad. Amo la verdad, y la verdad es que soy reidor. No soy payaso ni cómico, no alegro a las gentes, sino que produzco hilaridad: río como un emperador romano o como un bachiller sensible, la risa del siglo XVII me es tan familiar como la del siglo XIX y si es preciso río como se ha hecho a través de todos los siglos, de todas las clases sociales, de todas las edades: lo he aprendido tal como se aprende a poner suelas a los zapatos. La risa de América descansa en mi pecho, la risa de África, risa blanca, roja, amarilla; y por un honorario decente la hago estallar, como mande el director artístico. CONTINUAR LEYENDO

Coleccionar silencios. Un artículo de Gustavo Martín Garzo.

La noticia habla de una biblioteca de Helsinki que ha conseguido multiplicar en poco tiempo el número de sus usuarios. Kari Lämsä, su director, pensó que para conseguirlo tenía que cambiar el concepto de una biblioteca seria y aburrida, lo más parecido a un inmenso almacén alejado de la vida, por otra más participativa y alegre. Su proyecto se ha transformado en un modelo a seguir por otras bibliotecas estatales de Finlandia. Y es que en esas bibliotecas no solo se va a leer, se puede bailar, coser a máquina, dormir la siesta y asistir a conciertos. Nada que ver, sigue contándonos la noticia, con esas bibliotecas de siempre cuya quietud y solemnidad recuerdan el interior de los conventos y las iglesias.

¿Tiene sentido esto o nos estamos volviendo locos? Lämsä afirma que la razón de su éxito es haber creado una biblioteca refractaria al silencio. Pero ¿se puede leer sin silencio, sin quietud? Aún más, ¿uno de los problemas más graves de nuestra época no es nuestra incapacidad creciente para permanecer en silencio? No digo que esté mal que la gente baile, cosa a máquina, acuda a conciertos o a clases de cocina, pero ¿una biblioteca es el lugar para hacerlo? CONTINUAR LEYENDO

Volver a visitar los buenos libros. Un consejo de Anatole Broyard

Anatole Broyard
“Habría que volver a visitar los buenos libros tal como volvemos a visitar lugares o cuadros o volvemos a escuchar una pieza de música. Por lo común he descubierto que la segunda lectura de un buen libro es incluso mejor que la primera, porque la segunda vez estamos mejor preparados, como quien hace estiramientos y flexiones antes de hacer ejercicio. Aunque el placer sea igual de grande, es un placer más consciente que una rendición a ciegas. Uno está más alerta, más atento a lo que sucede”.

“Ebrio de enfermedad”, de Anatole Broyard. La uña rota, 2013. Pág.180.

Anatole Broyard, fue uno de los críticos más influyentes y prestigiosos del suplemento literario de The New York Times, del que fue director. Nacido en 1920 en Nueva Orleans, participó en la Segunda Guerra Mundial como conductor de camiones. Tras la guerra, abrió una librería en el barrio neoyorquino de Greenwich Village y empezó a publicar relatos y ensayos en revistas como The Partisan Review o The New Republic. Impartió clases en la Universidad de Columbia y en la de Nueva York. Años después, le concedieron una beca Guggenheim, que le permitió escribir el presente libro. Cuando en 1989 le diagnosticaron cáncer de próstata, y sin perder su sentido del humor, dedicó sus últimos meses de vida a redactar Ebrio de enfermedad (y otros escritos de vida y muerte), con prólogo de Oliver Sacks, publicado también por esta editorial (La uña rota ediciones). De él Juan José Millás dijo: «Si eres inmortal deberías leer este libro. Si eres mortal también». Ambos títulos vieron la luz tras su muerte en 1990.