La atención a lo real, dice Hannah Arendt, es una forma de virtud. Pero ¿qué es lo real, a qué nos obliga esa atención? ¿Tiene sentido en los tiempos que corren contar, por ejemplo, un cuento de fantasmas, hablar de anillos que dan la invisibilidad, de miembros que siguen viviendo separados de sus cuerpos, de amantes que, como en la bella películaSueño de amor eterno,se encuentran en sus sueños? ¿De qué nos sirve escuchar historias así? Aún más, ¿prestarles atención no es una forma de evitar nuestro compromiso con una realidad que no deja de reclamarnos? El mundo se ha vuelto tan doloroso y sus problemas tan acuciantes que nos parece que esas historias, por muy bellas que puedan parecer, poco o nada tienen que decirnos.
Tenemos hambre de realidad porque todo se ha vuelto extraño e irreal. Por eso pedimos a los libros que nos hablen del mundo en que vivimos y nos ayuden a entenderlo. Sin embargo, más allá de los problemas concretos que nos acosan, y que tienen que ver con las injusticias y los abusos que se comenten cada día, los hombres y mujeres actuales siguen asistiendo al nacimiento de los niños, se pierden en los laberintos del amor, visitan en sueños lugares incompresibles, conversan en secreto con los muertos, se sienten interrogados por la mirada de los animales. ¿Por qué los libros no deberían hablar de todo esto? "Sabes tanto de mí y no me comprendes, escribe Antonio Porchia. Saber no es comprender. Podríamos saberlo todo y no comprender nada". CONTINUAR LEYENDO
Fuente: elpais.com
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