Ustedes me perdonarán -así lo espero- el tono poco ortodoxo de mi exposición, la cual será más bien una especie de larga charla, un coloquio sobre el tema en primera persona del singular -y no por subjetividad egocéntrica, sino por actitud humilde ante una cuestión muy delicada. Al igual que cualquier otro discurso, está lleno de opiniones personales y de ideas que no se presentan como verdades objetivas o hechos indiscutibles, sino más bien como lo que realmente son: una serie de reflexiones en tomo a algo que siempre ha sido una parte muy importante de mi vida. Puede que estas reflexiones sean equivocadas, pero son sinceras. Para mí, es la única manera de tratar este tema de forma honesta.
He de confesar que, cuando tuve el honor de ser invitada a este Congreso para hablar de la ideología de los libros para niños, mi primera reacción fue la de asustarme ante la obligación de afrontar una cuestión tan difícil y delicada. Después llegó el momento en que empecé a preguntarme cuáles eran mis razones
para tener miedo. Como escritora, he de hacer frente a este problema todos los días, y no me da ningún miedo. ¿Cuál era la diferencia? Evidentemente es muy dificil hablar del trabajo de los demás cuando uno mismo es un autor. Pero al reflexionar sobre el tema, me di cuenta de que tenía una postura claramente definida ante esta cuestión, algo en lo que creo profundamente y que, desde hace tiempo, llevo afirmando siempre que me preguntan por ello en una entrevista. Una creencia que para mí se remonta a los años sesenta, cuando estudiaba en la universidad y no imaginaba que llegaría a convertirme en una autora o que escribiría para niños. Fue una revelación repentina que voy a compartir con ustedes ahora, una revelación que se convirtió en una convicción profunda, y que surgió del estudio de la literatura francesa de posguerra y de las cuestiones que autores y críticos como Sartre, Camus y Malraux discutían en esa época. CONTINUAR LEYENDO
No hay comentarios:
Publicar un comentario