El valle, en rigor, no era tal valle sino una polvorienta cuenca delimitada
por unos tesos blancos e inhóspitos. El valle, en rigor no daba sino dos
estaciones: invierno y verano y ambas eran extremosas, agrias, casi
despiadadas. Al finalizar mayo comenzaba a descender de los cerros de greda un
calor denso y enervante, como una lenta invasión de lava, que en pocas semanas
absorbía las últimas humedades del invierno. El lecho de la cuenca, entonces,
empezaba cuartearse por falta de agua y el río se encogía sobre sí mismo y su
caudal pasaba en pocos días de una opacidad lora y espesa a una verdosidad de
botella casi transparente. El trigo, fustigado por el sol, espigaba y maduraba
apenas granado y a primeros de junio la cuenca únicamente conservaba dos notas
verdes: la enmarañada fronda de las riberas del río y el emparrado que
sombreaba la mayor de las tres edificaciones que se levantaban próximas a la
corriente. El resto de la cuenca asumía una agónica amarillez de desierto. Era
el calor y bajo él se hacía la siembra de los melonares, se segaba el trigo, y
la codorniz, que había llegado con los últimos fríos de la Baja Extremadura,
abandonaba los nidos y buscaba el frescor en las altas pajas de los ribazos. La
cuenca parecía emanar un aliento fumoso, hecho de insignificantes partículas de
greda y de polvillo de trigo. Y en invierno y verano la casa grande, flanqueada
por el emparrado, emitía un «bom-bom» acompasado, casi siniestro, que era como
el latido de un enorme corazón.
El niño jugaba en el camino, junto a la casa blanca, bajo el sol, y sobre
los trigales, a su derecha, el cernícalo aleteaba sin avanzar, como si flotase
en el aire, cazando insectos. La tarde cubría la cuenca compasivamente y el
hombre que venía de la falda de los cerros, con la vieja chaqueta desmayada
sobre los hombros, pasó por su lado, sin mirarle, empujó con el pie la puerta
de la casa y casi a ciegas se desnudó y se desplomó en el lecho sin abrirlo. Al
momento, casi sin transición, empezó a roncar arrítmicamente.
El Senderines, el niño, le siguió con los ojos hasta perderle en el oscuro
agujero de la puerta; al cabo reanudó sus juegos. CONTINUAR LEYENDO
No hay comentarios:
Publicar un comentario