martes, 24 de mayo de 2016

Yolanda Reyes. Esas 'sutiles' exclusiones. ¿Cómo es posible que sigan repitiendo las formas de control social y los "tampoco es para tanto"?

¿Cómo es posible que se sigan repitiendo las mismas formas de control social, las mismas risitas indulgentes, los mismos “tampoco es para tanto” y los “pero qué agresiva” cuando una mujer dice lo que tiene que decir, y lo argumenta sin ambages, sin tratar desesperadamente de agradar, de ser cortés, de que la quieran? ¿Cómo es posible que esas exclusiones cotidianas, sobre las que hace casi un siglo escribió Virginia Woolf en el libro que inspira el nombre de esta columna, se sigan repitiendo y que nuestras alumnas –antes y ahora– sigan teniendo que pagar precios emocionales y sociales tan altos por defender la igualdad de trato y de derechos entre hombres y mujeres?

Hago estas preguntas a propósito de lo ocurrido con la intervención de Carolina Sanín en el foro ‘Una agenda periodística sin lugar para tabús’, que organizó la revista Semana en la Feria del Libro. Según relata Laura Martínez Duque en la revista Arcadia, en el foro se debatían las posturas de los medios sobre temas como el matrimonio igualitario, la adopción por parejas del mismo sexo, el aborto y la eutanasia. Carolina Sanín se refirió a la censura sobre la desigualdad de las mujeres, y un señor del público la mandó callar y la acusó de feminista trasnochada, lo cual en este caso era otorgar razón a todos sus argumentos, como ella bien lo hizo notar. Más adelante, cuando aludió a la violación de mujeres, el caricaturista Matador minimizó la seriedad de su intervención con un chiste sobre una modelo que había tratado de violarlo.

Estos hechos y la manera como fueron relatados después en ‘La Luciérnaga’ (una “niña” conflictiva y no una líder de opinión que develaba esa discriminación fundacional frente a las mujeres, tan anterior a las que se estaban debatiendo) ilustran las formas “sutiles” de descalificar, de ningunear y de trivializar la voz de las mujeres, a las que precisamente se refería Carolina Sanín. Y la pregunta, la de siempre, es qué habría pasado si el episodio hubiera sido protagonizado por un hombre de trayectoria similar. ¿Se habría tildado a ese líder de opinión, profesor universitario riguroso y escritor brillante como un niño conflictivo, en vez de haber comentado sus argumentos? ¿Cómo habría reaccionado el público si Sanín hubiera hecho un chiste sobre la eutanasia, después de la intervención de Matador, y él hubiera pedido respetar esa situación compleja y dolorosa? ¿Cómo habrían cubierto los medios su protesta?

Aunque no estemos dispuestas a admitirlo siempre, hay un dolor profundo que cargamos las mujeres, codificado en nuestra memoria genética y muchas veces también en la memoria corporal, y transmitido de generación en generación que, a estas alturas de la historia y después de tantos años de trabajo, debería ser el punto de partida esencial para tratar temas como el abuso sexual y las formas explícitas y soterradas de sexismo, de discriminación y de exclusión. Incluso cuando estas cuestiones se abordan desde el humor hay, y aquí cabe la palabra, un tabú, o al menos un mínimo respeto, que obliga por igual a hombres y mujeres.

De eso hablaba Carolina Sanín, y es lo que le corresponde hacer como profesora universitaria y como líder de opinión que aspira, por supuesto, a que sean consideradas sus ideas. “Hay que ver el nerviosismo que produce que una mujer hable en este país. Obliga o a decirle “cállese” o a la broma compulsiva, a la exhibición de desdén, a la minimización”, escribió, y pidió divulgar el episodio. Eso es lo que hago para romper ese silencio que muchas veces nosotras mismas avalamos y, lo que es más terrible, transmitimos a los jóvenes que siguen a Carolina Sanín. Y que aprenden (espero) a actuar, con esa necesaria contundencia.

1 comentario:

  1. Qué buena reflexión.
    Una muestra más de la estructura VIOLENTA sobre la que está construída nuestra sociedad

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