Estando leyendo Punto de vista, un cuento del libro de relatos Manual para mujeres de la limpieza de Lucía Berlin, que comienza:
"Imaginemos Tristeza, el cuento de Chéjov, en primera persona. Un anciano explicándonos que su hijo acaba de morir. Nos sentiríamos turbados, incómodos, incluso aburridos, y reaccionaríamos precisamente como los pasajeros del cochero del relato. La voz imparcial de Chéjov, sin embargo,, imbuye a ese hombre de dignidad. Absorvemos la compasión del autor por él, y nos conmueve en lo más hondo, si no la muerte del hijo, el hecho de que el viejo termine hablando con el caballo.Pues bien, me ha parecido interesante contrastar lo dicho por la autora con dos cuentos: uno el ya citado de Chéjov, y otro de Rosario Barrios Peña que lleva el mismo título, pero que en este caso está escrito en primera persona. No desvelaré mis conclusiones. Sin embargo os invito a que los leáis y a que, si os apetece, pongáis vuestras opiniones en "comentarios".
Creo que en el fondo, es porque somos inseguros.
Quiero decir que si les presentara así a la mujer sobre la que estoy escribiendo...
"Soy una mujer de cincuenta y tantos años, soltera. Trabajo en la consulta de un médico. Vuelvo a casa en autobús. Los sábados voy a la lavandería y luego hago la compra en Lucky's, recogo el Chronicle del domingo y me voy a casa", me dirían: eh, no me agobies.
En cambio, mi historia se abre con: "Cada sábado, después de la lavandería y el supermercado, Henrietta comparaba el Chronicle del domingo". Ustedes escucharán todos y cada uno de los detalles compulsivos, obsesivos y aburridos de la vida de esta mujer solo porque está escrita en tercera persona. Caramba, pensarán, si el narrador cree que hay algo en esta patética criatura sobre lo que merezca la pena escribir, será que lo hay. Seguiré leyendo, a ver qué pasa."
LA TRISTEZA
Anton Chéjov
El cochero Yona está todo blanco, como un aparecido. Sentado en el pescante de su trineo, encorvado el cuerpo cuanto puede estarlo un cuerpo humano, permanece inmóvil. Diríase que ni un alud de nieve que le cayese encima lo sacaría de su quietud.La capital está envuelta en las penumbras vespertinas. La nieve cae lentamente en gruesos copos, gira alrededor de los faroles encendidos, extiende su capa fina y blanda sobre los tejados, sobre los lomos de los caballos, sobre los hombros humanos, sobre los sombreros.
Su caballo está también blanco e inmóvil. Por su inmovilidad, por las líneas rígidas de su cuerpo, por la tiesura de palo de sus patas, aun mirado de cerca parece un caballo de dulce de los que se les compran a los chiquillos por un copec. Hállase sumido en sus reflexiones: un hombre o un caballo, arrancados del trabajo campestre y lanzados al infierno de una gran ciudad, como Yona y su caballo, están siempre entregados a tristes pensamientos. Es demasiado grande la diferencia entre la apacible vida rústica y la vida agitada, toda ruido y angustia, de las ciudades relumbrantes de luces. CONTINUAR LEYENDO
LA TRISTEZA
El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón lleno de leche que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la tortilla congelada que compré en el supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada. Huele a sudor la habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como si no corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo sé por la tristeza que está encima de los muebles. La tristeza es un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor dice que estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo cada noche sobre la mesa del comedor.Rosario Barros Peña (España, 1935)
FIN
por favor, qué cuento más triste. me ha dejado helada y no entiendo nada. qué pasa con la madre? y el padre? es durísimo.
ResponderEliminarnecesito leer más sobre él.
gracias
Es así, Laura. Ahí queda dicho todo. Es la magia de la palabra en interacción contigo, con tus palabras y sentimientos. El resto está en tu mano.
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