Mañana, 21 de marzo, celebraremos el día de la poesía. Es de suponer que las redes sociales se llenarán de versos y de citas. Las tristes guerras denunciadas por Miguel Hernández se mezclarán con las quejas de Federico García Lorca ante la degradación de la vida moderna y con las ironías sentimentales de Gloria Fuertes. El amor buscará sus ilusiones o sus nieblas con Rosalía de Castro, Pedro Salinas y tantos autores que a lo largo de los siglos nos han enseñado a decir te quiero, no me olvides, no entiendo la vida sin ti. También recordaremos con Gabriel Celaya que la poesía es un arma cargada de futuro.
De futuro y de presente. La transformación digital de nuestras vidas ha convertido en costumbre cotidiana el paso de la intimidad a la escena pública. Ese ha sido el marco de las tareas poéticas, presentar ante los ojos de los demás aquello que es latido en el corazón particular y rayo o sombra en las bodegas de cada conciencia. Las elaboraciones líricas tienen mucho que ver con el pudor. ¿Cómo hablar de las pasiones o la desesperación sin hacer el ridículo? Por eso me atrevo a sugerir que una de las mayores lecciones que la sociedad actual puede aprender de la poesía es el empeño de no perder el sentido de la vergüenza. Sería muy beneficioso que se recuperara la virtud pública del pudor a la hora de declarar nuestras ideas y nuestros sentimientos.
Cada vez que la buena poesía cae en la tentación de la grandilocuencia, el sentido de la vergüenza salva a la poesía y la ayuda a caminar pudorosamente hacia la vida. El culteranismo cortesano de Juan de Mena saludaba “al muy prepotente don Juan el Segundo, / aquel con quien Júpiter tuvo tal celo”, hasta acabar por obligación de la rima con la rodilla hincada en el suelo. Por pudor Jorge Manrique cantó la muerte de su padre de un modo mucho más suave y nos enseñó que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar. Góngora llegó a presentar su Polifemo con un tambor barroco: “Estas que me dictó, rimas sonoras, / culta sí, aunque bucólica Talía”. Quevedo y Lope buscaron maneras más sencillas de hablar del paso de los años, las ruinas y las glorias del amor.
Y así hasta que Bécquer se alejó de las grandilocuencias dolorosas del romanticismo para sugerir la fuerza pudorosa de la tristeza. Poco después Antonio Machado olvidó los fuegos artificiales del Parnaso modernista y modeló sus poemas con las palabras que se usaban en la calle. Son muy divertidas las escenas de las novelas de Galdós en las que una marquesa invitaba a declamar en medio del salón. El vate se lanzaba y daba vergüenza con sus cisnes, pastores y paisajes bucólicos en giros tan convencionales como poco creíbles. Por sentido de la vergüenza, poco a poco, la poesía ha buscado el camino para seguir en la vida y superar retóricas huecas.
No estaría mal aprovechar el día de la poesía para recuperar el pudor. Desde luego sería un primer paso evitar que las críticas se redujeran al insulto zafio o la mentira burda. Pero hay mucho más en juego. El debate político podría mejorarse de forma notable si algunas personas sintiesen vergüenza a la hora de argumentar retóricamente dentro de sus círculos viciosos, haciendo bromas sobre la pobreza, convirtiendo a los débiles en seres amenazantes y en héroes de la decencia a los ladrones. Da vergüenza que quien destruye los derechos cívicos y los cuidados públicos en beneficio propio se presente como defensor de su comunidad.
Pero la poesía siempre piensa muchas veces lo que va a decir. Así que me gustaría añadir un temor. Los poetas hacían el ridículo cuando su retórica se apartaba de la vida. Por eso la poesía acababa volviendo a la realidad. Hoy existen muy poderosos mecanismos de comunicación y control de las conciencias. Es posible que ahora se pierda el sentido de la vergüenza sin apartarse de la vida, ya que es la vida la que puede apartarse de ella misma, haciendo que la realidad sea sustituida por su apariencia y los discursos alternativos del impudor, la mentira y el vacío más negro. Jugarse la verdad es jugarse un mundo habitable.
Un conflicto de nuestro presente. Antes la buena poesía era arrastrada por la vida hasta la verdad. Ahora es posible que la mala poesía arrastre a la vida hasta la mentira.
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