miércoles, 2 de marzo de 2022

"EL ENTIERRO". Un cuento de Amparo Dávila

Volvió en sí en un hospital, en un cuarto pequeño donde todo era blanco y escrupulosamente limpio, entre tanques de oxígeno y frascos de suero, sin poder moverse ni hablar, sin permiso de recibir visitas. Con la conciencia vino también la desesperación de encontrarse hospitalizado y de una manera tan estricta. Todos sus intentos de comunicarse con su oficina, de ver a su secretaria, fueron inútiles. Los médicos y las enfermeras le suplicaban a cada instante que descansara y se olvidara, por un tiempo, de todas las cosas, que no se preocupara por nada. —”Su salud es lo primero, descanse usted, repose, repose, trate de dormir, de no pensar...” —“Pero, ¿cómo dejar de pensar en su oficina abandonada de pronto sin instrucciones, sin dirección? ¿Cómo no preocuparse por sus negocios y todos los asuntos que estaban pendientes? Tantas cosas que había dejado para resolver al día siguiente. Y la pobre Raquel sin saber nada... Su mujer y sus hijos eran acompañantes mudos. Se turnaban a su cabecera pero tampoco lo dejaban hablar ni moverse.” —“Todo está bien en la oficina, no te preocupes, descansa tranquilo”—. Él cerraba los ojos y fingía dormir, daba órdenes mentalmente a su secretaria, repasaba todos sus asuntos, se desesperaba. Por primera vez en la vida se sentía maniatado, dependiendo sólo de la voluntad de otros, sin poder rebelarse porque sabía que era inútil intentarlo. Se preguntaba también cómo habrían tomado sus amigos la noticia de su enfermedad, cuáles habrían sido los comentarios. A veces, un poco adormecido a fuerza de pensar y pensar, identificaba el sonido del oxígeno con el de su grabadora, y sentía entonces que estaba en la oficina dictando como acostumbraba hacerlo, al llegar por las mañanas; dictaba largamente hasta que, de pronto y sin tocar la puerta, entraba su secretaria con una enorme jeringa de inyecciones y lo picaba cruelmente; abría entonces los ojos y se encontraba de nuevo allí, en su cuarto del hospital.

Todo había empezado de una manera tan sencilla que no le dio importancia. Aquel dolorcillo tan persistente en el brazo derecho, lo había atribuido a una simple reuma ocasionada por la constante humedad del ambiente, a la vida sedentaria, tal vez abusos en la bebida... tal vez. De pronto sintió que algo por dentro se le rompía, o se abría, que estallaba, y un dolor mortal, rojo, como una puñalada de fuego que lo atravesaba; después la caída, sin gritos, cayendo cada vez más hondo, cada vez más negro, más hondo y más negro, sin fin, sin aire, en las garras de la asfixia muda. CONTINUAR LEYENDO

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