miércoles, 15 de marzo de 2017

La revolución inacabada. El romanticismo significó la renovación de la música y la ironía narrativa, pero también el impulso inicial de las ideologías totalitarias

'Túmulo junto al mar', de Caspar David Friedrich
En la Fenomenología del espíritu, Hegel dedica uno de sus dardos más crueles contra los primeros románticos, que, al fin y al cabo, fueron los más lúcidos entre sus contemporáneos. Con desdén, compara su contribución a la filosofía moderna, en pleno entusiasmo por la Francia revolucionaria de 1789 y la naciente identidad nacional alemana, con “una noche en la que todos los gatos son pardos”. Señalaba así una característica indeterminación que comparten los muchos romanticismos —no siempre afines y coherentes entre sí— que componen la tradición cultural europea de los últimos dos siglos, pues es verdad que los románticos son víctimas de sus afinidades electivas: vacilan entre la experiencia íntima y fragmentaria y el sistema, entre tradicionalismo y espíritu de innovación; y practican cultos incompatibles como la ironía, que borra las trazas del sujeto, y el genio; así como invocan la vieja sabiduría de los mitos sin renunciar del todo a la razón.

Pero ocurre que estas contradicciones también son las propias del individuo moderno, de donde cabe pensar que el Romanticismo es una revolución inacabada. Sus tribulaciones siguen siendo en gran medida las nuestras, lo que explica el prestigio de figuras de trayectoria equívoca, como Ernesto Che Guevara, y la casi universal adhesión que concita, generación tras generación, cualquiera que adopte el entusiasmo, el estilo o el aura románticos.

Lo romántico se asemeja a una koiné, una lengua común, y a un espíritu del tiempo. Genera una respuesta empática de certidumbre inmediata, como los versos de Emily Dickinson; o —por qué no— un rechazo visceral, sobre todo cuando el estilo se hace pomposo: ¿hay algo más cursi que Jünger cuando escribe que “no conoce el mar quien no haya visto a Neptuno”, o Heidegger cuando afirma que la piedra es más piedra en el Partenón? CONTINUAR LEYENDO 
Fuente: cultura.elpais.com

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