Recuerdo que cuando me contaron
por primera vez la historia de Adán y Eva me quedé fascinado con tanto poderío.
Allí aparecía la mano de un Dios que finalizaba su creación dando vida a un
trozo de barro, del que nacería el hombre, hecho a su imagen y semejanza. Pero
al verlo tan solo, y viendo que necesitaba compañía, lo durmió, le extrajo una
costilla y con ella vio el mundo la primera mujer. No se especifica si en
este caso fue hecha a su imagen y semejanza. Pudiera ser, pienso yo, que quien escribió el relato tuviese claro que Dios era hombre. ¡Ya empezamos!
También me cautivaba la fábula,
con perdón, del Paraíso Terrenal. Aquel lugar idílico en que Dios puso a Adán y
a Eva a fin de que llevasen una existencia sin ningún tipo de sobresalto. Allí
había de todo lo que uno podía desear. Bueno, de casi todo. Pero eso ya lo
veremos más adelante. Ahora bien, poco o nada sabemos de cómo era la relación
entre Adán y Eva, a excepción de los
diarios que Mark Twain logró rescatar y que nos presentan una situación
un poco diferente al relato oficial. Según estas fuentes, las oficiales, es de
suponer que se llevarían bien, que todo entre ambos sería paz y armonía. Eso
sí, para que todo esto se prolongase en el tiempo, lo único que NO podían hacer
era comer los frutos del árbol de la
ciencia del bien y del mal. Algo que no parecía muy difícil de cumplir.
Así, en medio de este mar de abundancia, transcurría la
existencia de la pareja. Sin hijos, sin amigos, sin paro, sin hipotecas, sin
políticos, sin enfados, sin envidias, sin violencia, sin enemigos, sin… futuro, sin vida.
Pero un día, apareció el diablo -es una forma de llamar al pensamiento-, en forma de serpiente y le tentó a Eva. Pero,
¿por qué a Eva y no a Adán? Hay distintas versiones, aunque las voy a sintetizar en dos. La primera, que
podemos considerar como la políticamente correcta, nos indica que la elección se produjo porque la veía más fácil de
convencer o engañar. Pero hay otra que dice que la eligió porque veía en ella
una criatura con mayor curiosidad que Adán, así como con un espíritu más crítico y con menos miedo que el de este. Y así fue. Habló, a modo de diálogo interno, con ella un buen rato, pero
no conseguía que Eva desobedeciese. Fue al preguntarle acerca del porqué no
podían comer de ese árbol, cuando quedó desarmada. Eso, ¿por qué?
Pensó
preguntárselo a Adán, pero le pareció que allí no iba a encontrar ninguna
respuesta; que si había que dar algún paso hacia el conocimiento, lo tendría
que dar ella. Y lo hizo. Mordió la manzana y fue a ofrecérsela a su pareja. Le
habló de lo que había sentido, de sus ganas de conocer, de sus deseos de
avanzar sin miedo y de llegar a ser plenamente humana. Pero Adán no era como
ella. Tenía miedo. Prefería conservar lo que tenía a exponerse a la ira de Dios,
al tiempo, al futuro. Pero al fin, su débil carácter, su pusilanimidad, su
comodidad, su falta de criterio propio le llevaron a comer de la manzana. Y ya
sabéis lo que pasó: la expulsión del paraíso, el trabajo, las enfermedades, el
parto, los políticos, los banqueros, Trump, etc.
Ahora bien, lo que no me quedó claro fue cuál era la moraleja de la fábula. Y aquí también creo que sigue habiendo dos versiones. Una, la oficial, y otra, la incorrecta políticamente, y que
es la que pretendo plasmar en este texto. Según la primera, Eva fue la que por
su debilidad, por su forma de ser, cayó en la tentación del demonio. Y no
contenta con esto fue a convencer a Adán de que hiciera lo mismo. Y este, por contentarla, por el cariño (¿?)
que la profesaba, dio su brazo a torcer. Y aquí viene la moraleja: ¡CUIDADO CON LAS MUJERES!
Precaución, porque la mujer, aunque puede ser, además de necesaria, adorable, es voluble, sin
voluntad, qual piuma al vento, fantasiosa, despegada de la realidad y lo que es peor: lo contagia a todos los de su entorno y, a veces, si se la deja, va más allá. Hay que tener cuidado con
ella, sobre todo, porque domina las artes de la seducción. Una mujer sin freno puede
enloquecer al hombre, puede desnortarle, quebrar su voluntad, y lo que es más
terrible, no sólo a un hombre, sino a los hombres. Ella es capaz, aunque sea
sin pretenderlo, de sembrar la cizaña entre ellos y llevarlos al
enfrentamiento. CONCLUSIÓN: ¡Ojo con ellas! Atémoslas corto, alejémoslas del
poder, del conocimiento, de los puestos de responsabilidad, de los espacios
públicos, de los sacerdocios. Tapémoslas, escondámoslas, hagámoslas invisibles socialmente. Y, si es preciso, deshumanicémoslas,
cosifiquémoslas. Todo por el bien de la humanidad. Y esta moraleja, esta visión
es la que ha regido y sigue rigiendo en el mundo y es la que da lugar a la
discriminación de la mujer y justifica simbólicamente la violencia hacia ellas.
Sin embargo, mi visión es totalmente distinta. Para mí, la
pregunta que se hace acerca de por qué no puede comer del árbol es el primer
paso que se da en la Historia hacia el conocimiento. Y ese primer paso lo da
una mujer. La curiosidad no mató al gato, lo mató el desconocimiento. Por otra
parte, es esa curiosidad, ese deseo de conocimiento, lo que la lleva a comer
la manzana, a pesar del riesgo que podía suponer. Eva intuye, que es
una forma de conocer, que la manzana es la libertad. Y tiene miedo. Pero quiere
volar, quiere sentir, quiere emocionarse, quiere amar, en una palabra: quiere
vivir. Y la elige. Y la come aun sabiendo que es un fruto que en ocasiones
puede ser amargo, que con ella van a venir todo lo que apocalípticamente les
dijo Dios, incluida la muerte. Y con ese acto inicia el proceso de
humanización de la especie. Ya no hay vuelta atrás. Y se la ofrece a Adán.
Quiere compartir con él la libertad. Pero Adán tiene miedo, más miedo que ella.
Le aterra la libertad, prefiere que se
equivoque el obispo, que decida, que se responsabilice ella. Así que al
final, sin estar convencido, sin criterio, decide seguirla, aunque guarda en su
corazón la acusación que se convertirá en revancha para el caso de que las
cosas salgan mal. Y así fue. Y así el hombre llegó, por otro camino, a las mismas conclusiones
que las de la versión oficial. Conclusiones que han venido falseando la auténtica feminidad, y digo auténtica, porque se basa en la libertad.
Mi conclusión es distinta. Pienso que Eva, la primera mujer, y
no el hombre, fue la que apostó por la libertad y la que nos hizo humanos. A ella, pues, le debemos la libertad. Y ya es hora de proclamar a los cuatro vientos que fue una mujer la que
dio este gran paso sin el que no hubiésemos conocido la felicidad, porque sin
libertad no es posible ser feliz. No es la verdad la que nos hará
libres, sino que será la libertad la que nos hará verdaderos.
Pero el hombre sigue temiendo a la mujer, porque sigue
teniendo miedo a la libertad. Algo de lo que nos habla en profundidad Erich
Fromm en su libro Miedo a la libertad.
Y por eso quiere controlarla, acotarla, desvalorizarla, invisivilizarla, dejarla
en casa, que no salga, que es peligrosa…, que a ella no le da miedo el futuro, que no
teme a la felicidad. Además, tiene el poder de la procreación. Algo que la hace
todavía más temible. Este es el terrible drama que desde la literatura nos plasma Dostoeivski en El
Gran Inquisidor.
Pienso, por tanto, que ya va siendo hora de que de una vez por todas los
hombres maduremos y reconozcamos que la mujer es el origen del conocimiento y
de la libertad; que ya es hora de que dejemos de temer a la mujer; que, como
consecuencia de ese miedo, la discriminemos, cosifiquemos y ejerzamos la
violencia real o simbólica sobre ella. En una palabra, que, aunque sea tarde, ya es hora de que nos demos cuenta de que el gesto que hizo Eva por
la libertad es el único camino que nos puede llevar juntos por el sendero de la igualdad, del
amor y de la felicidad.
Miguel Loza Aguirre
¡Qué bien se comienzan así los días!
ResponderEliminarGracias por tus palabras Miguel
Un abrazo
MªPía