Es un artículo muy interesante en el que el autor va estableciendo las relaciones entre la literatura infantil y la construcción de la conciencia moral del niño. En él se debate entre las tres etapas por las que ha pasado dicha literatura. Destacando el eterno debate entre los cuentos de hadas y la persistencia de unos valores de una determinada época y que no casan con los actuales. Merece la pena leerlo y debatirlo.
La acción de la literatura
Plantear un ensayo para establecer relación entre la Literatura Infantil y la construcción de la conciencia del niño implica, en principio, anunciar las reglas del juego1. Indudablemente este juego puede desarrollarse de varias maneras. Por eso, para que nadie se lleve a engaño, es necesario declarar los modos aquí escogidos para él.
En primer lugar, se parte de la Literatura Infantil como conjunto «de manifestaciones y actividades que tienen como base la palabra con finalidad artística que interesen al niño»2. El rasgo de «interés» suscitado en el niño insiste en el aspecto de libertad, por su parte, en la aceptación voluntaria de elementos que usará libremente también, para la construcción de su propia conciencia, en la línea del constructivismo cognoscitivo. Libertad que, en cualquier caso, no excluye la motivación. Se acepta, no obstante, que el niño construye su peculiar modo de pensar, de conocer, de modo activo, como resultado de la interacción entre sus capacidades innatas y la exploración ambiental que realiza mediante el tratamiento de la información procedente del entorno. En este caso la información del entorno no llega directamente, sino a través de la literatura, que no es canal de comunicación totalmente neutro. La Literatura Infantil intenta poner ante los ojos de los niños algunos retazos de vida, del mundo, de la sociedad, del ambiente inmediato o lejano, de la realidad asequible o inalcanzable, mediante un sistema de representaciones, casi siempre con una llamada a la fantasía. Y todo ello para responder a las necesidades íntimas, inefables, las que el niño padece sin saber siquiera formularlas; y para que el niño juegue con las imágenes de la realidad que se le ofrecen y construya así su propia cosmovisión. Nótese bien que el niño recibe imágenes -literarias, pero imágenes- de la realidad, no la realidad misma.
Si no temiéramos abrir aquí una vía de agua con riesgos de naufragio, tendríamos que inclinarnos ahora ante la necesidad que ha de acuciar al niño de comparar la realidad con sus imágenes servidas. Pero justo es invocar aquí otra regla del juego para no pretender el imposible de seguir dos caminos diferentes a la vez, en lugar de confiar que el niño, en su momento, realice tales comparaciones y saque las conclusiones lógicas.
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