Las Bases Curriculares vigentes de la asignatura de Lengua y Literatura, por un lado, reconocen a los y las jóvenes como agentes de transformación social y, por otro, persiguen el desarrollo de competencias comunicativas que posibiliten su participación activa y responsable en la sociedad. De hecho, el propósito del ramo es que los y las estudiantes sean “ciudadanos y ciudadanas conscientes de que viven insertos(as) en una cultura que interactúa con otras y es dinámica; capaces de ejercer su libertad en armonía con los demás, libres de prejuicios y otras formas de discriminación, y que tienen las herramientas para participar activamente en sociedad y ser agentes de los cambios sociales” (p.33).
Frente a este desafío, el rol de los y las docentes es fundamental, en particular en el área del desarrollo de la lectura, la escritura y el pensamiento crítico; de hecho, innumerables investigaciones en torno a la lectura literaria y la escuela (Cerrillo, 2016; Chambers, 2015; Colomer, 2005; Machado, 2002; Petit, 1999) concluyen que la lectura —al igual que la escritura— constituye una forma de acceso al saber y a la cultura, así como “un camino privilegiado para construirse uno mismo, para pensarse, para darle sentido a la propia experiencia” (Petit, 1999, p.74). Bajo este prisma, quien media un libro forma parte de ese proceso de aprendizaje, lo que significa involucrarse en lo que los(as) alumnos(as) leen, cómo leen, qué habilidades lectoras poseen, qué prácticas y/o saberes asocian a esa lectura, qué experiencias y conocimientos tanto personales como colectivos se ponen en juego, qué efecto tanto cognitivo como afectivo se produce (o se espera provocar), entre otros.
[...] Sin embargo, es necesario que quienes median esta literatura —en el caso del aula escolar, los y las docentes— lo hagan desde una perspectiva crítica, la que no solo debe circunscribirse a los criterios de selección de los libros pensados para la instancia de mediación, sino, y principalmente, ocuparse del análisis, interpretación y discusión de los discursos presentes en estos textos literarios. Desconocer la dimensión ideológica de esta literatura es no comprender que estamos frente a una práctica social específica, institucionalizada por el mundo adulto a través del mercado editorial y la industria cultural, que transmite y/o discute determinados modelos de ser y estar en el mundo, en términos de género, etnia, clase, rango etario, postura política, visión económica, memoria histórica, entre otros. Por ello, aquella mediación unidireccional —desde el adulto hacia el niño(a) y/o joven—, que no promueve el debate y la experiencia de lectura colectiva, que no privilegie la participación del lector y su propia postura frente a lo leído, que no considere los mecanismos ideológicos que todo texto pone en juego y que busque solo entretener, no contribuye al desarrollo de estrategias de lectura que apunten, precisamente, a potenciar el pensamiento crítico y la autonomía en el proceso de aprendizaje.
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