Leer nos hace más libres. Leer nos hace mejores personas. Leer nos cambia la vida, nos permite conocer nuestro yo más íntimo y experimentar vidas y realidades ajenas a la nuestra. Leer es una puerta abierta a la fantasía y a la maravilla.
Estas y otras afirmaciones semejantes son una parte fundamental del discurso sobre la lectura de los últimos años. Tales aseveraciones se pueden hallar en las opiniones de docentes, de escritores e intelectuales, y también en las campañas oficiales de promoción de la lectura.
Parece que se ha optado por ensalzar el valor de la lectura apelando a sus en apariencia múltiples beneficios, en unos tiempos en los que la lectura (al menos la lectura de libros en papel) tiene unos poderosos enemigos en las nuevas formas de aprendizaje y entretenimiento digital.
Tan ubicuo es dicho discurso que podríamos decir que ha dado paso a un subgénero de ensayo sobre la lectura: aquel que matiza e incluso niega su utilidad. Y ello por la vía de la crítica, de la deconstrucción de los beneficios que se suelen aducir para afirmarla.
Así, con variados estilos y con títulos más o menos afortunados, nos encontramos con autores que nos llaman al escepticismo frente a afirmaciones contundentes como las que mencionaba más arriba, afirmando que en realidad leer no nos hace ni mejores, ni más listos, ni más inteligentes, ni nos aporta tantas cosas como parecemos empeñados en creer.
Sostener lo contrario, nos dicen, es un signo de fundamentalismo lector: una actitud de aquellos apasionados de la lectura que tienden a sobrevalorar el acto de leer, que defienden su pasión con tópicos difíciles de sostener, cuando no irracionales. Pero lo peor del fundamentalismo lector no sería el uso de falacias, sino el desprecio que puede llegar a generar hacia los no lectores. Y es que si leer nos hace más libres, más inteligentes y mejores personas, ¿qué habríamos de decir de aquellas personas que no leen: que son más esclavos, más tontos y peores que nosotros? ¿Qué derecho tenemos a hacer tal cosa? ¿No será ello un exceso de prepotencia, de desprecio elitista?
En cierto sentido es un fenómeno comprensible, puesto que es una reacción a afirmaciones excesivas que son difíciles de comprobar si se toman al pie de la letra. Practicar un sano escepticismo parece necesario tanto en este como en otros ámbitos de la vida intelectual. Lo que sucede es que un exceso de escepticismo puede acabar abocándonos a un cinismo igual de injustificado que el triunfalismo al que intenta combatir.
Por ello parecería prudente intentar elaborar una nueva defensa de la lectura, matizando algunos tópicos cuando sea necesario sin por ello renunciar a seguir remarcando los beneficios de la lectura.
En los párrafos que siguen voy a intentar elaborar mi particular defensa de la lectura. Para ello examinaré tan sólo algunos de los argumentos escépticos que me parecen más relevantes. Sostendré que los escépticos tienen razón al atacar las afirmaciones más inflamadas sobre el valor de la lectura, pero al mismo tiempo afirmaré que tenemos buenas razones para seguir defendiendo que la lectura es y debería ser una actividad central en nuestras vidas.
No obstante, me temo que los argumentos que podamos utilizar para defender la lectura no son tan contundentes ni definitivos como nos gustaría. Aun así, presentaré mi defensa y veremos a dónde nos conduce. Antes de comenzar, me gustaría hacer un par de apreciaciones. CONTINUAR LEYENDO
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