sábado, 30 de noviembre de 2019

El camino no elegido, un poema de Robert Frost.


Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,
y apenado por no poder tomar los dos
siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie
mirando uno de ellos tan lejos como pude,
hasta donde se perdía en la espesura;
Entonces tomé el otro, imparcialmente,
y habiendo tenido quizás la elección acertada,
pues era tupido y requería uso;
aunque en cuanto a lo que vi allí
hubiera elegido cualquiera de los dos.
Y ambos esa mañana yacían igualmente.
¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!
Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,
dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.
Debo estar diciendo esto con un suspiro
de aquí a la eternidad:
dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
yo tomé el menos transitado,
y eso hizo toda la diferencia.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Trito la curiosa, cuento popular africano

En el interior de las tierras togoleñas, aproximadamente a una legua de la famosa «Colina de las hadas», que la infalible memoria de los ancianos recuerda aún, se hallaba una aldea, una muy pequeña aldea, de una decena de almas, entre las que vivían un cazador y su esposa. 

Los vecinos de esta aldea lo tenían todo para ser felices. Y el cazador con su mujer también habrían sido igualmente felices si no les hubiera faltado aquella cosita que da alegría a la familia africana: un hijo. 

Día tras día, los esposos no dejaban de lamentarse de su desgracia. Lari, la esposa del cazador se quejaba tanto de su esterilidad que su marido salió en busca de un charlatán, un nigromante o un médium dispuesto a ayudarlos. 

Una mañana, el hombre llegó a la choza de Kanou, el más viejo de los videntes de la aldea, quien le informó antes de que aquel le hubiera dicho el motivo de su visita: 

- He consultado a los dioses sobre vuestro caso, Cazador; me han comunicado que tu mujer jamás tendrá hijos. 

Aquellas palabras del anciano, quizá por su brutalidad, produjeron en Atissou (es el nombre del cazador) el efecto de un fuerte cabezazo. Por un momento, creyó que iba a quedarse sin respiración. Pero volvió en sí y, casi sin voz, preguntó: 

- Y usted, Gran Mago, ¿no puede hacer nada contra esa mala suerte? 

Cabe pensar que el vidente ocultaba sus intenciones a fin de evaluar el grado de aflicción y de determinación de la pareja estéril. Pues, tan pronto como el cazador le hizo la pregunta, se puso a hacerle promesas.

- Lo voy a intentar -dijo- con la ayuda de los dioses, voy a intentar hacer que al menos tengáis una hija, para alejar la tristeza que envuelve vuestro hogar. 

Más adelante, Kanou declaró al cazador y a su mujer que la niña nacería, pero que sería testaruda, excesivamente curiosa, insoportable. Los dos esposos tuvieron que dar su conformidad, pues, según el lema de la mujer africana, mal vale lo intratable que nada. CONTINUAR LEYENDO

La reina de los colores, un álbum ilustrado de Jutta Bauer, contado por Beatriz Montero.

jueves, 28 de noviembre de 2019

La magia de las palabras con Gloria Fuertes, un proyecto para el fomento de la lectura en Educación Primaria. Autoras: Ana Fernández-Rufete Navarro y María Fernández-Rufete Navarro.


El proyecto La magia de las palabras consiste en una experiencia con la poesía de Gloria Fuertes que se llevó a cabo en el primer curso de Educación Primaria del CEIP Reino de Murcia en el área de Lengua Castellana y Literatura y Educación Artística donde se realizaron propuestas didácticas con el objetivo de acercar al alumnado a la poesía y mejorar la comprensión lectora a través de habilidades visuales y artísticas. El propósito de esta experiencia fue la de integrar esta propuesta en el proyecto de la biblioteca del centro: Aprender, imaginar y divertir: un proyecto vivo y dinámico de biblioteca, que el centro desarrolla como medio de animación a la lectura. A su vez, se introduce el juego poético en el aula para trabajar la comprensión lectora de manera creativa e imaginativa integrando la biblioteca del centro en la actividad docente.


miércoles, 27 de noviembre de 2019

Faros en la noche, un poema de Joan Margarit, Premio Cervantes 2019


Intento seducirte en el pasado.
Las manos al volante y esta luz
de club nocturno del tablier me dejan
-fantasía invernal- bailar contigo.
Detrás de mí, igual que un gran camión,
el mañana hace ráfagas de luces.
No lo conduce nadie y me adelanta,
pero ahora tú y yo viajamos juntos
y el coche puede ser el dos caballos
de los años sesenta hacia París.
«Je ne regrette rien» canta Edith Piaf.
Bajo la ventanilla, entra la noche
fría de la autopista, y el pasado
se aproxima de cara, velozmente:
cruza y me ciega sin bajar las luces.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

El muro, un cuento de Jean Paul Sartre


Nos arrojaron en una gran sala blanca y mis ojos parpadearon porque la luz les hacía mal. Luego vi una mesa y cuatro tipos detrás de ella, algunos civiles, que miraban papeles. Habían amontonado a los otros prisioneros en el fondo y nos fue necesario atravesar toda la habitación para reunimos con ellos. Había muchos a quienes yo conocía y otros que debían ser extranjeros. Los dos que estaban delante de mí eran rubios con cabezas redondas; se parecían; franceses, pensé. El más bajo se subía todo el tiempo el pantalón: estaba nervioso.

Esto duró cerca de tres horas; yo estaba embrutecido y tenía la cabeza vacía; pero la pieza estaba bien caldeada, lo que me parecía muy agradable: hacía veinticuatro horas que no dejábamos de tiritar. Los guardianes llevaban los prisioneros uno después de otro delante de la mesa. Los cuatro tipos les preguntaban entonces el nombre y la profesión. La mayoría de las veces no iban más lejos, o bien, a veces les hacían una pregunta suelta: “¿Tomaste parte en el sabotaje de las municiones?”, o bien: “¿Dónde estabas y qué hacías el 9 por la mañana?”. No escuchaban la respuesta o por lo menos parecían no escucharla: se callaban un momento mirando fijamente hacia adelante y luego se ponían a escribir. Preguntaron a Tom si era verdad que servía en la Brigada Internacional: Tom no podía decir lo contrario debido a los papeles que le habían encontrado en la ropa. A Juan no le preguntaron nada, pero, en cuanto dijo su nombre, escribieron largo tiempo.

—Es mi hermano José el que es anarquista —dijo Juan—. Ustedes saben que no está aquí. Yo no soy de ningún partido, no he hecho nunca política.

No contestaron nada. Juan dijo todavía:

—No he hecho nada. No quiero pagar por los otros.

Sus labios temblaban. Un guardián le hizo callar y se lo llevó. Era mi turno:

—¿Usted se llama Pablo Ibbieta?

Dije que sí.

El tipo miró sus papeles y me dijo:

—¿Dónde está Ramón Gris?
—No lo sé.
—Usted lo ocultó en su casa desde el 6 al 19.
—No.

Escribieron un momento y los guardianes me hicieron salir. En el corredor Tom y Juan esperaban entre dos guardianes. Nos pusimos en marcha. Tom preguntó a uno de los guardianes:

—¿Y ahora?
—¿Qué? —dijo el guardián.
—¿Esto es un interrogatorio o un juicio?
—Era el juicio, dijo el guardián.
—Bueno. ¿Qué van a hacer con nosotros?

El guardián respondió secamente:

—Se les comunicará la sentencia en la celda.

En realidad lo que nos servía de celda era uno de los sótanos del hospital. Se sentía terriblemente el frío debido a las corrientes de aire. Toda la noche habíamos tiritado y durante el día no lo habíamos pasado mejor. Los cinco días precedentes había estado en un calabozo del arzobispado, una especie de subterráneo que debía datar de la Edad Media: como había muchos prisioneros y poco lugar se les metía en cualquier parte. No eché de menos mi calabozo: allí no había sufrido frío, pero estaba solo; lo que a la larga es irritante. En el sótano tenía compañía. Juan casi no hablaba: tenía miedo y luego era demasiado joven para tener algo que decir. Pero Tom era buen conversador y sabía muy bien el español. En el subterráneo había un banco y cuatro jergones. Cuando nos devolvieron, nos reunimos y esperamos en silencio. CONTINUAR LEYENDO



Un interesante y profundo pensamiento de Melanie Klein


lunes, 18 de noviembre de 2019

La necesidad de la violencia, un artículo de Javier Cercas publicado en El País el 17/XI/2019.

En una entrevista concedida a este diario, la escritora francesa Annie Ernaux justificaba así la violencia de los llamados chalecos amarillos: “Es una violencia real que responde a una violencia simbólica. Quien no la entienda es porque nunca ha sentido la necesidad de destrozarlo todo, porque nunca ha experimentado ese sentimiento de injusticia”. Y concluía: “A veces pienso que no saldremos de ésta sin un poco de violencia”. Con multitud de variantes, la idea recupera adeptos a marchas forzadas entre quienes, a falta de mejor nombre, seguimos llamando intelectuales, sobre todo entre los europeos. Algunos de ellos nos recuerdan que la violencia ha existido siempre, afirman que por algo será, ponderan los avances que se han producido gracias a ella y concluyen que, aunque nuestros tiempos líquidos, posmodernos y melindrosos lo olviden o escondan, una cierta violencia es necesaria para que el mundo mejore.

Todo esto es viejísimo, pero interesante. De entrada diré que Ernaux se equivoca: es muy fácil entender la necesidad que siente cualquiera de destrozarlo todo, porque no hay nadie que, en el curso de su vida, no haya experimentado alguna vez un sentimiento de injusticia; la cuestión es si el destrozo es excusable, como piensa ella, o no: la cuestión es si, para remediar la injusticia sangrante y realísima (no simbólica) que padecen los palestinos, es buena idea derribar las Torres Gemelas y acabar con la vida de 3.000 personas. Lo de que “no saldremos de ésta sin un poco de violencia” es por otra parte, admitámoslo, un tanto vago. ¿A qué se refiere Ernaux con el pronombre “ésta”? ¿A la situación de Francia, uno de los países más privilegiados del mundo? ¿O a la de los palestinos? Más vago aún es lo de “un poco de violencia”. Porque, ¿cuánta violencia es ésa? ¿Se trata de una violencia con muertos o sin muertos? Si con muertos, ¿de cuántos hablamos? ¿Uno? ¿Diez? ¿Cien? ¿Mil? ¿Cien mil? ¿Un millón? Porque, en estas cosas, ya se sabe que todo es empezar… Y, por cierto, ¿quién pone los muertos? ¿Los malos? ¿Y quiénes son los malos? ¿Los ricos? ¿Los pobres? ¿Los árabes? ¿Los judíos? ¿Y por qué no damos ejemplo los intelectuales —un ejemplo irreprochable de coherencia entre pensamiento y acción— y ponemos nosotros mismos los muertos? ¿Por qué no la señora Ernaux, ya que estamos?

En cuanto a los grandes avances con que nos ha bendecido la violencia, se trata de una afirmación pomposa pero indemostrable, porque es indemostrable que tales avances no hubieran podido producirse sin violencia; lo que no hace falta demostrar siquiera, en cambio, son los vertiginosos retrocesos y los sufrimientos incalculables que ha provocado la violencia: basta con poner la tele para verlos. Una cosa sí es cierta, y es que la violencia ha existido siempre: quizá no sea la partera de la historia, como quería Marx, pero sí es su cantera, o al menos la materia con que está fabricada. Ahora bien, ¿es esa obviedad razón suficiente para que debamos resignarnos a ella? También las mujeres han vivido siempre subordinadas a los hombres —que las hemos considerado inferiores y tratado como esclavas, o poco menos— y no parece insensato que hayamos decidido, en estos tiempos líquidos, posmodernos y melindrosos, que tal cosa es una canallada y tratemos de ponerle remedio.

Ignoro por qué algunos intelectuales vuelven a difundir por Europa esta idea, más tóxica que el arsénico. Quizá es postureo, ansia de llamar la atención; quizá es puro conformismo del anticonformismo, que es la forma más común del aborregamiento intelectual; quizá sea simple idiotez o frivolidad de hijos privilegiados del periodo más largo de paz en la historia de Europa, nostálgicos de los viejos buenos tiempos —sólidos, ásperos, premodernos— en que el prosaísmo tedioso de la democracia liberal no combatía la épica apasionante con que la historia arrasó nuestro continente. Sea como sea, está claro que el antiintelectualismo constituye un ingrediente fundamental del nacionalpopulismo rampante en Europa (como lo fue de su progenitor: el fascismo); es una deprimente paradoja que algunos intelectuales contribuyan a fomentarlo.

domingo, 17 de noviembre de 2019

TÚ PUEDES SER UN COCODRILO (LEER, IMAGINAR, COMPRENDER), UN ARTÍCULO DE JUAN MATA

El presente artículo examina las diversas y complejas relaciones entre texto e imágenes que caracterizan al álbum ilustrado contemporáneo. Las ilustraciones ya no pueden considerarse un mero acompañamiento o aclaración del texto, sino que contribuyen de modo autónomo y determinante a la elaboración de significados por parte de los lectores. La propia estructura de los álbumes demanda un tipo de lectura muy exigente y muy activa. De ahí la importancia de promover y atender las respuestas tempranas de los niños a la lectura de los álbumes. Las diferentes respuestas a la literatura son un modo de afinar la comprensión de una historia y repercuten en la pedagogía de la lectura y en el conocimiento de la literatura y el arte.



... el cocodrilo del cuento era la representación metafórica de una actitud reconocible por los niños que conversaban y se trataba entonces de aceptar sin reservas que ese animal podía ser cualquiera de ellos. Reconocerse en los sentimientos de un animal dibujado en un álbum significa que se ha asumido la idea de que podemos poner nuestra experiencia en relación con la experiencia de un personaje de ficción, confrontarla con las sombras imaginadas por una mente ajena. Ése es el principio elemental de las convenciones artísticas.

... Desafortunadamente, sigue predominando la idea de que estos objetos artísticos son adecuados sólo para los niños que no saben leer o leen de modo titubeante, pues se continúa juzgando las ilustraciones como simples aclaraciones del texto, como estímulos a la comprensión de las palabras, de manera que una vez se ha aprendido a leer con seguridad hay que ir abandonando la costumbre de apoyarse en las imágenes para seguir el hilo de una historia. Ese prejuicio hace que el álbum siga siendo considerado un objeto de menor valor literario y su uso quede relegado a las edades más tempranas.
Sin embargo, ningún asunto de la experiencia humana es ajeno a los álbumes. Las cuestiones más livianas –la primera visita al zoo o el control de esfínteres- o las más graves -la muerte de personas amadas o las violaciones de los derechos humanos- están presentes en los álbumes, de manera que su lectura propicia todo tipo de reflexiones y todo tipo de respuestas. Las imágenes y las historias de los álbumes contemporáneos ofrecen tanta intensidad emocional y ética como cualquier obra literaria escrita expresamente para adultos.


... Los niños lectores observan las ilustraciones con atrevimiento y sagacidad, y es precisamente la confianza en la inteligencia de los niños, entendida como una disposición permanente para aceptar e indagar lo desconocido, el respaldo de las más atrevidas propuestas estéticas. Los ilustradores contemporáneos no trabajan en realidad pensando exclusivamente en los niños, sino que crean su obra a sabiendas de que será contemplada por personas de muy diversos niveles de competencia artística y experiencia vital. La receptividad de los niños, su carencia de prevenciones culturales y artísticas, su deseo de conocer y aprender, hace sin embargo que las audacias formales y pictóricas de los artistas no les resulten extrañas. Lo inadmisible para los adultos es aceptado sin problemas por los niños, que no se amedrentan ante lo incomprensible ni temen a la complejidad.

... Al hablar de lectura no deberíamos referimos exclusivamente a la lectura individual y silenciosa, sino que es necesario tomar en cuenta las lecturas en voz alta que se realizan con niños. No tiene esa práctica, sin embargo, tanto reconocimiento como la lectura realizada a solas, a pesar de sus indudables beneficios. Considerada necesaria para quienes aún no saben leer o son lectores incipientes, la lectura en voz alta se juzga improcedente una vez que los lectores han adquirido seguridad y competencia. En no pocos casos se considera una mera actividad complementaria, de entretenimiento o recompensa. Esos prejuicios lastran la concepción de la comprensión lectora y afectan al significado mismo del conocimiento literario. La lectura en voz alta no debería entenderse como un anticipo o una preparación para el aprendizaje de la lectura y la escritura, aunque las consecuencias didácticas sean indudables, sino como una actividad autónoma orientada a promover la reflexión y a fomentar el interés de los niños por la literatura y el arte.

viernes, 15 de noviembre de 2019

La espera, un poema de Joan Margarit, Premio Cervantes 2019.


Te están echando en falta tantas cosas.
Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas manos,
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbramos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.
Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Patriotismo, un cuento de Yukio Mishima


I
El veintiocho de febrero de 1936, al tercer día del incidente del 26 de febrero, el teniente Shinji Takeyama, del batallón de transportes, profundamente perturbado al saber que sus colegas más cercanos estaban en connivencia con los amotinados, e indignado ante la inminente perspectiva del ataque de las tropas imperiales contra tropas imperiales, tomó su espada de oficial y ceremoniosamente se vació las entrañas en la habitación de ocho tatami de su residencia privada en la sexta manzana de Aoba-cho, en el distrito Yotsuya. Su esposa, Reiko, lo siguió clavándose un puñal hasta morir. 

La nota de despedida del teniente consistía en una sola frase: "¡Vivan las Fuerzas Imperiales!" La de su esposa, luego de implorar el perdón de sus padres por precederlos en el camino a la tumba, concluía: "Ha llegado el día para la mujer de un soldado". Los últimos momentos de esta heroica y abnegada pareja hubieran hecho llorar a los dioses. Es menester destacar que la edad del teniente era de treinta y un años; la de su esposa, veintitrés.

Hacía sólo dieciocho meses que se habían casado.CONTINUAR LEYENDO


lunes, 11 de noviembre de 2019

La lectura, íntima y compartida, una conferencia de Michele Petit


... A juzgar por lo que me ha contado la gente que ha podido tener acceso a la lectura en un momento de su vida, un libro, una biblioteca, ayudan sobre todo a crear un espacio, y más aún, allí donde ningún margen de maniobra, ningún territorio personal parece ser permitido. Si hay mediadores que saben bregar para que los libros produzcan menos miedo, si saben lanzar un puente que vincule una biblioteca con un barrio, con un pueblo, los niños, los adolescentes, los adultos querrán agarrarse a alguna cosa. A palabras que uno les diga, a trozos de saber, a una historia que se les lea, o que van a descubrir por ellos mismos, si no les cuesta demasiado trabajo descifrarla. Y esto abrirá un espacio donde las relaciones serán menos salvajes como mitigadas, mediatizadas por la presencia de estos objetos culturales. En contextos violentos, una parte de ellos ya no será rehén, una parte de ellos escapará a la ley del lugar, a los conflictos cotidianos. Como para Rosalie: «La biblioteca, los libros, eran la mayor felicidad, el descubrimiento de que había otro lugar, un mundo, allá lejos, en el que podría vivir. En ocasiones hubo dinero en la casa, pero el mundo no existía. Lo más lejos que llegábamos era a la casa de mi abuelita, en vacaciones, en los límites del municipio. Sin la biblioteca me habría vuelto loca, con mi padre gritando, haciendo sufrir a mi madre. La biblioteca me permitía respirar; me salvó la vida».

Es como un espacio para tomar un nuevo aire, para reconstruirse, para rehacerse. Allí se perfila otra representación de sí mismo. Pero no es únicamente un escape o un lote de consolación para aquellas y aquellos que se sienten encerrados. Para cada uno de nosotros, este espacio creado por la lectura se aproxima a lo que los psicoanalistas llaman, según Winnicott, el área transicional, esa zona tranquila, sin conflictos, que se inaugura entre el niño y su madre, si el niño se siente en confianza; ese área de juego en la que el pequeño ser humano inicia su emancipación, comienza a construirse como sujeto, apropiándose de algo que su madre le propone –un objeto, una cancioncita, una historia. El objeto, el relato, la cancioncita, simbolizan la unión de los seres que en adelante estarán diferenciados, restablecen una especie de continuidad, permiten sobrellevar la angustia de separación. Fortalecido con la historia o la cancioncita incorporada, el niño puede alejarse un poco, comenzar a trazar su propio camino, a percibirse como separado, diferente, capaz de crear un pensamiento independiente. Puede elaborar su capacidad de estar solo en presencia del adulto, construir el espacio del secreto: algo se les va de las manos a los adultos, con estos primeros trazos de una interioridad, de una subjetividad; de una capacidad para simbolizar y entrar en relación con los otros, más allá de la unión primera, más allá de los brazos maternos.

Ahora bien, las experiencias culturales no son sino una extensión de estas primeras experiencias de juegos, de vida creadora, de emancipación. Y durante toda la vida, pueden ser vías privilegiadas para hacernos recuperar, tanto ese espacio apacible como la experiencia del niño que, a partir de ese espacio tranquilo, protector, estético, entre su madre y él, se rehace y se vuelve autónomo.


domingo, 10 de noviembre de 2019

Como tú, un poema de León Felipe musicado por Paco Ibáñez.


COMO TÚ...

Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera...

viernes, 8 de noviembre de 2019

Noticias de la Tertulia de la Prisión de Zaballa (Nanclares de la Oca / Alava / España)


Hace tiempo, más de un año, que no redactaba ninguna entrada haciendo referencia a la Tertulia de la Prisión. Quizás, más de alguna persona haya pensado que esa ausencia se debía a que había desaparecido. Pero no. La Tertulia ha continuado su peregrinaje ininterrumpidamente desde que comenzó allá por el año 1999 y con el mismo éxito que en los años precedentes.

El curso pasado compartimos la lectura de varios libros:
  • Causas de la guerra en España, de Manuel Azaña
  • La Mansión, de William Faulkner
  • Adiós a Sidonie, de Hackl Erich
  • Castellio Contra Calvino - Conciencia Contra Violencia, de Stefan Zweig
  • Zapatos italianos, de Henning Mankell
  • El lector de Julio Verne, de Almudena Grandes.
Salvo La Mansión, que nos resultó muy pesada, el resto de los libros tuvo una muy buena acepatación. Nos sorprendió agradablemente el libro de Manuel Azaña, un texto muy interesante para entender, que no comprender, la Guerra Civil. También nos gustó el de Stefan Zweig ya que con él nos adentramos en las vicisitudes del calvinismo, sobre todo en la terrible y violenta figura de Calvino que tiene como contrapunto la de Castellio, llena de coraje valor cívico, así como de lucha contra los abusos de los calvinistas. El lector de Julio Verne nos llevó de nuevo a la Guerra Civil, en este caso a la posguerra, vivida en un pueblo pequeño y sórdido de la Sierra Granadina. Finalmente, Zapatos italianos, nos dejó un grato sabor de boca.

Este curso hemos comenzado leyendo Sefarad, de Antonio Muñoz Molina. Y hemos de confesar que nos ha encantado. Es una gran obra se mire por donde se mire. Ha dado mucho juego, ya que ha provocado un compartir dialógico muy rico. Aquí os dejamos alguna cita del mismo:
… Echo de menos la pudorosa ternura masculina, la emoción de sentirse aceptado y comprendido y no atreverse a expresar la gratitud por tanto afecto: no la torva camaradería hombruna, la confidencia jactanciosa o el cruce de un guiño baboso ante la presencia de una mujer deseable. -265
… Cada uno de nosotros era intensamente él mismo y justamente esa singularidad era la que lo vinculaba a los otros dos, a cada uno de una manera única y distinta, siendo el mismo amor el que nos envolvía a los tres. Mi mujer y yo, mi hijo y yo, mi mujer y mi hijo, mi hijo mirándonos cuando nos hacíamos una caricia y mi mujer mirándonos al niño y a mí cuando caminábamos con las cabezas bajas por la playa, buscando conchas y cangrejos, yo mirando al niño cuando echaba arena sobre los pies de su madre, entre los dedos con las uñas pintadas de rojo, sobre el empeine y los talones. -267
… Nunca soy más yo mismo que cuando guardo silencio y escucho, cuando dejo a un lado mi fatigosa identidad y mi propia memoria para concentrarme del todo en el acto de escuchar, de ser plenamente habitado por las experiencias y los recuerdos de otros. -479
Tras este libro, vamos a leer El Mundo, de Juan José Millás. Ya os contaremos qué tal nos ha ido.




jueves, 7 de noviembre de 2019

Las esposas felices se suicidan a las seis, un artículo-cuento de Gabriel García Márquez publicado en El País en 1982.


A veces me entretengo en el supermercado observando a las amas de casa que vacilan frente a los estantes mientras deciden qué comprar, las veo vagar con su carrito por los laberintos de artículos expuestos a su curiosidad, y siempre me pregunto, al final del examen, cuál de ellas es la que se va a suicidar ese día a las seis de la tarde. Esta mala costumbre me viene de un estudio médico del cual me habló hace algunos años una buena amiga, y según el cual las mujeres más felices de las democracias occidentales, al cabo de una vida fecunda de matriarcas evangélicas, después de haber ayudado a sus maridos a salir del pantano y de formar a sus hijos con pulso duro y corazón tierno, terminan por suicidarse cuando todas las dificultades parecían superadas y deberían navegar en las ciénagas apacibles de su otoño. La mayoría de ellas, según las estadísticas, se suicidan al atardecer. Se ha escrito desde siempre sobre la condición de la mujer, sobre el misterio de su naturaleza, y es difícil saber cuáles han sido los juicios más certeros. Recuerdo uno feroz, a cuyo autor no quiero denunciar aquí porque es alguien a quien admiro mucho y temo librarlo a las furias de las lectoras eventuales de esta nota. Dice así la frase: "Las mujeres no desean más que el calor de un hogar y el amparo de un techo. Viven en el temor de la catástrofe y ninguna seguridad es bastante segura para ellas y a sus ojos el porvenir no es sólo inseguro, sino catastrófico. Para luchas por adelantado contra esos males desconocidos no hay engaño al que no recurran, no hay rapacidad de la que no se sirvan, y no hay ningún placer ni ilusión que no combatan. Si la civilización hubiera estado en manos de las mujeres, seguiríamos viviendo en las cuevas de los montes, y la inventiva de los hombres habría cesado con la
conquista del fuego. Todo lo que piden a la caverna, más allá del abrigo, es que sea un grado más ostentosa que la del vecino. Todo lo que piden para la seguridad de los hijos es que estén seguros en una cueva semejante a la suya". Por los tiempos en que conocí esta frase, declaré en una entrevista:  "Todos los hombres son impotentes". Muchos amigos y, sobre todo, algunos que no lo eran, no pudieron reprimir sus ímpetus machistas y me replicaron con denuestos públicos y privados que podrán resumirse en uno solo: "El ladrón juzga por su condición". Pienso ahora que, tanto en la frase sobre las mujeres como en la mía sobre los hombres, lo único reprochable es la exageración. No hay duda: todos los hombres somos impotentes cuando menos lo esperamos y, sobre todo, cuando menos lo queremos, porque nos han enseñado que las mujeres esperan de nosotros mucho más de lo que somos capaces, y ese fantasma, a la hora de la verdad, inhibe a los humildes y conturba a los arrogantes. En la frase sobre las mujeres, que en realidad fue atribuida a las del imperio romano, falta señalar el horror de esa condición que en nuestros tiempos conduce a tantas amas de casa a tomarse el frasco de somníferos, uno detrás del otro, y mejor si es con un vaso de alcohol, a las seis de la tarde. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 4 de noviembre de 2019

No tires las cartas de amor, un poema de Joan Margarit

Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.