—Buenos días, hermano gallo.
—Buenos días, hermano coyote.
—¿Qué haces ahí trepado?
—Ya lo ves, tomando el sol.
—¿Por qué no bajas un rato a “platicar” conmigo?
—No me atrevo, ¡no vaya a pasarme “alguna cosa”!
—¿Qué puede sucederte? Si desconfías de mí, acuérdate de que ya el león, el rey de la selva, acaba de dictar una ley ordenando que ningún animal le haga daño a otro. ¡Anda, baja, no tengas miedo!
—No me atrevo…
—¡Pero si la nueva ley te ampara!
—No creas, hermano: hay cabrones que ni la ley respetan.
II
-¿Adónde con tanta prisa, hermano chango? ¿Por qué corres así?
-Voy a esconderme, hermano tejón.
-¿Por qué?
-El rey de la selva acaba de ordenar que maten a todos los elefantes.
-Sí, ¡pero tú eres mono y no elefante!
-Cierto, pero mientras lo averiguan, me chingan.
(Y siguió corriendo.)
FIN
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