martes, 14 de noviembre de 2023

"DESDE LA OTRA ORILLA". Un cuento de Ricardo Ojanguren Urdáñez

Ilustración: Rubén Bergasa

Ahora recuerdo lo bonito que era levantarse y escuchar el agua del Iregua al fondo. Desde mi prado se escuchaba el ruido del agua al chocar contra las piedras. Su descenso se convertía en un suave murmullo que llegaba constante hasta mis orejas y comenzaba a despertar mis adormecidos sentidos.

También recuerdo el frescor de la hierba húmeda sobre mi piel. El rocío de la mañana mojaba suavemente mi tripa cuando intentaba incorporarme y me producía un cosquilleo que erizaba todos mis pelos.

Y al fondo la iglesia de San Martín con su ruidoso reloj marcando las horas. Ese ruido periódico, constante, controlaba toda nuestra vida o, mejor dicho, nuestra existencia.

Me vienen a la memoria muchas imágenes de aquellos días aunque algo me dice que no volverán a repetirse. Me entristece pensar que habiendo disfrutado mucho de la vida, del sol, del viento, de los pastos e incluso de las pertinaces moscas, sin embargo, no he sabido gozarlo en su momento. Por eso ahora me gustaría volver a empezar mi vida o, mejor dicho, mi existencia, para sentir con un placer de animal cada minuto, cada brizna de hierba, cada soplo de brisa, cada rayo de sol en invierno y cada primavera, sentir las gotas de agua fresca sobre mi morro, el reloj de San Martín cada hora y la quietud de esa existencia cómoda, sin esfuerzos ni preocupaciones.

Jamás hubiese pensado que pudiera haber un interés comercial detrás de tanto cuidado. Nunca pensé que aquellos hombres que se preocupaban tanto de que en nuestros comederos jamás faltase el grano y el pienso ni en nuestros bebederos el agua, que tan pronto como notaban cansados nuestros cuerpos nos miraban recelosos examinándonos la boca, los ojos, la temperatura de nuestro vientre y, si era preciso, nos inyectaban sustancias para hacernos reaccionar, que se ocupaban de mantener secos y con paja limpia nuestros lechos, pudiesen tener otro interés que el de cuidar a unos pobres animales indefensos como una madre cuida a sus crías. Pero ahora descubro que detrás de todo aquello se escondía una intención distinta a la que yo pude imaginar. CONTINUAR LEYENDO

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