Cuando leáis esta carta ya no estaré con
vosotros en este mundo. He sido vuestro padre mientras vivía y no tengo
intención de dejar de serlo ahora solo porque haya muerto. La paternidad no
declina, ni siquiera por la circunstancia de la muerte. Aunque naturalmente
muta y estas líneas son para explicar ese cambio.
Como padre, una de mis ambiciones ha sido la de no estorbar
demasiado. Si un padre no estorba el desarrollo natural de su hijo, ya contribuye
positivamente a su educación. Tantos padres castrantes, autoritarios,
frustrados y frustrantes, preferí no tener influencia sobre vosotros a tenerla
excesiva o mala. No estoy de acuerdo con Platón cuando afirma que la
descendencia es una forma de eternidad para los mortales. A la descendencia hay
que dejarla en paz y no usarla como coartada, ni siquiera de eternidad. Nunca
me formé un plan previo para vosotros que debierais satisfacer, así que tampoco
hubo riesgo de que lo defraudarais. La naturaleza tiende a su propia perfección
y así lo ha hecho durante millones de años antes de la aparición del homínido.
Con esta confianza elemental en el impulso de la naturaleza, me senté a
contemplar cómo esta hacía su trabajo en vosotros y fui feliz testigo de
vuestro maravilloso crecimiento.
Como padre, una de mis ambiciones ha sido la de no estorbar
demasiado. Si un padre no estorba el desarrollo natural de su hijo, ya
contribuye positivamente a su educación
Con todo, los hijos están al cuidado de los padres. De
estos depende que los primeros no solo crezcan, sino que crezcan sanos. Somos
proveedores de vuestra salud. La del cuerpo, claro está, pero también la
mental, sentimental y anímica. Emulando el magisterio de vuestra madre, cuidé
paternalmente de vosotros para proporcionaros las condiciones de una vida
saludable y salvaros –salud significa salvación– de lo insano, mórbido y
vicioso al acecho. Nada hay seguro para los mortales, todo se halla expuesto a
los antojos de la caprichosa Fortuna. Pero ciertamente, aun sin garantía
ninguna de éxito, el trabajo en la propia salud, si luego se combina con una
sabia administración de las expectativas en la vida, jugando entre la
experiencia y la esperanza, aumenta las probabilidades del gozo inteligente, lo
único que al final de verdad quise para vosotros.
Por decirlo todo, quise algo más. Un padre te cae en suerte
sin elegirlo: me gustaría, por supuesto, que pensarais que vuestra suerte en el
sorteo ha sido buena. Pero mucho más me gustaría que sintierais la evidencia de
que el afortunado he sido yo, porque vuestra mera existencia ha bendecido
definitivamente la mía.
Ahora que me he ido, la paternidad se prolonga a través de
la imagen de mi vida que vosotros custodiáis. Os seguirá tutelando en el
recuerdo la imagen de un padre que procuró no estorbar, cuidó de vuestra
importante salud y se sintió inmensamente afortunado.
¿Que cómo pretendo que esta carta no sea leída hasta
después de mi muerte si ya ha salido publicada en un periódico global? Porque,
entre las lecciones de vida que he transmitido a mis hijos, está la de leer
solo por placer. Y he observado que tienen la sana costumbre de no leerme.
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