domingo, 29 de septiembre de 2019

Un pequeño gorrión. Un artículo de Gustavo Martín Garzo publicado en "El País" el 25 de abril de 2004.

... Ni don Quijote ni Orfeo dejan de pedir, pues ellos aman la vida de una forma tan profunda y absorbente que no pueden sino rebelarse contra lo incompleto de su propia experiencia. Don Quijote quiere convertir el mundo en un hermoso libro lleno de invenciones y aventuras, y Orfeo, inventar con su canto un lenguaje nuevo que lo vuelva habitable. Pero, bien mirado, el lector hace eso mismo cuando lee. Realiza ese acto supremo de pedir que es la lectura, llevado por la nostalgia de una imposible totalidad. Lee para negar que sea cierto que la vida no tenga sentido, y porque no quiere que en el mundo dejen de existir cosas como la bondad, el amor y el perdón.

... Y en esto no son diferentes a los niños. Tampoco ellos se cansan de pedir. Ven un espejo y le piden que sea la puerta que les conduzca a otro mundo, ven a un vagabundo y quieren recibir de él el plano de una isla perdida, un pájaro entra por su ventana y le piden noticias del jardín donde los pájaros hablan, los árboles cantan y el agua es de oro, van al mercado y se detienen ante las cabecitas de los corderos sacrificados como si éstos fueran a susurrarles su triste historia. O mejor dicho, no es que anden buscando cosas, sino que se las encuentran sin darse cuenta. Porque no se trata de esperar que los libros nos entreguen verdades decisivas sobre la vida, sino de leerlos sin saber lo que pretendemos al hacerlo, si es que pretendemos algo. Por eso los buenos libros no sirven para nada concreto. No nos ayudan a comprender el mundo, no nos hacen más sabios; nos sumen en ese estado tan cervantino de la perplejidad. O dicho con palabras de C. S. Lewis, la poesía no está hecha para ser usada, sino para recibirla. Por eso es tan difícil contestar a esa pregunta que tanto tortura a todos los adultos y educadores, acerca de lo que pueden hacer para que los niños lean más. No hay fórmulas, no hay guías posibles. A los libros se llega como a las islas mágicas de los cuentos, no porque alguien nos lleve de la mano, sino simplemente porque nos salen al paso. Eso es leer, llegar inesperadamente a un lugar nuevo. Un lugar que, como una isla perdida, no sabíamos que pudiera existir, y en el que tampoco podemos prever lo que nos aguarda. Un lugar en el que debemos entrar en silencio, con los ojos muy abiertos, como suelen hacer los niños cuando se adentran en una casa abandonada.

... Antes he hablado de placer, y esta palabra, antes que con la satisfacción de una necesidad tiene que ver con la pervivencia del paraíso en la Tierra. Eso nos dicen los cuentos, que el paraíso existe, aunque no esté claro cómo se puede llegar a él. Tal vez sólo por un golpe de suerte. Pero hay que perseguir esa suerte, y eso es lo que los padres quieren decirle al niño cuando se los cuentan por la noche. Por eso gran parte de la mejor literatura infantil ha surgido siempre del amor hacia un niño concreto. Los adultos saben lo terrible que es la vida y que harían un flaco servicio a sus hijos si les ocultaran esa verdad, pero también que el mundo es un lugar extraño donde suceden cosas tan sorprendentes y maravillosas como que ellos estén allí. Y entonces querrán que el mundo esté a la altura de ese prodigio que es el nacimiento y la vida de sus hijos pequeños. Por eso les hablan de dragones, hadas, elfos de la luz y ninfas de las fuentes, de enanos que trabajan en el interior de la tierra y de ogros cuyo reino sangriento es la más insondable oscuridad. Ver donde antes no se veía, hacer visible lo que no puede existir, ésa es la misión de la literatura. El arte de contar no es distinto al arte de llevarse un dedo a los labios y pedir un poco de paciencia a quien nos escucha. "Ahora tienes que prestar atención", es eso lo que la madre le dice a su hijo cuando sentada en su cama le empieza a contar una historia. Y bien mirado, lo que enseguida pasa a narrarle no tiene tanta importancia como el hecho de ser ella quien lo hace. Como la esposa del Cantar de los Cantares, ella cuenta su historia sólo para demorarse en la contemplación del que ama. Para eso se han inventado todos los cuentos que existen, para poder contemplar mientras los contamos el rostro de quien nos escucha.


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