jueves, 24 de febrero de 2022

"ÁRBOLES PETRIFICADOS". Un excelente cuento de Amparo Dávila

Es de noche, estoy acostada y sola. Todo pesa sobre mí como un aire muerto; las cuatro paredes me caen encima como el silencio y la soledad que me aprisionan. Llueve. Escucho la lluvia cayendo lenta y los automóviles que pasan veloces. El silbato de un vigilante suena como un grito agónico. Pasa el último camión de medianoche. Medianoche, también entonces era la medianoche... Reposamos, la respiración se ha ido calmando y es cada vez más leve. Somos dos náufragos tirados en la misma playa, con tanta prisa o ninguna como el que sabe que tiene la eternidad para mirarse. Nada que no sea nosotros mismos importa ahora, sorprendidos por una verdad que sin saberlo conocíamos. Nos hemos buscado a tientas desde el otro lado del mundo, presintiéndonos en la soledad y el sueño. Aquí estamos. Reconociéndonos a través del cuerpo. Nos hemos quedado inmóviles, largo rato en silencio, uno al lado del otro. Tu mano vuelve a acariciarme y nuestros labios se encuentran. Una ola ardiente nos inunda, caemos nuevamente, nos hundimos en un agua profunda y nos perdemos juntos. Suspiras. Yo también. Estamos de vuelta. Ha pasado el tiempo, minutos o años, ya nada está igual. Todo se ha transformado. Se abren jardines y huertos; se abre una ciudad bajo el sol, y un templo olvidado resplandece. Afuera transcurre plácida la noche y en el viento llega un lejano rumor de campanas. No quisiera escucharlas. Suenan a ausencia y a muerte, y me ciño de nuevo a tu cuerpo como si me afianzara a la vida. La desesperanza florece en una pasión que está más allá de las palabras y las lágrimas. “Es muy tarde” dices. “Tendrás que irte…” Me siento al borde de la cama como si estuviera a la orilla del mundo, del espacio en que hemos navegado como planetas reencontrados. Te contemplo vistiéndote con prisa y sin cuidado, yo me pongo una bata con desgana y tengo que hacer un gran esfuerzo para levantarme y caminar hasta la puerta a despedirte. No hablamos. Pueden oírnos y descubrir que nos hemos amado apresurada y clandestinamente en esta noche que empieza a caérseme en pedazos. Las campanas siguen tocando y llegan cada vez más claras en el viento de la madrugada, su sonido nos envuelve como un agua azul llena de peces. Llegamos cogidos de la mano hasta la puerta y nos besamos allí como los que se besan en los muelles. La puerta se cierra tras de ti y es como una página que termina y uno quisiera alargar toda la vida. No logro entender que ya te has ido y que estoy de nuevo sola. Abro la ventana y el aire frío del amanecer me azota la cara. Tiemblo de pies a cabeza y comienzo de pronto a sentir miedo, miedo de que mañana, hoy, todo se desvanezca o termine como niebla que la luz deshace. Vivimos una noche que no nos pertenece, hemos robado manzanas y nos persiguen. Quiero verme el rostro en un espejo, saber cómo soy ahora, después de esta noche... Ha llegado. La llave da vuelta en la cerradura. La puerta se abre. Voy a fingir que duermo para que no me moleste, no quiero que me interrumpa ahora que estoy en esa noche, esa que él no puede recordar, noches y días sólo nuestros, que no le pertenecen. CONTINUAR LEYENDO

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