Eran días crueles
con golpes de febrero en el postigo
y frío al respirar.
¡Agudos
son sus dardos ah doctor!
Giraba un tiempo
sin compasión y sin memoria
en su cabeza en blanco: las pastillas
una inyección que duerme y una goma
metida entre los dientes. Luego
las sacudidas del electrochoque.
Todo por no tomar algunas decisiones
en las que pensó siempre: cierta cuerda
y al aire; o el cañón pavonado
en la boca; o bien salirse
en una curva del acantilado.
El sobraba ¡gran dios! pero tenía
cosas que hacer y nadie reparó
en sus ojos como de niebla
en su chaqueta vacilante
o en un silencio que pedía ayuda.
Los días más crueles
dejaron de asediarle y él sanó
y regresó a la casa con su gente
y olvidó lo vivido.
Luego
pasaron muchos años y al final
el enfermo y los suyos
—con memoria o sin ella—
murieron todos de su propia muerte.
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