Leer es escaparse, como cuando una bate la taza de leche y batiendo se deja ir, absorta entre medio del sueño y la vigilia, mirando que los otros se apuran, se mueven y hacen lo que debe ser hecho, lo que no haces vos. ¡Claudia! espetaba mi madre, porque ya debíamos salir al colegio.
Así, también leer es ausentarse, pedir un comper y perderse en algún delirio de un alguien que jamás hemos visto. Entonces, páginas después, vuelves y habías estado en tu cama, o en el mini y ya te toca bajar, o ya es tu turno en el médico, y debes arreglarte el cuerpo para que vuelva aquí, a este mundo de distancias y envejecimientos. No había estado en la nieve. No había estado en el río, ni en la guerra, no había estado el boxeador con su hambre de carne. No eras tú ese gato solo en el departamento, sino que apenas habías ido a que te midan los lentes. No estabas descubriendo aquella balanza que por decenas de años había servido para robar a los campesinos, sino que apenas era la noche de un domingo que ya se acaba. Mañana otra vez al trabajo.
Leer es escaparte, y expandirte. Recuerdo cuando leí Redoble por Rancas, recuerdo dónde lo leí, y el olor de la habitación, que contenía una pequeña biblioteca, en un centro de formación de adultos, en un pequeño pueblo del altiplano, medio abandonado y solo.
Tenía el corazón enclaustrado en esos cerros, y no podía ver nada del otro lado. Entonces fui abrazada por Manuel Scorza, por las palabras de Manuel Scorza. Había allí una ternura que me inundaba, y fue la primera vez que sentí no solo que me hundía, sino que era empapada, era dulcemente atravesada por un canto que se ejecutaba en perfecta sintonía con el vacío que tanto me angustiaba…. Rancas. Y yo veía las hierbas, las piedras, las palabras de los indios.
A veces, para salvar la vida necesitamos escapar de la vida, y en ese tiempo leer era abrir los ojos y contener campos inmensos, días y noches, vientos, las voces de los hombres y de las mujeres.
Leer es escaparte, y expandirte. Pero leer es también corromperte. A mí me corrompió Gioconda Belli, con sus cabellos largos y sus historias de revoluciones y de amantes que se dejan, sus historias de mujeres andantes y respondonas. Ella me enseñó lo que el recato me había negado, y después me separé y pude dormir feliz y sola en mi cama de dos plazas, la luna lamiendo mis piernas, los árboles de mango espiándome por la ventana.
Leer es escaparte, expandirte, corromperte. Leer también es amar hasta lo imposible, como ama García Lorca, con su amor que brota de la tierra, de los cuchillos, de la sangre. Un amor que pasa al galope, desbocado, y te arranca y te lleva en sus ancas. Con García Lorca aprendes la fuerza de las palabras, que son caballos de belfos impacientes, de crines briosas, caballos malditos hechos de deseo, de músculo, de instinto.
Escaparte, expandirse, corromperse, amar. Leer es también resistir, como resisten contra el frío o contra la muerte, o contra el tiempo, los personajes de Jack London, tan llenos de fuerzas primigenias y básicas. No como nosotros, que queremos ser dioses que no sudan y prendemos el aire; dioses que no envejecen, y nos encremamos y ejercitamos; dioses que no esperan, que no sienten dolor, que nunca están tristes. Aquellos hombres, en cambio, tienen sed de vida, hambre de persistir, y eso los hace míticos, aunque siempre pierdan, porque al final y al cabo siempre somos lo que somos nomás.
Y también está John Steinbeck, esencial. De él sólo diré que leerlo es llegar a casa: la más cobijo y cuna, la más vital. Steinbeck es un instinto, para mí.
Entonces escapar, expandirse, corromperse, amar, resistir. Tal vez antes de todo eso, y también después, leer es escribir, no como quien se dice, sino como quien deja decir, como quien se entrega, en medio de la vida, a la intensidad del tiempo que le toca, porque solamente copia quien permanece estático, quien deja de tener algo para decir. Solamente quien vive más, escribe mejor.
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