domingo, 4 de febrero de 2024

"UNA MUERTE EN FAMILIA". Un cuento de terror de M.A. DEFORD contado por Alberto Laiseca


A los cincuenta y ocho años, Jared Sloane poseía las ordenadas costumbres de un solterón empedernido. A las siete en punto de la tarde en verano y a las seis en invierno, apagaba las luces, cerraba la puerta con llave y regresaba a sus habitaciones. Se duchaba, se afeitaba y se ponía una ropa menos ceremoniosa que la que le exigía su profesión. Luego, se hacía la cena y fregaba. Terminado esto, dejaba el teléfono en el suelo de su dormitorio, donde estaba seguro que lo oiría si sonaba; abría la llave de la puerta del sótano y bajaba a pasar la velada con su familia.

El anciano señor Shallcross, a quien comprara la casa veinte años antes, había utilizado el sótano solamente como almacén. Pero cualquier hombre joven y con recursos propios durante la época de la gran depresión adquirió gran cantidad de excelentes conocimientos, y Jared no fue una excepción. Había aserrado, martillado y pintado, y lo que en cierta época fue un sótano, ahora era un amplio y confortable cuarto de estar, con sus altas ventanas siempre cubiertas con pesados cortinones. No tenía conocimiento de electricidad, pero había llevado un tubo desde la cocina hasta el viejo candelabro de gas, que, como la mayoría de los muebles que había vuelto a pintar y a tapizar, procedía de su atiborrado almacén de cosas viejas que patrocinaba en McMinnville.

La habitación estaba siempre fría, y en invierno tan helada que tenía que permanecer con el abrigo puesto; pero eso era necesario y ya no lo notaba.

Allí estaban siempre esperándole: papá, sentado en el amplio y cómodo sillón, leyendo la Gazette, de Middleton; mamá, haciendo calcetines de lana con sus agujas; abuela, adormilada en la poltrona (se pasaba adormilada todo el tiempo, pues tenía casi noventa años). El hermano Ben y la hermana Emma, jugando al whist, sentados a la mesita en sillas de respaldos rectos, Gussie, la esposa de Jared, sentada al piano, sus dedos parados sobre las teclas, su cabeza vuelta para sonreírle cuando apareciese, y Luke, su hijo de diez años, sentado en el suelo, con un navío de juguete medio construido por él.

Jared se sentaría en el único sitio vacío, una amplia y cómoda butaca tapizada con tela de felpa de color ciruela, y charlaría con ellos hasta la hora de meterse en la cama. Les contaría todo lo que había hecho arriba durante el día, comentaría las noticias y chismes de la ciudad y de las personas que conocía, repetiría los cuentos y los chistes, cuidadosamente expurgados, que había oído a los vendedores, expondría sus puntos de vista y sus opiniones sobre cualquier tema que surgiera en su mente. Ellos nunca discutían con él ni le contradecían. Tampoco le contestaban nunca.

Sus vestidos cambiaban con las estaciones y las modas; pero la escena no se alteraba jamás. Cuando llegaba el momento de irse a la cama, Jared decía:

—Buenas noches a todos. Que tengan un buen sueño.

Apagaba la luz, subía la escalera, echaba la llave a la puerta y se iba a la cama. Durante una temporada besaba a su esposa en la frente al despedirse; pero se dio cuenta de que los otros podían estar celosos, y ahora no mostraba ninguna predilección. CONTINUAR LEYENDO

No hay comentarios:

Publicar un comentario