«El beso», cuento de Guy de Maupassant, es un relato en formato epistolar publicado en 1882, donde una peculiar tía ofrece sabios consejos sobre el amor y el arte de amar a su sobrina afligida por el abandono de su esposo. A través de reflexiones sobre el poder del beso y la diplomacia en las relaciones, destaca la importancia del tacto y la moderación en la expresión de afecto, sugiriendo que la eficacia del amor radica en su sutileza y en el manejo cuidadoso de sus manifestaciones.
"EL BESO"
Encanto mío: De modo que te pasas el día y la noche llorando, porque te abandonó tu marido; no sabes qué hacer y solicitas consejo de tu anciana tía, a la que, por lo visto, supones muy experta. No estoy tan enterada como tú te lo imaginas; pero desde luego que no soy del todo ignorante en el arte de amar o, más bien, de hacerse amar, que a ti te falta un poco. A mis años creo que me debe estar permitido confesarlo.
Me cuentas que no tienes para él otra cosa que atenciones, cariños, caricias y besos. De ahí tal vez procede el daño; creo que te excedes en besarlo.
Tenemos en nuestras manos, querida, la potencia más terrible que existe: el amor.
El hombre, dotado de su fuerza física, la ejerce por la violencia. La mujer, dotada del encanto, domina por la caricia. Es nuestra arma, arma temible, incontrastable, pero que es preciso saber manejar.
Somos, sábelo bien, las dueñas de la tierra. Narrar la historia del Amor desde los orígenes del mundo, equivaldría a narrar la historia del hombre mismo. Todo arranca del Amor: las artes, los grandes acontecimientos, las costumbres, la moral, las guerras, el derrumbamiento de los imperios.
En la Biblia tropiezas con Dalila y Judit; en la Leyenda, con Onfala y Helena; en la Historia, con las Sabinas, Cleopatra y tantas más.
Reinamos, pues, como soberanas omnipotentes. Pero es indispensable que empleemos, lo mismo que los reyes, una diplomacia refinada.
El Amor, pequeña mía, está hecho de primores, de sensaciones imperceptibles.
Sabemos que es fuerte como la muerte; pero es también tan frágil como el vidrio. El choque más insignificante lo quiebra y nuestro dominio se derrumba, sin que podamos ya reconstruirlo.
Tenemos el poder de hacernos adorar, pero necesitamos una cualidad minúscula: el discernimiento de matices en la caricia, la percepción sutil de lo excesivo en la manifestación de nuestra ternura.
En las horas del abrazo perdemos el sentido del matiz, mientras que el hombre, al que nosotras nos imponemos, no pierde el dominio de sí mismo, conserva la capacidad de apreciar lo ridículo de ciertas frases, lo desorbitado de determinadas actitudes.
Encanto mío, permanece siempre en guardia sobre este punto, que es donde falla nuestra coraza, que es nuestro talón de Aquiles. CONTINUAR LEYENDO
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