viernes, 25 de julio de 2025

"UN CUENTO AFRICANO". Un cuento de Roald Dahl

Para Inglaterra, la guerra empezó en septiembre del año 1939. Los habitantes de la isla se enteraron enseguida y empezaron a prepararse. En lugares más apartados, la gente tardó un poco más en oír la noticia y también empezó a prepararse.

En África oriental, en la colonia de Kenia, vivía un joven cazador blanco que adoraba las sabanas, los valles y las noches frescas en las laderas del Kilimanjaro. También él se enteró de la guerra y empezó a prepararse. Atravesó el país para llegar a Nairobi y alistarse en las fuerzas aéreas británicas. Les pidió que le hicieran piloto. Fue aceptado y empezó su formación en el aeropuerto de Nairobi. Le dieron un pequeño Tiger Moth y se convirtió en un buen piloto.

A las cinco semanas casi fue llevado ante un consejo de guerra porque en vez de despegar y practicar picados y virajes, como se le había ordenado, llevó su pequeño avión hacia las praderas de Nakuru para ver los animales salvajes. En el camino le pareció ver un antílope sable y, como se trata de un animal poco común, se emocionó y voló más bajo para verlo mejor. Por mirar al antílope a su izquierda no pudo ver la jirafa a su derecha. El borde delantero del ala de estribor chocó contra el cuello de la jirafa justo debajo de su cabeza y lo seccionó limpiamente. Así de baja era la altura a la que estaba volando. El ala sufrió daños, pero el piloto consiguió volver hasta Nairobi. Y, como ya he dicho, casi le llevan ante un consejo de guerra, porque se puede explicar una abolladura en el ala por haber chocado contra un ave grande, pero no si hay pellejos y pelos de jirafa pegados en el ala.

Después de seis semanas, le permitieron realizar solo el primer vuelo de larga distancia desde Nairobi hasta un lugar llamado Eldoret, un pequeño pueblo a dos mil cuatrocientos metros de altura en la montaña. Pero de nuevo tuvo mala suerte. Esta vez fue por un fallo del motor durante el camino, ocasionado por el agua que había entrado en los depósitos de combustible. Conservó la cabeza fría e hizo un aterrizaje forzoso muy bonito sin dañar el avión, cerca de una pequeña casa en el altiplano, lejos de cualquier población. El altiplano es una tierra muy solitaria.

Se acercó a la casa y se encontró con un viejo que vivía solo, sin más posesiones que un pequeño terreno para plantar batatas, unas gallinas marrones y una vaca negra.

El viejo le trató bien. Le ofreció comida y leche, y un lugar para dormir. El piloto se quedó dos días y dos noches. Después de ese tiempo, un avión de rescate de Nairobi descubrió su avión en el suelo, aterrizó a su lado, encontró el fallo, volvió a marcharse y le trajo combustible limpio para que pudiese por fin despegar de nuevo y regresar.

Durante su estancia en la casa del viejo, que se sentía muy solo y no había visto a nadie en muchos meses, éste le agradeció mucho la compañía y la oportunidad de hablar con alguien. Él hablaba y el piloto escuchaba atentamente. Habló de la vida solitaria, de los leones que le visitaban por la noche, del pícaro elefante que vivía al otro lado de las colinas al oeste, del calor durante el día y del silencio que llegaba con el frío de medianoche. CONTINUAR LEYENDO

miércoles, 23 de julio de 2025

"¿QUÉ ES LO MÁS AMERICANO DE TI?". Un poema de Hala Alyan, poeta y narradora palestino-estadounidense

Mi boca, mis nervios. Los seis acentos de mi acento.
Mi forma de cruzar la calle sin mirar dos veces.
De llenar una maleta sin mirar dos veces.
De despertar al alba y a la nada.
Mi forma de contar la matanza por meses.
Uno, dos, tres, cuatro.
Mi boca. Seguir creyendo que me puede sacar de un lío.
Que cuando un soldado pregunta de dónde
yo digo de aquí y luego de aquí y luego de ningún sitio.
Que cuando un soldado me toca el pelo
y dice quién sabe lo que llevas ahí escondido
yo digo sí, digo lo siento me lo dio una mujer,
no se preocupe, está muerta, arrasasteis su pueblo.
Cinco, seis, siete, ocho.
Cuántos meses hay en un cuerpo.
Cuántas cunas en una estirpe.
Un padre camina por las calles y dice:
Esto es un niño. Esto es un niño. Esto es un niño.
Mi boca.
Cómo confiesa lo que nadie ha pedido.
Cómo olvida las palabras para jasra, jayyal, istislaam.
Cómo siempre está contando una historia.
Hubo una vez un hombre. Un anillo. Una frontera rasgada como el papel.
Una vez un ejército prohibió los vestidos de boda
y las manzanas y los pianos y los niños se convirtieron en datos
y el ruido asoló la tierra
y Lorca dice mi casa no es ya mi casa
y Darwish dice olvidé, como tú, de morir.
Y ¿cómo no ir a hacerse la foto?
¿Cómo llamar al agua que nadie puede beber?
¿Qué es lo más americano de ti?
Mi boca. Mi voz alta. Mi dólar.
Cómo va por los bolsillos hasta el misil,
se aloja en la costilla de un chico.
Mi río, mi árbol, mi anillo.
Cómo sigo amando la luna
aun cuando el dron,
aun cuando el checkpoint,
aun cuando los niños coman eso que comen.
Ay, pero la luna.
Una vez brilló sobre Ŷubayl.
Una vez llevé vestido y entré en una habitación con música.

Una vez devolví un anillo.
Lo siento. Olvida el anillo. Olvida la luna.
Un padre camina en las calles y dice:
Esto es un país. Esto es un país. Esto es un país.
En Manhattan es un mes nuevo
y ella, antes de morir, no muere.
Antes de morir dice ‘ahora los demás debéis vivir’.
Así que vivimos y vivimos y vivimos.
Nos reunimos en la iglesia junto al parque, a escuchar su voz.
Decimos ‘esto es vivir’.
Decimos sí. Decimos yo amo, yo amo, yo amo.

Una vez un hombre dijo
le voy a meter fuego al inglés de tu boca
y lo que quería decir era
soy como tú,
soy peligroso y finjo no serlo.
Olvida a ese hombre.
Digo que quiero rehacerme: en una terminal en Belfast,
en una manifestación con diez mil personas,
en una cama en Greenpoint,
que me toquen hasta olvidar mi propio nombre.
Lorca dice solo tu corazón caliente.
Darwish dice deseo del amor solo el principio.

Así que esta es mi memoria americana.
Corta, como una canción.
Aquí está el mar de mi abuela:
se mueve y centellea, como un rumor,
visible desde todas las ventanas.
Oh, tierra interrupta,
oh, road trip al pasado.
Olvida el pasado.
Lo que intento decir es que me encantan los interrogatorios.
Lo que intento decir es que hicieron de los vestidos un crimen.
¿Quién recuerda la música?
¿Quién respira a través del escombro?
Una vez un lugar explotó
y mi padre se hizo ficción.
No me hables de septiembre.
He olvidado, ¿de quién era marido ese tipo?
¿Mío? No, mío no.
Quién nació dónde. De quién es
el soldado que me apuntó con un arma y me espetó
tú, guapa, siéntate.
¿Qué es lo más americano de ti?
¿Era tu pelo o tu cuchillo?
¿Tu podredumbre o tu metáfora?

Una vez hice autoestop desde una azotea hasta el mar.
Me marché durante la guerra.
Volví, dormí en un banco, dormí un año entero
y las paredes eran amarillas y las
bombas hacían temblar las ventanas y nadie murió.
¿Qué crees que haría yo con un misil?
Mis rodillas a tierra.
Mi dios en la cuerda floja,
y no puedo dejar de soñar con esos vestidos,
con las palas,
con los niños,
cómo un nombre dijo que moriría
pero vivió y luego marchó.

Lorca dice por qué nací entre espejos.
Darwish dice si tiene que haber luna, que esté alta.
Una vez, mi abuela dejó un pueblo
y en su lugar construyeron un parque acuático.
Una vez dejé mi nombre en la boca de un hombre
y creo que ha llegado el momento de recuperarlo.
Olvida la luna. Estoy diciendo que quiero vivir.
Quiero oír la voz de ella cada mañana.
Quiero música. Quiero vino.
Quiero el acento equivocado, el mar equivocado,
las manos equivocadas en mi garganta.
Eso quiero.
Quiero lo que quiero
y eso es lo más americano de mí.
Estoy diciendo olvida mis manos.
No hay ningún checkpoint cerca.
Yo soy la medianoche pasada,
dos kilómetros al oeste, hacia el agua,
y desde aquí este río podría casi ser un mar
y este país podría casi ser un país.
Y ¿cómo me atrevo a hablar del amor?
¿Dónde están los vestidos ahora?
¿Quién les hace su dobladillo de encaje?
¿Qué manos remiendan el blanco?
¿Qué manos contarán los cuerpos?
¿Quién recordará lo que hicieron?
¿Quién vivirá toda esta vida?

martes, 22 de julio de 2025

"CASTIGAR CON EL SILENCIO HACE DAÑO: CÓMO EVITAR LA 'LEY DEL HIELO' EN LA CRIANZA". Sylvie Pérez Lima (Universitat Oberta de Catalunya), theconversation.com 9 julio 2025

No existe relación humana sin comunicación y, por eso, cuando dos amigos se enfadan decimos que “no se hablan”: que alguien nos retire la palabra es la representación más extrema y tangible de que no nos quiere en su vida. Pero cuando el enfado se produce en el seno familiar, cuando un hijo o una hija hace algo que nos altera, nos molesta o incluso nos enfurece, ¿es buena idea ignorarlo, dejar de comunicarnos con él, y “congelar” nuestra relación, aunque sea por unas horas?

Una cosa es tomarse un respiro en un momento de conflicto: esto puede ser una herramienta útil en la crianza. Una pausa breve, consciente, que permita regular las emociones y retomar el diálogo desde la calma. Pero cuando el silencio se convierte en una forma de castigo, repetida y mantenida en el tiempo, aplicamos lo que se conoce como la “ley del hielo”: una práctica relacional que rompe el vínculo y puede dejar huella en la salud emocional de niños y adolescentes.

Tratamiento de silencio y maltrato emocional

Entre adultos, cuando el silencio se impone de forma sistemática como respuesta a un conflicto, genera desconcierto, inseguridad y dolor. Pero en la infancia, el impacto puede ser aún mayor. Ignorar deliberadamente a un niño o niña tras un conflicto –dejar de hablarle, de mirarle, de nombrarle– no es una pausa: es una exclusión. No se le ofrece una explicación ni una vía de reparación, bloqueando cualquier posibilidad de reconstrucción y enviando el mensaje: “Ya no existes”.

Por eso, cuando este patrón se repite, hablamos de una forma de maltrato emocional, definido por la negación reiterada del afecto y atención del cuidador, lo que vulnera el derecho del niño a ser escuchado, expresar su opinión y, por tanto, de entender qué ha ocurrido.

De hecho, la exclusión emocional activa las mismas zonas cerebrales asociadas al dolor físico: la corteza cingulada anterior y la ínsula anterior, particularmente sensibles a la exclusión social en la infancia. El rechazo y la ignorancia generan también dolor.

Consecuencias a medio y largo plazo

Los niños expuestos habitualmente a este tipo de castigo aprenden a asociar el afecto con la aprobación condicional y el silencio con la amenaza o el rechazo. Es decir, aprenden que el afecto está condicionado a aquello que hagan o no hagan y que cuando alguien se calla delante de ellos es porque los rechazan o castigan.

El “tratamiento de silencio” familiar se asocia con menor satisfacción relacional en adultos y baja autoestima. Además, se transmite de generación en generación: si nuestros padres lo usaron con nosotros, es probable que a nosotros nos surja esa reacción de manera espontánea cuando nos enfadamos. Esto último nos recuerda cómo nunca dejamos de ser modelos y ejemplo de lo que los niños serán en el futuro.

Este patrón de crianza que se basa en ignorar al menor cuando no cumple con nuestras expectativas puede generar ya desde la infancia:
  • Baja autoestima y sensación de no ser suficiente.
  • Dificultades para establecer relaciones seguras y confiables.
  • Miedo al conflicto, evitación emocional o respuestas desproporcionadas en crisis.
  • Problemas de comunicación emocional, mostrando incapacidad para expresar o identificar sentimientos.
Un daño que se produce sin pensar

Uno de los aspectos más insidiosos de la “ley del hielo” es que los padres, madres o cuidadores que la aplican no suelen ser conscientes de estos efectos tan devastadores.

A menudo, no se realiza con intención voluntaria de dañar. Surge de la frustración, el agotamiento o la falta de recursos educativos. Muchos adultos, desbordados por conflictos diarios, optan por el silencio como forma de imponer autoridad sin enfrentarse al diálogo. Pero aunque no haya intención, el daño está ahí.

Alternativas para gestionar el enfado

Distinguir entre una pausa reguladora y un silencio castigador es fundamental. Parar para afrontar de manera más asertiva la resolución del conflicto es saludable. En cambio, si el silencio impide la reparación del vínculo y excluye emocionalmente al niño o niña, no es educativo: es destructivo.

Educar implica acompañar los conflictos de forma respetuosa y sana. El apoyo emocional continuo y el contacto positivo actúan como amortiguadores frente a los efectos del maltrato emocional. Algunas estrategias eficaces para evitar la sistematización del silencio pueden ser:

  • Nombrar lo que sentimos, poner palabras antes del silencio y limitarlo en el tiempo: “Estoy muy enfadada, necesito unos minutos para calmarme y después hablamos”.
  • Retomar el diálogo siempre, para que el vínculo no sufra. Esto no implica mantener largas conversaciones donde el niño fácilmente puede desconectar. Permitir hablar, ser escuchado y posteriormente poder argumentar desde la protección y el límite sin fisuras.
  • Cuidar el tono relacional: a veces, el acto de ignorar proviene del lenguaje no verbal (mirada, gesto, postura). Se debe tener en cuenta para evitar dolor innecesario y para reforzar el modelo de conducta que queremos ofrecer a los pequeños.
  • Separar conducta de persona: recordar que el menor no es malo o un desastre o torpe; en todo caso será aquello que ha hecho lo que no está bien.
  • Prever y anticipar consecuencias con los menores: avisarles y explicarles qué ocurrirá si se transgrede una norma, los ayuda a autorregularse pero también sirve a los adultos para no tener que improvisar castigos o silencios impulsivos.
  • Distribuir el cuidado y la gestión de las dificultades: otro adulto puede contener cuando el principal está desbordado.
Y en caso necesario, buscar apoyo externo y soporte profesional.

No podemos obviar que cuando el silencio daña, es violencia emocional. Negar la palabra, la mirada o el acompañamiento emocional no es una técnica educativa, es una forma de violencia psicológica que provoca angustia, confusión y vulnera derechos fundamentales. Como adultos, nuestra responsabilidad incluye proteger, acompañar y asegurarnos de que nuestros hijos y alumnos puedan equivocarse sin perder su espacio emocional, ni sentir la pérdida del vínculo sin entender por qué.

lunes, 21 de julio de 2025

"EL MURO". Un cuento de Jean Paul Sartre

«El muro» (Le mur), cuento de Jean-Paul Sartre publicado en 1939, relata la historia de tres prisioneros durante la Guerra Civil Española. Pablo Ibbieta, Tom Steinbock y Juan Mirbal están encarcelados por el régimen franquista y se enfrentan a una ejecución inminente. A lo largo de una tensa noche, los personajes luchan contra la realidad de su situación y exploran sus pensamientos, miedos y reflexiones sobre la vida y la muerte. Sartre utiliza esta premisa para examinar temas existencialistas como la libertad, la responsabilidad y el absurdo de la condición humana. La narrativa cruda y directa sumerge al lector en la atmósfera opresiva de la celda mientras los protagonistas se enfrentan a sus últimas horas y cuestionan el significado de sus vidas ante la certeza de la muerte. (lecturia.org)

Nos arrojaron en una gran sala blanca y mis ojos parpadearon porque la luz les hacía mal. Luego vi una mesa y cuatro tipos detrás de ella, algunos civiles, que miraban papeles. Habían amontonado a los otros prisioneros en el fondo y nos fue necesario atravesar toda la habitación para reunimos con ellos. Había muchos a quienes yo conocía y otros que debían ser extranjeros. Los dos que estaban delante de mí eran rubios con cabezas redondas; se parecían; franceses, pensé. El más bajo se subía todo el tiempo el pantalón: estaba nervioso.

Esto duró cerca de tres horas; yo estaba embrutecido y tenía la cabeza vacía; pero la pieza estaba bien caldeada, lo que me parecía muy agradable: hacía veinticuatro horas que no dejábamos de tiritar. Los guardianes llevaban los prisioneros uno después de otro delante de la mesa. Los cuatro tipos les preguntaban entonces el nombre y la profesión. La mayoría de las veces no iban más lejos, o bien, a veces les hacían una pregunta suelta: “¿Tomaste parte en el sabotaje de las municiones?”, o bien: “¿Dónde estabas y qué hacías el 9 por la mañana?”. No escuchaban la respuesta o por lo menos parecían no escucharla: se callaban un momento mirando fijamente hacia adelante y luego se ponían a escribir. Preguntaron a Tom si era verdad que servía en la Brigada Internacional: Tom no podía decir lo contrario debido a los papeles que le habían encontrado en la ropa. A Juan no le preguntaron nada, pero, en cuanto dijo su nombre, escribieron largo tiempo.

—Es mi hermano José el que es anarquista —dijo Juan—. Ustedes saben que no está aquí. Yo no soy de ningún partido, no he hecho nunca política.

No contestaron nada. Juan dijo todavía:

—No he hecho nada. No quiero pagar por los otros.

Sus labios temblaban. Un guardián le hizo callar y se lo llevó. Era mi turno:

—¿Usted se llama Pablo Ibbieta?

Dije que sí.

El tipo miró sus papeles y me dijo:

—¿Dónde está Ramón Gris?
—No lo sé.
—Usted lo ocultó en su casa desde el 6 al 19.
—No.

Escribieron un momento y los guardianes me hicieron salir. En el corredor Tom y Juan esperaban entre dos guardianes. Nos pusimos en marcha. Tom preguntó a uno de los guardianes:

—¿Y ahora?
—¿Qué? —dijo el guardián.
—¿Esto es un interrogatorio o un juicio?
—Era el juicio, dijo el guardián.
—Bueno. ¿Qué van a hacer con nosotros?

El guardián respondió secamente:

—Se les comunicará la sentencia en la celda.

En realidad lo que nos servía de celda era uno de los sótanos del hospital. Se sentía terriblemente el frío debido a las corrientes de aire. Toda la noche habíamos tiritado y durante el día no lo habíamos pasado mejor. Los cinco días precedentes había estado en un calabozo del arzobispado, una especie de subterráneo que debía datar de la Edad Media: como había muchos prisioneros y poco lugar se les metía en cualquier parte. No eché de menos mi calabozo: allí no había sufrido frío, pero estaba solo; lo que a la larga es irritante. En el sótano tenía compañía. Juan casi no hablaba: tenía miedo y luego era demasiado joven para tener algo que decir. Pero Tom era buen conversador y sabía muy bien el español. En el subterráneo había un banco y cuatro jergones. Cuando nos devolvieron, nos reunimos y esperamos en silencio. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 20 de julio de 2025

"TIEMPO". Un poema de Dulce María Loinaz

1

El beso que no te di
se me ha vuelto estrella dentro…
¡Quién lo pudiera tornar
-y en tu boca… -otra vez beso!

2

Quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno:
Partir, llegar, pasar siempre
y ser siempre el río fresco…

3

Es tarde para la rosa.
Es pronto para el invierno.
Mi hora no está en el reloj…
¡Me quedé fuera del tiempo!…

4

Tarde, pronto, ayer perdido…
mañana inlogrado, incierto
hoy… ¡Medidas que no pueden
fijar, sujetar un beso!…

5

Un kilómetro de luz,
un gramo de pensamiento…
(De noche el reloj que late
es el corazón del tiempo…)

6

Voy a medirme el amor
con una cinta de acero:
Una punta en la montaña
La otra… ¡clávala en el viento!

sábado, 19 de julio de 2025

"LA POESÍA NO VENDE MOTOS". Juan José Millás, El Correo de Andalucía 8 JUL 2025

A veces me pregunto por qué la poesía no tiene la capacidad de penetración de la prosa. Si la poseyera, el mundo sería mejor. No se sabe de ningún código penal que se haya escrito con intenciones de carácter lírico. ¿Por qué? Quizá porque la lírica busca la absolución más que el castigo, aunque pocas personas se castiguen tanto como los poetas. De hecho, son dados (y dadas) a las migrañas. Silvia Plath habla en uno de sus versos de un “huracán de migrañas”. Piénsenlo bien, “huracán de migrañas”. Si una sola te puede amargar el día, cómo será recibirlas en forma de tormenta. Reparen, sobre todo, en el ojo del huracán, que en las migrañas suele ser tu propio ojo.

La poesía tiene esa capacidad de atravesarte. Dice Darío Jaramillo en otro verso: “Son las dos de la tarde / y el sol hierve transparente a 30 grados”. ¡Qué sencillez!, ¿no? Son dos versos tan simples, tan descriptivos, que podrían pasar por pura prosa. Pero uno los lee en el metro y tiene que levantar la vista del libro porque ha sabido de repente lo que significa que sean las dos de la tarde y que el sol hierva a 30 grados. Lo había experimentado desde la infancia, pero había ignorado su sentido hasta el momento de leerlo. A ningún juez se le ocurriría firmar una sentencia con esta precisión: “En Madrid, a 7 de julio de 2024. Son las dos de la tarde y el sol hierve a 30 grados”. Si alguno se atreviera a hacerlo, lo sacaríamos a hombros, incluso el condenado se prestaría a participar del homenaje.

¡Ah, la poesía! Dice Louise Glück: “Mi alma / hecha añicos por el esfuerzo / de intentar ser parte de la tierra…”.

“Mi alma hecha añicos por intentar ser parte de la tierra…”. Jamás le he escuchado algo semejante a un ecologista. La ecología no penetra porque está hecha en prosa.

Me pregunto con qué palabras dictaría una sentencia de muerte un juez poeta. Y me contesto que o dejaría de ser poeta o dejaría de ser juez. La judicatura es compatible con casi todo, menos con la lírica. Puedes ser juez y albañil, juez y mecánico, juez y atleta, incluso juez y parte, pero no puedes ser juez y bardo al mismo tiempo como no se puede ser a la vez mosca y araña.

¿Por qué (vuelvo al principio) la poesía tiene menos capacidad de penetración que la prosa? ¿Por qué no es habitual redactar en octosílabos un contrato de compraventa de una moto, o en alejandrinos un certificado de defunción? Porque la poesía es peligrosa. No vende motos y tiene el poder de resucitar a los muertos.

viernes, 18 de julio de 2025

"DENTRO DE UNA ESMERALDA". Un cuento de José Emilio Pacheco

Remota herencia y tradición familiar, allí estaba con sus aristas y sus planos. Opaca, dormida o traslúcida, viva al ponerla a contraluz para que revelase sus abismos, sus mares yespesuras de piedra. Un día, pasados muchos años de no verla, la reencontré al buscar unos papeles en los arcones del desván. Yo estaba solo, mi mujer y mis hijos habían salido. Acaricié la esmeralda, la puse como siempre a contraluz. Vi en su interior la miniatura perfecta de una mujer desnuda que alzaba los brazos para suplicarme que la liberase de su prisión.

Imposible reducir mi tamaño, descender a su encuentro, escalar los muros y los farallonesde roca verde. Sólo podía romper, hendir la esmeralda para rescatar a quien desesperadamente lo suplicaba. Quizá el diamante de mi anillo podía cortar la gema. Al precio de arruinar el engarce, lo desmonté con unas pinzas. Presa de un frenesí cercano a la demencia, hice muchos intentos de penetrar en el abismo de esa piedra. Cuando lo conseguí al fin, la punta agudísima del diamante cortó en dos el cuerpo de la mujer.

El tajo fue perfecto. No hubo sangre. Se escuchó el lamento más doloroso que se ha oído jamás. Entre llantos y gritos traté en vano de unir las dos mitades frágiles de la muchacha. Regresó mi familia. Al encontrarme en medio de las joyas destruidas, advirtió en mí el estallido de la locura por tanto tiempo enjaulada como dentro de una esmeralda. Al día siguiente me encerraron en esta celda verde traslúcida. Y permaneceré entre sus paredes de piedra hasta que un día alguien venga librarme con un tajo que divida en dos mitades mi cuerpo.

jueves, 17 de julio de 2025

"CANCIÓN DE LA PROSITUTA". Un poema de Beltort Brech

1
Señores míos, con diecisiete años
llegué al mercado del amor
y mucho he aprendido.
Malo hubo mucho,
pero ése era el juego.
Aunque hubo Cosas que sí me molestaron
(al fin y al cabo también yo soy persona).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

2
Claro que con los años una va
más ligera al mercado del amor
y los abraza por rebaños.
Pero los sentimientos
se vuelven sorprendentemente fríos
si se escatiman tanto
(al fin y al cabo no hay provisión que no se acabe).
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

3
Y aunque aprendas bien el trato
en la feria del amor,
transformar el placer en calderilla
nunca resulta fácil.
Pero, bien, se consigue.
Aunque también envejeces mientras tanto
(al fin y al cabo no siempre se tienen diecisiete.)
Gracias a Dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿Dónde están las lágrimas de anoche?
¿Dónde la nieve del año pasado?

miércoles, 16 de julio de 2025

"LECTURA PROFUNDA EN TIEMPOS DE 'SCROLL': CÓMO VOLVERA LEER CON INTENCIÓN. Nélida Dávila Espuela. Universidad Europea Theconversation.com 26 junio 2025

Vivimos rodeados de estímulos. Nuestros móviles vibran constantemente, las plataformas compiten por nuestra atención y leer un texto completo parece, para muchos jóvenes (y no tan jóvenes), una proeza.

Como profesora universitaria, observo con frecuencia que muchos estudiantes no comprenden bien lo que se les pide, no por incapacidad, sino porque no leen con atención las instrucciones. A menudo pasan por alto aspectos clave de un enunciado, ignoran condiciones explícitas o entregan tareas incompletas.

Este patrón no es anecdótico: se repite en todas las asignaturas de diferentes cursos y parece formar parte de una tendencia generacional. Un ejemplo reciente: hace unas semanas proyecté en clase el famoso vídeo del gorila invisible, un experimento clásico de la psicología. Aunque en los estudios originales solo alrededor del 42 % de los participantes detecta al gorila, en mi clase lo vieron el 90 %.




A simple vista, esto podría interpretarse como una mejora en la capacidad de atención dividida. Sin embargo, la observación cualitativa sugiere lo contrario: la mayoría no había escuchado bien las instrucciones iniciales (“cuenta la cantidad de pases que el equipo de camisa blanca se hace entre sí. Debes permanecer atento y tener en cuenta tanto los pases aéreos, como los pases que se dan por rebote”).

Solo los alumnos que habitualmente prestan atención en clase, y que no vieron al gorila, habían seguido el objetivo de la tarea. Una vez más, el problema no es solo de atención sostenida, sino de atención inicial y consciente.

Lectura superficial y dispersión cognitiva

Numerosos estudios coinciden en señalar una pérdida de capacidad de concentración lectora en la Generación Z, especialmente en entornos académicos. Los expertos observan que los estudiantes actuales “leen velozmente, pero no con eficacia”. La lectura profunda se ve obstaculizada por la multitarea, la fatiga informativa y la preferencia por contenidos breves, visuales y multimodales (texto, vídeo, música).

Pero no solo ellos. Todos estamos hoy expuestos a un ecosistema de información fragmentada, donde prevalece la inmediatez sobre la reflexión. Un informe interno de Microsoft Canadá de 2015 comprobó que la capacidad de atención sostenida había bajado 4 segundos (de 12 a 8). Otro estudio posterior del New York Times con expertos del Laboratorio de Interacciones entre Humanos y Máquinas de la Universidad Carnegie Mellon comprobó que las personas a las que se interrumpe a menudo dan un 20 % más de respuestas incorrectas. CONTINUAR LEYENDO

lunes, 14 de julio de 2025

"TARDE DE AGOSTO". Un cuento de José Emilio Pacheco

«Tarde de agosto», cuento de José Emilio Pacheco, narra la historia de un adolescente de catorce años que vive solo con su madre y pasa los días entre lecturas de guerra y la televisión. Una tarde el joven se ve obligado a acompañar a su prima y a su novio en un paseo en coche. Durante el viaje, el muchacho experimenta emociones intensas de celos y aislamiento, que culminan en un revelador incidente en un bosque, que lo afecta profundamente.

Nunca vas a olvidar esa tarde de agosto. Tenías catorce años, ibas a terminar la secundaria. No recordabas a tu padre, muerto al poco tiempo de que nacieras. Tu madre trabajaba en una agencia de viajes. Todos los días, de lunes a viernes, te despertaba a las seis y media. Quedaba atrás un sueño de combates a la orilla del mar, ataques a los bastiones de la selva, desembarcos en tierras enemigas. Y entrabas en el día en que era necesario vivir, crecer, abandonar la infancia. Por la noche miraban la televisión sin hablarse. Luego te encerrabas a leer las novelas de una serie española, la Colección Bazooka, relatos de la Segunda Guerra Mundial que idealizaban las batallas y te permitían entrar en el mundo heroico que te gustaría haber vivido.

El trabajo de tu madre te obligaba a comer en casa de su hermano. Era hosco, no te manifestaba ningún afecto y cada mes exigía el pago puntual de tus alimentos. Pero todo lo compensaba la presencia de Julia, tu inalcanzable prima hermana. Julia estudiaba ciencias químicas, era la única que te daba un lugar en el mundo, no por amor, como creíste entonces, sino por la compasión que despertaba el intruso, el huérfano, el sin derecho a nada.

Julia te ayudaba en las tareas, te dejaba escuchar sus discos, esa música que hoy no puedes oír sin recordarla. Una noche te llevó al cine, después te presentó a su novio, el primero que pudo visitarla en su casa. Desde entonces odiaste a Pedro. Compañero de Julia en la universidad, se vestía bien, hablaba de igual a igual con tu familia. Le tenías miedo, estabas seguro de que a solas con Julia se burlaba de ti y de tus novelitas de guerra que llevabas a todas partes. Le molestaba que le dieras lástima a tu prima, te consideraba un testigo, un estorbo, desde luego nunca un rival.

Julia cumplió veinte años esa tarde de agosto. Al terminar el almuerzo, Pedro le preguntó si quería pasear en su coche por los alrededores de la ciudad. Ve con ellos, ordenó tu tío. Sumido en el asiento posterior te deslumbró la luz del sol y te calcinaron los celos. Julia reclinaba la cabeza en el hombro de Pedro, Pedro conducía con una mano para abrazar a Julia, una canción de entonces trepidaba en la radio, caía la tarde en la ciudad de piedra y polvo. Viste perderse en la ventanilla las últimas casas y los cuarteles y los cementerios. Después (Julia besaba a Pedro, tú no existías hundido en el asiento posterior) el bosque, la montaña, los pinos desgarrados por la luz llegaron a tus ojos como si los cubrieran para impedir el llanto. CONTINUAR LEYENDO

domingo, 13 de julio de 2025

"RIMA XXX: ASOMABA A SUS OJOS UNA LÁGRIMA". Un poema de Gustavo Adolfo Bécquer


Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ¿Por qué no lloré yo?

viernes, 11 de julio de 2025

"LA IMPERFECTA CASADA". Un cuento de Leopoldo Alas "Clarín"

Mariquita Varela, casta esposa de Fernando Osorio, notaba que de algún tiempo a aquella parte se iba haciendo una sabia sin haber puesto en ello empeño, ni pensado en sacarle jugo de ninguna especie a la sabiduría. Era el caso, que, desde que los chicos mayores, Fernandito y Mariano, se habían hecho unos hombrecitos y se acostaban solos y pasaban gran parte del día en el colegio, a ella le sobraba mucho tiempo, después de cumplir todos sus deberes, para aburrirse de lo lindo; y por no estarse mamo sobre mano, pensando mal del marido ausente, sólo ocupada en acusarle y perdonarle, todo en la pura fantasía, había dado en el prurito de leer, cosa en ella tan nueva, que al principio le hacía gracia por lo rara.

Leía cualquier cosa. Primero la emprendió con la librería del oficioso esposo, que era médico; pero pronto se cansó del espanto, de los horrores que consiente el padecer humano, y mucho más de los escándalos técnicos, muchos de ellos pintados a lo vivo en grandes láminas de que la biblioteca de Osorio era rico museo.

Tomó por otro lado, y leyó literatura, moral, filosofía, y vino a comprender, como en resumen, que del mucho leer se sacaba una vaga tristeza entre voluptuosa y resignada; pero algo que era menos horroroso que la contemplación de los dolores humanos, materiales, de los libros de médicos.

Llegó a encontrar repetidas muestra de literatura cristiana, edificante; y allí se detuvo con ahínco y empezó a tomar en serio la lectura, porque comenzó a ver en ella algo útil y que servía para su estado; para su estado de mujer que fue hermosa, alegre, obsequiada, amada, feliz, y que empieza a ver en lontananza la vejez desgraciada, las arrugas, las canas y la melancólica muerte del sexo en su eficacia. Lejos todavía estaba ese horror, pero mal síntoma era ir pensando tanto en aquello. Pues sus lecturas morales, religiosas, la ayudaban no poco a conformarse. Pero le sucedió lo que siempre sucede en tales casos: que fue más dichosa mientras fue neófita y conservó la vanidad pueril de creerse buena, nada más que porque tenía buenos pensamientos, excelentes propósitos, y porque prefería aquellas lecturas y meditaciones honradas; y fue menos dichosa cuando empezó a vislumbrar en qué consistía la perfección sin engaños, sin vanidades, sin confianza loca en el propio mérito. Entonces, al ver tan lejos (¡oh, mucho más lejos que la vejez con sus miserias!), tan lejos la virtud verdadera, el mérito real sin ilusión, se sintió el alma llena de amargura, en una soledad de hielo, sin mí, sin vos y sin Dios, como decía Lope, sin mí, es decir, sin ella misma, porque no se apreciaba, se desconocía, desconfiaba de su vanidad, de su egoísmo; sin vos, es decir, sin su marido, porque ¡ay! El amor, el amor de amores, había volado tiempo hacía; y sin Dios, porque Dios está sólo donde está la virtud, y la virtud real, positiva, no estaba en ella. Valor se necesitaba para seguir sondando aquel abismo de su alma, en que al cabo de tanto esfuerzo de humildad, de perdón de las injurias, de amor a la cruz del matrimonio, que llevaba ella sola, se encontraba que todo era presunción, romanticismo disfrazado de piedad, histerismo, sugestión de sus soledades, paliativos para conllevar la usencia del esposo, distraído allá en el mundo... El mérito real, la virtud cierta, estaba lejos, mucho más lejos. CONTINUAR LEYENDO


jueves, 10 de julio de 2025

"TE ESTOY LLAMANDO". Un poema d Idea Vilariño


Amor 
desde la sombra
desde el dolor
amor
te estoy llamando
desde el pozo asfixiante del recuerdo
sin nada que me sirva ni te espere.

Te estoy llamando
amor
como al destino
como al sueño
a la paz
te estoy llamando
con la voz
con el cuerpo
con la vida
con todo lo que tengo
y que no tengo
con desesperación
con sed
con llanto
como si fueras aire
y yo me ahogara
como si fueras luz
y me muriera.

Desde una noche ciega
desde olvido
desde horas cerradas
en lo solo
sin lágrimas ni amor
te estoy llamando
como a la muerte
amor
como a la muerte.

miércoles, 9 de julio de 2025

"CUÉNTAME NOVELAS". Antonio Muñoz Molina, El País 05 JUL 2025

FRAN PULIDO
Imaginar lo nunca imaginado es tarea de narradores y de reformadores sociales

Aquel pariente mío, que había hecho fortuna en la vida, me pedía que le aconsejara libros para que leyeran sus hijas, a punto ya de salir de la infancia: “Pero que sean libros con fundamento, no novelas ni cosas así”. Mi tío había alcanzado su posición sin necesidad de leer ningún libro, pero aún así tenía ideas muy firmes sobre los que no les convenía leer a sus hijas, y no ya por la antigua sospecha de la inmoralidad de las novelas, en particular para las mujeres, sino por un recelo particular contra la ficción. ¿Para qué sirve leer historias inventadas sobre gente que no existe? Ahora me acuerdo de mi pobre tío porque voy leyendo aquí y allá informes y análisis sobre la creciente indiferencia, y hasta el abierto rechazo, de los hombres hacia las novelas, en particular varones jóvenes o en la primera madurez. Lo que ahora detectan con tanta agudeza los expertos lo ha sabido siempre cualquier escritor que dedica libros a una fila de lectores, da una conferencia o acepta la invitación de un club de lectura. Estadísticamente, el lector es lectora, igual que el enfermero es enfermera. Hay excelentes lectores varones, lo mismo que hay enfermeros magníficos, pero desde que hacia mediados del siglo XVIII se generalizó la lectura de novelas ya se observó que su público mayoritario estaba entre las mujeres, lo cual fue visto muchas veces como una prueba de la baja consistencia intelectual de esa forma de literatura. Algunas mujeres, sobre todo en Inglaterra y en Francia, pudieron hacerse una carrera literaria porque, según Virginia Woolf, era la más barata de todas las profesiones. Hasta una señorita viviendo en la decorosa pobreza de Jane Austen podía permitirse los pocos materiales que incluso en nuestra época necesarios para escribir: tinta, papel, pluma, algo de indolencia.

Hay otro ingrediente imprescindible, aunque gratuito: la curiosidad hacia la vida de los otros, y la facultad de la imaginación que permite observar la propia vida desde dentro y desde fuera, y de contar las experiencias de otros como si uno mismo las hubiera vivido, estuviera viviéndolas. Esa facultad del novelista tiene su equivalente exacto en la que permite al lector vivir imaginariamente las vidas de los personajes de ficción; no a ciegas, desde luego, ni confundiéndolos con personas reales, sino por ese sofisticado mecanismo que el poeta Coleridge llamó la suspensión temporal o condicional de la incredulidad. Yo sé que ni el príncipe Andréi Bolkonsky ni Frédéric Moreau existieron nunca: pero cuando Bolkonsky, gravemente herido en la batalla de Austerlitz, mira bocarriba al cielo muy azul y siente la melancolía de morir tan joven, o cuando Frédéric Moreau se despide del amor de su vida, Madame Arnoux, y la ve alejarse con andar lento y pelo blanco, en esos dos momentos de Guerra y paz y La educación sentimental me sube desde la garganta una congoja que no puedo ni quiero dominar y que me humedece los ojos. La literatura, la música, el arte, dice Marcel Proust, son la única forma que tenemos de saber cómo es el alma de los otros, selladas para nosotros detrás de los signos siempre inciertos de las palabras y los gestos.

Cada uno vive confinado en su propia vida, en un ámbito escaso de personas y lugares, en el tiempo breve que se le ha concedido en este mundo. Yo no creo que las novelas nos consuelen de la mediocridad de lo real, ni que permitan disfrutar emociones más intensas o verdaderas de las que ofrece la vida; y desde luego hay novelas malas, y novelas detestables, y novelas que en algunos casos pueden tener un efecto dañino, en momentos o edades de mucha fragilidad. Pero estoy convencido de que el hábito de leerlas, y de educarse crítica y fervorosamente en el ejercicio de la lectura, nos puede iluminar sobre nosotros mismos y sobre los otros, no sin olvidar su cualidad de entretenimiento saludable y barato, pues, como escribió Isaac Bashevis Singer, “en literatura, una verdad aburrida no es una verdad”. Este mundo de ahora, que parece regalarnos perspectivas ilimitadas sobre todas las cosas, nos encierra en el caparazón de lo semejante y lo tribal: tu identidad sexual, tu catecismo ideológico, tu generación con su mayúscula clasificatoria. Una buena novela te educa en los matices infinitos de lo particular y lo irreductible, y en la fraternidad profunda que puede unirlo a uno con quien parecería más ajeno, personas de otra época y otro sexo, de otra clase y de otro idioma, en las que de golpe te reconoces con una identificación que rara vez encuentras en tus contemporáneos, en los miembros del grupo en el que te ves incluido, por voluntad propia, o por conformidad, o a la fuerza.

Hay historiadores que hablan de un tiempo, que comienza aproximadamente con la Ilustración, en el que sucedió una “ampliación del círculo moral”. Casualidad o no, es también el comienzo de la edad de oro de la novela. Personas o grupos a los que se les había negado la plena humanidad, o designado como inferiores, empezaban a ser reconocidas como iguales. Exploradores y comerciantes sometían a pueblos originarios en nombre de la superioridad del hombre blanco, pero había ilustrados, como Diderot y tantos otros, muchas mujeres entre ellos, que desde el principio condenaron la explotación y la violencia colonial, denunciaron la esclavitud, imaginaron que esas personas de otro color de piel y otras maneras de vivir merecían ser incluidas en un círculo moral en el que hasta entonces solo gozaban derecho de admisión los varones blancos de un cierto poder económico. Jean Jacques Rousseau, novelista igual que filósofo, defendió la igualdad de los hombres, y Mary Wollstonecraft les recordó a los roussonianos de la Revolución Francesa que la declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano solo sería de verdad universal si incluía a las mujeres. Fue su hija, Mary Shelley, tan bravía como ella, quien retrató en Frankenstein la humanidad trágica del mayor excluido del círculo moral, la criatura monstruosa de la que ha renegado con espanto hasta su mismo creador. La lucha política contra la esclavitud ganó todavía más fuerza cuando a los argumentos teóricos se sumaron los relatos veraces de esclavos fugitivos que al contar en primera persona su servidumbre y su rebeldía y coraje forzaban a la imaginación de los lectores a ponerse en el lugar de los perseguidos, y a reconocerse como en un espejo inquietante en las figuras de quienes habían sido clasificados como inferiores. La ciencia, escandalosamente, solo se liberó del todo de las fantasías racistas tras el terrible escarmiento del nazismo: fue la mejor literatura la que despertó a los lectores a la evidencia de la igualdad de los seres humanos, y a la singularidad de cada uno de ellos.

Nosotros hemos asistido con nuestros propios ojos al ensanchamiento del círculo moral, en las leyes y en la vida cotidiana, en nuestras mismas familias, donde lo hasta hace no muchos años inimaginable ahora es común, las opciones vitales y sexuales de cada uno, los antiguos tabús tan extinguidos que ya ni se recuerdan. Imaginar lo nunca imaginado es tarea de novelistas y de reformadores sociales. Y precisamente porque nosotros sí recordamos la fealdad estética y moral de un pasado de prejuicios nos espanta más estar viendo cómo él círculo moral ahora vuelve a estrecharse, en las fronteras tajantes entre los nuestros y los otros, las fronteras mentales que las novelas ayudaron a derribar y las fronteras físicas que vuelven a levantarse, con toda la virulencia del oscurantismo político y de la tecnología. En Gaza, en Ucrania, en El Salvador, en las minas infernales del Congo, en Afganistán, en las jaulas rodeadas de caimanes de Florida, a las personas se las atormenta y se las elimina mejor si no se sabe o no se quiere imaginar que son seres humanos.

martes, 8 de julio de 2025

"VIAJE ALREDEDOR DEL PORVENIR". Un cuento de César Vallejo

A eso de las dos de la mañana despertó el administrador en un sobresalto. Tocó el botón de la luz y alumbró. Al consultar su reloj de bolsillo, se dio cuenta de que era todavía muy temprano para levantarse. Apagó y trató de dormirse de nuevo. Hasta las tres y media podía dar un buen sueño. Su mujer parecía estar sumida en un sueño profundo. El administrador ignoraba que ella le había sentido y que, en ese momento, estaba también despierta. Sin embargo, los dos permanecían en silencio, el uno junto al otro, en medio de la completa oscuridad del dormitorio.

Pero pasados unos minutos, no le volvía el sueño al administrador, y su mujer, sin saber por qué, tampoco podía ya dormir, siguiendo con el oído los movimientos que, de cuando en cuando, hacía su marido en la cama y hasta el ritmo de su respiración y el parpadeo de sus ojos. Hacía dos años que eran casados. Una hijita de tres meses dormía en su cuna, en la habitación contigua, a cargo de una nodriza. El administrador casó con Eva, no porque la quisiera, sino por conveniencia, pues esta tenía un lejano parentesco con don Julio, patrón de la hacienda. El administrador hizo, en efecto, un buen negocio: apenas se casaron, el patrón lo había ascendido de simple mayordomo de campo, con 60 soles de sueldo y una simple ración de carne y arroz, a administrador general de la hacienda, con 150 soles mensuales y tres raciones diarias. De otro lado, aun cuando el parentesco en cuestión no contaba mucho a los ojos del patrón —hombre duro, vanidoso y avaro— con el matrimonio cambió en parte el tratamiento que le daba a su exmayordomo de campo. Tenía para él una sonrisa, por lo menos, a la semana. Solía también a veces dar a sus instrucciones, delante de los obreros y los otros empleados, repentinas entonaciones de deferencia. Una vez al mes, les estaba acordado al administrador y a su mujer, ir de visita a la casa-hacienda y comer en la mesa de los parientes pobres del patrón. Por último, el 28 de julio de cada año, día de la fiesta nacional, recibía el cajero orden de dar al administrador un sueldo gratis. Mas la dádiva mayor no había sido todavía recibida, aunque ya estaba prometida.

El día en que nació la hija del administrador, la mujer del patrón le dijo a su marido, a la hora de cenar:

—¿Sabes una cosa?

El patrón, cuyo despotismo y frialdad no exceptuaba ni a su mujer, movió negativamente la cabeza.

—Eva ha dado a luz esta mañana —añadió la patrona— y la criatura es mujercita.

—¡Zonza! —argumentó el patrón en tono de burla—. No sabe hacé hico. ¿Po qué no hacé uno muchacho hombre? CONTINUAR LEYENDO

lunes, 7 de julio de 2025

"AUTORRETRATO". Un poema de la poeta mexicana Rosario Castellanos

Yo soy una señora: tratamiento
arduo de conseguir, en mi caso, y más útil
para alternar con los demás que un título
extendido a mi nombre en cualquier academia.

Así, pues, luzco mi trofeo y repito:
yo soy una señora. Gorda o flaca
según las posiciones de los astros,
los ciclos glandulares
y otros fenómenos que no comprendo.

Rubia, si elijo una peluca rubia.
O morena, según la alternativa.
(En realidad, mi pelo encanece, encanece.)

Soy más o menos fea. Eso depende mucho
de la mano que aplica el maquillaje.

Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo
—aunque no tanto como dice Weininger
que cambia la apariencia del genio—. Soy mediocre.
Lo cual, por una parte, me exime de enemigos
y, por la otra, me da la devoción
de algún admirador y la amistad
de esos hombres que hablan por teléfono
y envían largas cartas de felicitación.
Que beben lentamente whisky sobre las rocas
y charlan de política y de literatura.

Amigas... hmmm... a veces, raras veces
y en muy pequeñas dosis.
En general, rehúyo los espejos.
Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
y que hago el ridículo
cuando pretendo coquetear con alguien.

Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo.

Escribo. Este poema. Y otros. Y otros.
Hablo desde una cátedra.

Colaboro en revistas de mi especialidad
y un día a la semana publico en un periódico.

Vivo enfrente del Bosque. Pero casi
nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca
atravieso la calle que me separa de él
y paseo y respiro y acaricio
la corteza rugosa de los árboles.

Sé que es obligatorio escuchar música
pero la eludo con frecuencia. Sé
que es bueno ver pintura
pero no voy jamás a las exposiciones
ni al estreno teatral ni al cine-club.

Prefiero estar aquí, como ahora, leyendo
y, si apago la luz, pensando un rato
en musarañas y otros menesteres.

Sufro más bien por hábito, por herencia, por no
diferenciarme más de mis congéneres
que por causas concretas.

Sería feliz si yo supiera cómo.
Es decir, si me hubieran enseñado los gestos,
los parlamentos, las decoraciones.

En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto
es en mí un mecanismo descompuesto
y no lloro en la cámara mortuoria
ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe.

Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo
el último recibo del impuesto predial.

 

sábado, 5 de julio de 2025

"CÓMO REFORZAR EL APRENDIZAJE DE LA LECTURA EN CASA Y EN EL AULA". Cristina de la Peña Álvarez, Universidad Internacional de La Rioja. Theconversation.com

C – A – S – A: convertir estos tres signos distintos en una palabra, una idea y un significado es lo que conseguimos cuando aprendemos a leer. Pero no es una habilidad natural de nuestro cerebro.

Para lograr un desarrollo lector y escritor adecuado es fundamental que las estructuras y conexiones cerebrales sobre las que se asienta sean robustas. La construcción de los cimientos empieza años antes del aprendizaje explícito en la escuela: prácticamente desde que nacemos, cuando escuchamos las primeras palabras y comienzan nuestras interacciones sociales.

Unos cimientos sólidos

Estos son ejercicios sencillos pero eficaces para, desde los dos años, mejorar la concentración, la discriminación de sonidos y palabras y la memoria visual y auditiva, todas ellas habilidades esenciales para la comprensión y la expresión verbal:

  • Repetir ritmos con palmadas. Facilita la planificación, la discriminación de sonidos, la atención auditiva y la secuenciación.
  • Cantar canciones. Beneficia la discriminación auditiva, la memoria de trabajo verbal, la memoria a corto y largo plazo auditiva y la articulación de fonemas.
  • Asignar un signo a un objeto o imagen e ir incorporando nuevos sin dejar de repetir los anteriores. Por ejemplo, Alicia levanta las manos; Cristina nombra a Alicia y levanta las manos y da una palmada; Celia nombra a Alicia y levanta las manos, nombra a Cristina y da una palmada y se agacha… Este ejercicio facilita el desarrollo de la atención auditiva y visual, la discriminación de palabras y sonidos, la planificación, la flexibilidad cognitiva, la memoria visual y auditiva y la orientación visoespacial.
  • Bailar y ante una indicación permanecer quietos. Favorece la inhibición, la autorregulación, la atención auditiva, la memoria de trabajo verbal, la coordinación general y específica del cuerpo y el esquema corporal.
  • Contar números hacia atrás de tres en tres: mejora la memoria de trabajo verbal, la planificación, la atención y el conocimiento de los números. A partir de 4-5 años, se podría iniciar desde el número diez y, con la edad, ir aumentando progresivamente el número inicial de partida.
  • Jugar al tangram, un rompecabezas con varias piezas de formas diferentes con las que se pueden formar figuras. Por ejemplo, crear un perro con seis piezas de distintas formas. Este juego entrena la orientación visual y espacial, creatividad, resolución de problemas, atención visual, autorregulación y reconocimiento de formas geométricas. CONTINUAR LEYENDO

 

miércoles, 2 de julio de 2025

"YO SÍ LAS CREO". Seis mujeres señalan a un catedrático de la Universitat de Barcelona (Ramón Flecha) por pedirles masajes y sexo mientras era su jefe. Ana Requena Aguilar, elDiario.es 2 de julio de 2025

Los testimonios de hasta nueve personas muestran que este tipo de comportamientos tuvo lugar al menos entre el 2000 y la actualidad. Se trata de un catedrático emérito de la Universitat de Barcelona, el tercer autor más citado en el campo de la Sociología en España y conferenciante habitual sobre violencia de género y acoso sexual

“Yo era becaria de su grupo de investigación, él se me tiró encima y solo recuerdo que acabamos en su habitación”. “Entiendes que o pasas por esto o abandonas tu carrera en la academia”. “Él insistía en que nadie podía saberlo”. “Yo sentía claramente que yo no quería, que eso no estaba bien, pero también quería creerme que no pasaba nada. En esos encuentros yo no era un sujeto, era un objeto, llegué a pensar que la única forma de sobrevivir en la academia era seguir enrollándome con él”. “Controlaba con quién podías quedar y si podías enrollarte con él o no”. “A veces, en su casa, pedía masajes, llegó un momento en que se quitó los pantalones y en un par de ocasiones, también los calzoncillos”.

Son frases extraídas de los testimonios de seis mujeres que señalan que el catedrático de la Universitat de Barcelona (UB) Ramón Flecha –el tercer autor más citado en el campo de la Sociología en España, según Dialnet– las coaccionó para mantener sexo con ellas y les pedía masajes mientras él mantenía una relación de superioridad jerárquica sobre ellas: él era el líder del grupo de investigación CREA del que ellas formaban parte y, en ocasiones, su director de tesis o parte del tribunal que juzgaría su trabajo de investigación para convertirse en doctoras.

elDiario.es, junto a RTVE Noticias, Ràdio 4-RNE e Infolibre, ha recopilado y contrastado el testimonio de seis mujeres que relatan este tipo de comportamientos por parte de Ramón Flecha a lo largo de más de dos décadas, entre el año 2000 y la actualidad. Otras tres personas confirman que existieron este tipo de conductas, así como el testimonio de una mujer incluido en un expediente interno de la UB de 2004. Todas las mujeres han preferido aparecer en este reportaje con pseudónimos por temor a represalias y para priorizar el relato colectivo.

Los relatos de las seis mujeres son coincidentes. Casi todas conocieron a Ramón Flecha durante la carrera, cuando él fue su profesor en la Universitat de Barcelona, y empezaron a colaborar con CREA; y todas relatan un comportamiento envolvente que termina en sexo y/o masajes: el catedrático las introduce en su equipo cuando son muy jóvenes, les ofrece participación en investigaciones y proyectos, e inicia una relación personal -a solas y con otros miembros del grupo- por la que obtiene información íntima de ellas, que después utiliza.

“Siempre que hacías algo mal en el trabajo, eso era culpa de tus relaciones pasadas”, resume una de ellas. “Él lo llevaba todo a lo sexual”, añade otra. Una tercera afectada concluye: “Te dice que tener relaciones con él es lo que te va a redimir y hacer que tengas una vida mejor”. Todas las personas entrevistadas coinciden también en que el catedrático utiliza las publicaciones científicas sobre violencia de género en las que aparece su firma como parapeto ante cualquier crítica o acusación.

Ramón Flecha (Bilbao, 1952) es catedrático emérito de Sociología de la Universitat de Barcelona (UB). Especializado en educación, es conocido por su proyecto Comunidades de Aprendizaje, basadas en su teoría del aprendizaje dialógico. Fue en 1991 cuando creó lo que hoy se conoce como CREA -Community of Research on Excellence for All-, un equipo de investigación ligado a la UB. elDiario.es ha recabado la versión de la universidad, que asegura que el equipo no pertenece a la UB desde 2020. No obstante, su directora, Marta Soler, utiliza un correo de la UB, la propia web de CREA está alojada en el dominio de esta universidad y usa como mails de contacto los pertenecientes a este centro académico. En su web, actualizada el 30 de septiembre de 2024, CREA se autodefine como “un proyecto de investigación de la Universidad de Barcelona, financiado con fondos europeos”.

Desde 2013, Flecha ha participado también en conferencias y publicaciones sobre violencia de género, como “Las nuevas masculinidades alternativas y la superación de la violencia de género” o “Acoso sexual de segundo orden: violencia contra los silenciadores que apoyan a las víctimas”. Él mismo asegura en su perfil de redes sociales ser el “Científico nº 1 (ranking mundial) en Gender Violence”.

En 2016, la Universitat remitió a la Fiscalía tres denuncias que acusaban a CREA de funcionar como una secta y de practicar un alto grado de “manipulación psicológica”. Tiempo después, la Fiscalía archivó el caso porque no había, decía, elementos suficientes para considerar que los hechos pudieran calificarse como delito, pues las personas tenían la libertad de entrar y salir de CREA.

Esa no era la primera vez que la universidad recibía denuncias internas sobre Flecha y el CREA. Ya en 2004, y tras varias quejas, la Universitat abrió un expediente interno, al que ha tenido acceso elDiario.es. El instructor de ese informe recomendó abrir una investigación rigurosa y tomar medidas preventivas de manera inmediata. En ese expediente aparecía el testimonio de una mujer que relataba haber sido alumna de Flecha y mantener sexo con él mientras el catedrático tenía la capacidad de decidir sobre becas y proyectos. La UB afirma que “por personas que trabajaban entonces en el centro” sí se hizo seguimiento de ese expediente y sus recomendaciones, pero que, debido al tiempo discurrido, “trazar el detalle exhaustivo de las actuaciones realizadas en aquél momento no es nada sencillo”. En 2006 Ramón Flecha dejó la dirección de CREA, aunque todos los testimonios y pruebas recabadas muestran que nunca dejó de ser la persona que lideraba el equipo.

En el último año, al menos 24 personas han abandonado CREA. Varias de ellas han buscado asesoramiento legal ante el temor de que su salida supusiera algún tipo de represalia. En una carta fechada el 17 de junio y dirigida al rector de la Universitat de Barcelona, Joan Guàrdiá Olmos, la representación legal de un grupo de 14 exmiembros de CREA advierte de “la gravedad de las situaciones vividas” por sus representadas “durante su pertenencia a la red CREA”, solicita información sobre cómo dio continuidad la universidad a las recomendaciones hechas en 2004, entre otros asuntos, y pide un canal seguro para abordar la situación que garantice “la seguridad” de las mujeres.

En la misiva, las abogadas cuentan que algunas de sus clientas “relatan haber mantenido relaciones sexuales con el Sr. Ramón Flecha en un contexto de clara desigualdad jerárquica —en calidad de alumnas, becarias, doctorandas o subordinadas— y bajo un patrón reiterado de conducta que encaja con una lógica de coerción sexual, abuso de poder, acoso sexual, violencia psicológica y explotación laboral”. La UB asegura que sus servicios jurídicos han respondido a esa carta y que no existen más denuncias que las de 2004 y 2016.

A preguntas de los cuatro medios de comunicación que participan en esta investigación, Ramón Flecha ha negado todos los hechos y asegura que existe una campaña para difamarlo debido a su apoyo a las víctimas de violencia de género y su lucha contra el acoso sexual en la universidad. Flecha asegura que “nunca” ha mantenido este tipo de relaciones ni pedido masajes a subordinadas o alumnas. Preguntado sobre si ha podido incurrir en este tipo de conductas con mujeres cuyos contratos no dependieran directamente de CREA, pero sí estuvieran vinculadas académicamente al grupo, el catedrático se negó a especificar más: “Hacerme preguntas sobre sexo es acoso sexual”. No obstante, Flecha subraya que es “líder mundial” en investigación sobre violencia de género y “pionero” en denunciar el acoso sexual en las universidades y que por eso mismo es “víctima de la violencia de género aisladora”.

Las historias

Mónica es una de las mujeres que relata este tipo de comportamientos por parte de Flecha. En su caso, la relación con el catedrático comenzó cuando, después de haber tenido varios encuentros con ella y otras personas, le ofreció un contrato como ayudante de investigación en CREA. Cuando tenía 23 años, y mientras mantenía una relación laboral con CREA, Ramón Flecha la invitó a cenar: “Recuerdo que me hizo preguntas personales, sobre mi pareja, mi familia, yo le conté muchas historias íntimas que demostraban de alguna manera mi vulnerabilidad. Yo confié en él. Ahí ya va ganándote porque ya has compartido ese tipo de cosas”. A partir de ahí, recuerda, la exposición a “situaciones sexualizadas” fue creciendo, como leves roces en brazos o manos, sorpresivamente y de manera unilateral, preguntas frecuentes sobre su pareja y juicios sobre su relación sentimental.

Mónica hizo su tesis vinculada a un proyecto de CREA y su relación profesional con Flecha se estrechó. Finalmente, durante un viaje de trabajo, la mujer asegura que Ramón Flecha aprovechó un silencio durante una conversación para abrazarla “muy fuertemente”. “Me muestra que está teniendo una erección. Me quedé en shock. No lo procesé, no fue un abrazo mutuo ni consentido. Yo no me moví. Él era mi jefe, mi beca dependía de él, yo trabajaba full time para él”, relata. Mónica cree que tener pareja en ese momento la protegió para que la situación no llegara a más. Sin embargo, la ruptura con su novio marca un punto de inflexión: “Me machacaban por haber estado con este chico, me culpan, me dicen que esta relación casi destruye el CREA. Y en esa situación de vulnerabilidad Ramón aprovecha para tener relaciones conmigo”. Las relaciones se extendieron durante unos meses, pero Flecha también involucró a Mónica en los masajes, recuerda, durante varios años más

Tal y como relatan otras personas involucradas en CREA durante años, era frecuente que parte de la actividad del grupo tuviera lugar en casa de Ramón Flecha, desde trabajo de investigación hasta tertulias, comidas o cineforums. Así empezaron los encuentros íntimos: “Él te decía de repente ‘vamos a hablar’ y te llevaba a la habitación. Casi siempre había más gente, pero también a veces sola... Muchas veces nos decía que estaba hecho polvo, que le ayudáramos, que tenía tensión ahí o allá… era un asco, lo envolvía todo de que era algo para cuidarle porque él cuidaba a todo el mundo y nadie cuidaba de él, se quejaba. Una vez, él estaba estirado en la cama, y una de mis personas de confianza estaba sentada con él. Él me cogió de la cabeza y se acarició la tripa con mi pelo, fue horrible”. Mónica recuerda que era frecuente que Flecha se quitara la camisa y que en ocasiones también se quitó los pantalones para tenderse en la cama y recibir los masajes. “Muchas veces me sentía simplemente exhausta, llegaba a pensar que sí, que había que cuidarlo. Yo aún no tenía ni 30 años, estaba contratada en algunos de sus proyectos de CREA, él era mi jefe”, subraya,

La presión se intensificó, asegura la mujer, quien recuerda peticiones de su jefe para que fuera a su casa: “En cualquier momento te decía ‘ven’ o ‘ven a casa y prepárate’. Era una orden, no sabías bien a qué ibas. Podía avisarte por teléfono, decirte ‘¿dónde estás?’ o ‘¿estás libre esta noche? Pues ven’. O te decía que te avisaba luego y tú tenías que estar pendiente. Era una orden, nos tenía a su disposición”. Una vez que sucedían los encuentros sexuales, Mónica recibía por parte de él comentarios sobre su mejora física o su belleza: “Creías que estabas mejorando pero ni siquiera sabías en qué. La idea era que tenías que comportarte bien para que confiaran en ti y te mandaran a un sitio u otro, porque si salía una convocatoria de beca o de plaza todos preguntábamos a quién le tocaba presentarse, y era él quien decidía. Si decidías por libre te machacaban, eras individualista, trepa...”.

Otro de los detalles que recuerda Mónica, y que coincide con el relato de otras mujeres, es que Ramón Flecha le pidió que no hablara con nadie sobre sus encuentros sexuales y que, después, le escribiera correos electrónicos “contándole lo bien que había estado” y lo que significaba para ella acostarse con él.

Este tipo de comportamientos se alternaba con lo que esta mujer describe como “machaque”. “Te decía que era mejor que él decidiera todo porque él era el que mejor decidía y lo que tú hicieras podía estar mal. Decía que no le valorábamos porque él era una nueva masculinidad alternativa, y que nosotras estábamos sometidas a nuestra socialización y que hacían falta 500 años para que las mujeres cambiáramos esa socialización y empezáramos a valorar a los hombres como él en lugar de a los chulos. De repente, te decía que lo estabas destrozando todo. Empezó a difamarme y a inventarse cosas sobre mí. Yo me estaba volviendo loca, ya pedía perdón por cosas que no había hecho”, describe.

Defender a CREA

“Mi relato público siempre ha sido defender a CREA”, dice Alejandra, otras de las mujeres que vivió este tipo de comportamientos. Como otras, esta mujer ha defendido durante años la imagen de CREA y de Ramón Flecha y creyó que las acusaciones y rumores se debían a un ataque académico hacia él y hacia su grupo de investigación: “Lo importante es que al final muchas hemos visto al mismo tiempo lo que realmente estaba sucediendo, las unas gracias a las otras”.

Mientras estudió Sociología en la Universitat de Barcelona, Alejandra acudía un día a la semana a CREA para colaborar con labores de investigación. “Ahí coincidimos sin más. Un día sí nos tomamos un café y me contó un asunto personal muy importante, yo no entendí por qué me lo estaba contando a mí”. La mujer se involucró más en la actividad de CREA, acudiendo con frecuencia a una reunión periódica en la que quienes participaban contaban sus experiencias sexuales y sus primeras relaciones afectivas, “porque decía que era la clave para entender nuestra vida sentimental”. Al acabar la carrera y empezar el máster, Alejandra comenzó a tener más relación con Flecha. “Él me empieza a apoyar y empezamos a tener una relación más estrecha, empiezo a ir a su casa, antes no había ido. Te cuenta cosas personales para que tú le cuentes, hablamos mucho sobre mi vida y pareja, se rompía la barrera entre lo profesional y lo personal. En ese momento, el CREA me empieza a potenciar. Yo siempre tuve un contrato externo a CREA, pero te hace entender que todo lo que tienes es gracias a ellos. En esos años, él era mi director de tesis, y sabes que en los tribunales hay gente de CREA”, explica.

Fue en esos encuentros en casa de Flecha donde, prosigue, comenzó a ver “que le pedía a mujeres que le dieran masajes”. “Cuando ibas a su casa no sabías si era a ver la tele, a escribir un artículo… Yo lo veía como cuidar a un señor mayor, que estaba muy cansado, él iba de víctima”, apunta. Fue así como, en 2016, Flecha comenzó a pedirle masajes, una conducta que duró entre 2016 y 2019: “Como lo había visto antes, cuando me lo pidió a mí me pareció natural. A veces había otra gente en el piso, y en ese momento yo los veía como mi familia, pasábamos todo el día juntos. Otras veces estaba sola con él. Algunos me los pidió en el salón, otras en su habitación, con otra chica o solo yo con él…. Hubo varios en la espalda, llegó un momento en que se quitaba los pantalones para que se los diéramos en las piernas. Al menos en un par de ocasiones se quedó desnudo”. Alejandra recuerda que las peticiones de masajes empezaron justo después de que ella le confesara un episodio de abusos que había sufrido: “Decía que era para que superara las imágenes que yo tenía en mi cabeza, mi trauma”.

Alejandra describe la dinámica de premios y castigos que Ramón Flecha desplegaba con las mujeres: “No había un contexto para decir que no, no podíamos negarnos a lo que pedía, se enfadaba y te castigaba. Veías que lo había hecho con otra gente, apartarla de repente, o si se molestaba, estaba días sin invitarte a ir a nada, te rechazaba cosas, decidía no enviarte a una charla que pedía una universidad”. Ella nunca compartió con nadie lo que sucedía con los masajes y ni siquiera, afirma, se atrevían a hablarlo entre las mujeres que participaban.

A preguntas de elDiario.es, la actual directora de CREA (en el cargo desde 2006), Marta Soler, ha insistido en los mismos argumentos que Ramón Flecha y asegura que los testimonios responden a una campaña de difamación por su apoyo a las víctimas de violencia de género. Al mismo tiempo, y preguntada por si CREA ha tenido en algún momento conocimiento sobre los hechos relatados por estas mujeres, Soler responde: “Esta pregunta transmite otra falsedad que reproduce el peor machismo coercitivo y retrógrado que desarrolla actitudes paternalistas hacia mujeres mayores de edad que ejercen su libertad. Se trata de un discurso muy propio de contextos antidemocráticos con los que se infantiliza a las mujeres como si no tuviéramos capacidad de escoger con criterio nuestras relaciones personales o de amistad o incluso de gestionar nuestras vidas”.

En ningún caso Soler habla de abrir algún tipo de investigación interna para indagar sobre los comportamientos señalados por estas seis mujeres ni por las que suscriben la misiva a la UB. elDiario.es ha decidido publicar de manera íntegra la respuesta de Soler al final de este artículo.
Ocultar los encuentros

“2017 y 2018 fueron los peores años, llegué a tener pensamientos suicidas”, admite Sofía, que conoció a Ramón Flecha una década antes, cuando tenía un trabajo de unas pocas horas en un proyecto de CREA. Fue en 2011 cuando comienzan lo que ella describe como “acercamientos personales”. La primera quedada fue en la cafetería de un hotel, algo que le extrañó. En esas citas. la mujer relata conversaciones íntimas sobre sus vidas en las que él pedía detalles. Fue cuando ella le compartió un problema de salud que sufría, cuando Flecha le aseguró que se debía a su historia sentimental. “A partir de ahí empezó toda su teoría de que todos mis problemas derivaban de mis rollos sexuales. Según él, yo me iba a curar a través del diálogo con él, porque él despreciaba el tratamiento médico”, cuenta.

El primer masaje ocurrió en 2014: “Después de una cena con él y otra compañera, ella nos dejó con el coche en casa de Ramón, allí de repente se quitó la camiseta y me pidió un masaje. Entré en shock. Ese capítulo lo había querido dejar en el rincón de mi memoria. El miedo que tuve ese día, y la sensación de ”esto no está bien“, ”esto no lo quiero“... ”. La tensión era tan alta, recuerda, que el propio catedrático le dijo que parara.

Tiempo después hubo otro punto de inflexión, cuando Ramón Flecha la invitó a un viaje a Bilbao del que pidió que no contara nada a nadie: “Él me dice explícitamente que nadie se puede enterar de ese viaje, porque puede generar envidias. Era un viaje importante para él y una semana antes me dijo que yo no parecía lo suficientemente motivada. Yo estaba asustada, no quería nada con él”. En ese viaje, Sofía asegura que Flecha intentó besarla, pero ella lo esquivó. “Tenía ganas de vomitar. Sentí, ¿cómo me escapo de esto? Esto es claramente una emboscada. Era muy difícil”. La mujer recuerda que el catedrático aprovechó para criticar a su novio, con el que había roto, y para atacarla a ella por defenderlo y por haber estado con él.

“Volví a Barcelona con mucha angustia y mucha culpa y se lo digo a Ramón”, prosigue. A partir de ahí, empieza un año “en el que no para de reventarme”: “No paró de picar piedra, de decirme que yo tenía un problema de deseo ancla, que yo había hecho de puta gratis… Yo era la peor persona que pisaba el mundo. Durante esos meses, yo me convencí a mí misma de que me tenía que morder la lengua, y hablar menos. Él le contó a la gente que yo estaba en un proceso de resocialización”. Finalmente, una vez pasó ese año, Ramón Flecha la besó y ella cedió, “puse el piloto automático, pensé que era un acto que me iba a liberar de todo esto”. Al mismo tiempo, señala, el catedrático insistía mucho en la importancia de tener oportunidades en la academia.

Desde ese momento, Sofía habla de lo que ve ahora como un patrón: “Quedábamos para lo que fuera y luego él decidía qué pasaba. Él podía decirme lo que quisiera, yo tenía que callarme porque estaba en un ‘proceso de reforma’. No te puedes atrever a hacer ninguna sugerencia ni nada, porque él nos dice que es el mejor tío del mundo y nos criticaba nuestra doble moral. Pensé que tenía que elegir: entre seguir en la academia y aguantar o irme, y la única forma de sobrevivir en la academia era enrollarme con él, así que lo hice y me disocié. Yo estaba hecha mierda por todo lo que había pasado. Sentía claramente que yo no quería, que no estaba bien, pero una parte de mí quería creerse que no pasaba nada, que nadie se enteraría nunca. Él estaba en una posición en la que podía tomar decisiones sobre mi carrera, yo me quería morir”. Él, asegura, insistía en que nadie debía saber lo que sucedía entre ellos.

Como con otras mujeres, después de esos encuentros él le hacía escribirle correos y mensajes “para decirle que todo estaba bien, para que le contara lo bonito que había sido el sexo, que le reportaras tu nivel de transformación y satisfacción… todo eran conversaciones sobre la bondad y la belleza de esos encuentros”. De la misma manera, cuando le hacía saber que se había equivocado en algo, ella tenía que escribirle una disculpa. “Tú ya sabías lo que tenías que escribir. Le obsesionaba mucho que le pudieran pillar”, piensa ahora esta mujer sobre aquellas instrucciones.

Su último encuentro fue en 2019: “Estuvo horas reventándome con cosas que yo había hecho mal y de repente todo está maravilloso y hay que ir a dormir juntos. Él elige siempre, no tienes margen, yo en esos encuentros no era un sujeto, era un objeto”. Sofía empezó a inventarse que tenía la regla o migrañas para evitar esos momentos a solas.

Tutorías en su casa

Raquel, que fue alumna de doctorado con Ramón Flecha a principios de los 2000, relata una dinámica similar. Encuentros con más gente en los que él reproduce la idea de que a las mujeres les gustan “los cabrones” porque tienen un problema de socialización, en los que se anima a las personas a compartir detalles íntimos sobre sus vidas y a analizar sus relaciones.

Tres semanas después de dejar la relación con su pareja, Ramón Flecha le propone hacer un viaje a Bilbao. “Estamos con otra compañera, que se va a dormir, nos quedamos en el sofá, empieza a acercarse, a acariciarme, yo estoy muy incómoda y me dice que miremos por la ventana a ver no sé qué. Cuando volvemos al sofá ya me da un beso, no pasó nada más”, recuerda. En el viaje de vuelta a Barcelona, en coche, Raquel, a petición de Flecha, tuvo que “repasar todas y cada una de las relaciones que yo había tenido y él me reinterpreta mis historias, me decía quién me había tratado bien y quién mal”. Desde entonces, esa información sirvió, “de manera insistente” para relacionar cada error de ella con esas historias. “También me contó detalles de mujeres de CREA que eran profesoras con las que tenía relaciones y me preguntaba que dónde me situaba yo. Y me decía que la transformación social y personal van de la mano”.

En 2002, a la salida de un seminario, una profesora de CREA se dirigió a ella: “Me dijo que me veía muy bien y que yo ya estaba preparada. Entendía que se refería a tener sexo con él. Estaba nerviosísima, lo consulto con una de esas personas cercanas a él y me dice que tengo que entregarme. En ese momento yo colaboraba con CREA y, no recuerdo ni cómo, empezaron las relaciones en casa de él”. Raquel le contó uno de sus encuentros a una amiga y eso llegó a oídos de Flecha: “Me echó una bronca tremenda, que no podía decírselo a nadie, solo a una persona que era de su confianza”.

Desde entonces, la mayoría de veces que ella pedía tutoría para su tesis, las reuniones tuvieron lugar en casa de Ramón Flecha, “y a veces acababa en sexo”. Él fue el presidente de su tribunal de tesis. En ese mismo periodo y durante algunos meses, Raquel tuvo una beca en el grupo en el que Flecha era el investigador principal. Esas relaciones duraron tiempo, hasta que ella logró tomar distancia del grupo, aunque seguía ocupándose de otras tareas personales. Raquel también participó de los masajes durante años, casi siempre con otras chicas y con Flecha, apunta, desnudo de cintura para arriba, “puntualmente sin pantalón”

“A mí Ramón me ha machacado personalmente, también delante de otras personas. Me ha dicho que destrozo los momentos bonitos, que siempre voy a fastidiar. Si te rebelas, te amenaza con que te vas porque no apoyas a las víctimas de violencia de género”, asevera.

Control

Los testimonios de Sonia y María tienen también muchos puntos en común. En el caso de Sonia, Ramón Flecha fue su codirector de tesis a comienzos de los 2000.. Ella había entrado a trabajar en CREA en el 2000. “Hablamos mucho sobre relaciones, empiezo a pensar que yo elijo mal y que por eso me va mal, él lo contrapone a su modelo de relaciones abiertas, podías contarle todo, no se escandalizaba de nada. Él iba de que era el hombre más feminista del mundo”, relata. Pronto comenzaron las conductas de control, por ejemplo era él quien tenía que darle permiso a ella si quería entablar alguna relación con un chico.

“Ni me planteaba no seguir esas normas, tenía miedo al machaque, a que me hundieran. Me echaban broncas porque decían que era muy competitiva por los hombres y que quería quitarle el chico a las demás. Tenías que pedir perdón, reconocer que te habías equivocado, obedecer. Siempre que hacías algo mal en el trabajo, eso era culpa de tus relaciones pasadas”, cuenta.

Sonía empezó a tener sexo con Ramón Flecha. “Cuando empezamos a tener relaciones, él dirigía los proyectos en los que yo participaba y mi tesis”, asegura. La mujer recuerda que en ese momento se sentía fascinada por la atención que le daba el profesor. También que existía una dinámica de “premios y castigos”: “Si después de una bronca de trabajo, quedabas con él y te enrollabas con él, eso significaba que lo que había pasado estaba perdonado. Si le decías que no a algunas cosas, entonces podía haber una connotación patologizante o te decía algo como que yo era una conservadora y que por eso no se podían hacer cosas conmigo”. Negarse a hacer un trío le costó a Sonia sufrir ese tipo de “consecuencias”. En ese momento, Flecha era su director de tesis.

En el caso de María, conoció a Flecha cuando él fue su profesor de Sociología de la Educación en segundo de carrera en la UB. “Hablábamos en los pasillos o al final de clase. Un día llegué muy preocupada por un tema personal, me hizo acercarme y me preguntó qué me pasaba y se lo conté. Me dijo: ‘eso es porque tiene problemas sexuales’. Me quedé muy descolocada, él era un señor importante”, rememora. Al final de una de esas clases le ofreció un contrato en CREA, y así fue, como becaria.

Durante las vacaciones de esa beca, Flecha la llamó para invitarla a tomar algo con unos amigos. “Hablamos de cosas personales, me recomendó un libro y me dijo que si subía a su casa me lo dejaba. Una vez allí me dijo que tenía una sala con discos, fuimos, se sentó en su sofá y me sentó encima, yo estaba muy incómoda, solo pensaba ‘¿este hombre qué está haciendo?’ Ante un comentario físico que me hizo, me levanté, entonces él se me tiró encima y solo recuerdo que acabamos en su habitación. Tuve que dormir allí, no dormí nada. En ningun caso mi voluntad era tener sexo con él”, relata. Días después, Flecha le pidió que le enviara un correo contándole qué había sentido en el encuentro “y que tuviera presente que él era la primera persona que me había dicho que me quería mientras me hacía el amor”. Su beca se reanudó poco después.

Durante años, María asumió responsabilidades y proyectos en CREA y fue testigo de las dinámicas del catedrático. “Escoge chicas para ser sus preferidas y para ser su mano derecha. Ha explicado relaciones con compañeras de CREA delante de gente ajena o de mucha gente que no tenía nada que ver. Da detalles de sus relaciones con nombre y apellidos de las chicas y dice cosas como ‘esa chica es de las que no follan’ o ‘¿no la ves más guapa? Es porque ha estado conmigo’. Esas chicas de las que hablaba eran becarias o doctorandas y él igual era su director de tesis o iba a estar en su tribunal de tesis”, explica. María también cuenta “el machaque” al que la sometía con comentarios sobre su físico o su manera de vestir, o las referencias constantes a sus relaciones cuando consideraba que ella había cometido algún error: “Esto es porque te gustan los guarros” o “porque quieres machacar a los chicos majos”.

María cuenta que las peticiones de Ramón Flecha eran prácticamente imposiciones, también en lo académico, cuando les exigía, por ejemplo, que hablaran bien de él a los rectores, que solicitaran que le hicieran doctor honoris causa y que si nadie lo hacía era “porque él estaba del lado de las víctimas de violencia de género”. “Entiendes que o pasas por esto o abandonas tu carrera, dejas la universidad por las represalias y consecuencias que íbamos a sufrir”, resume.

Respuesta de la directora de CREA, Marta Soler, a las preguntas de elDiario.es

“Contesto a todas sus preguntas después de dejar constancia por escrito a todos los efectos la aclaración de quién diseña la campaña en la que ustedes están colaborando activamente y en qué momento se produce y por qué se produce intensivamente en cada uno de los tres momentos que ha habido en el 2004-2006, en el 2016 y ahora en el 2025.

Quien diseña las campañas es un abusador de menores, desde que el CREA apoyó a una de sus víctimas que fue forzada sexualmente por él cuando era menor. En el 2004 encontró la complicidad de varias personas de CREA a quienes una becaria de CREA acusaba de malos tratos. En el 2016 encontró una gran complicidad ya que el CREA había denunciado al catedrático más acosador de las universidades españolas y se sintieron atacados muchos acosadores y sus cómplices. No por casualidad, como el tiempo y las denuncias han demostrado, quienes fueron más activos y activas en los medios fueron quienes tenían más complicidad activa o pasiva de lo que pasaba dentro de ellos.

En esta tercera ocasión el motivo es la defensa del CREA de cualquier persona becaria por reciente y desconocida que sea frente a comportamientos no adecuados de cualquier otra persona, por conocida que sea. Para asegurar institucionalmente su defensa, y a partir de la petición pública de una de ellas el 15 de diciembre del 2023 hasta el 17 de enero del 2025 se ha estado elaborando por parte de la Comisión de Igualdad Violencia 0 un comunicado con comportamientos de abusos de poder que no se admiten en CREA. Ha habido personas que durante ese proceso se han opuesto a ese pronunciamiento y se han ido de CREA. Son ellas las que presentan las denuncias falsas que el abusador de menores quiere que presenten. Saben que, igual que en el 2006 y 2016 se archivarán, pero el abuso de poder mediático que ustedes están preparando, les sirve para poder seguir diciendo toda la vida “se les denunció por”. Esta violencia de género aisladora es la que deja aislada a las víctimas de violencia de género y de abuso de poder. Van a tener ustedes el mérito de dar la razón a quien les dice: “no les apoyes que te van a machacar”.

Por supuesto nos reservamos el derecho de hacer público a nivel internacional esta comunicación que les hacemos a tiempo de que no cometan ese error. También me reservo el derecho de publicar cada una de las palabras con las que contesto a sus preguntas“.

¿Tiene CREA conocimiento de que Ramón Flecha ha mantenido tutorías en su casa con alumnas?

Tengo conocimiento de que eso no lo ha hecho nunca nadie de CREA. También tengo conocimiento de que esa práctica es demasiado habitual. Cuando yo llegué a la universidad fue CREA quien primero lo denunció en las universidades españolas y en nuestra propia universidad al catedrático más reincidente de España.

¿En algún momento CREA ha conocido que Flecha coaccionaba a mujeres que colaboraban con el grupo para hacerle masajes y mantener sexo?, ¿y que estas mujeres asumían a veces labores como prepararle la maleta, encargarse de compra y tareas como fregar o plancharle las camisas?

Esta pregunta transmite otra falsedad que reproduce el peor machismo coercitivo y retrógrado que desarrolla actitudes paternalistas hacia mujeres mayores de edad que ejercen su libertad. Se trata de un discurso muy propio de contextos antidemocráticos con los que se infantiliza a las mujeres como si no tuviéramos capacidad de escoger con criterio nuestras relaciones personales o de amistad o incluso de gestionar nuestras vidas. Es el mismo discurso coercitivo dominante que se encuentra en los centenares de posts que el abusador de menores que ataca a CREA desde el 2004 realiza bajo perfiles anónimos. Realmente quienes les han dicho estas cosas plagian tan bien al abusador de menores que cualquier lector que conozca ambas cosas pensará que se han hecho en estrecha comunicación con él.

¿Cómo es posible que existan testimonios de este tipo de comportamientos durante décadas y nadie en CREA tuviera conocimiento o tomara medidas?

Aunque lleve interrogantes al principio y al final esto que dice usted es una acusación gravísima, ya que está afirmando que había esos comportamientos. Me reservo el derecho de publicar esta entrevista en su integridad con sus preguntas y las respuestas.

Las mujeres aseguran que sentían que corrían un riesgo, en términos personales y laborales, si se desvinculaban del grupo o se negaban a participar en determinadas dinámicas internas o si dan testimonio sobre lo vivido. ¿Qué responden a esto?

Esta acusación que insinúa represalias por desvincularse del grupo es totalmente falsa como demuestran muchas pruebas por escrito de que la realidad es justo la contraria. Lástima que las denuncias se archiven y nunca nos den la oportunidad de presentar las pruebas de las mentiras que dicen cada una de ellas. Claro que usted ya sabe que el objetivo no es ese, sino que usted pueda disfrazar de libertad de expresión la violencia de género aisladora hacia quien apoyamos a las víctimas.

Nos parece que por razones que algún día saldrán a la luz ustedes han elaborado un reportaje queriendo creerse sus mentiras sin contrastarlas, que recurren a nosotras a última hora para cumplir el expediente. Van a hacer un mal infinito, no solo a quienes defendemos a las víctimas y a nuestros hijas e hijos, sino a todas las víctimas de violencia de género y abuso de poder de toda España.

Saludos,

Marta Soler

Doctora por Harvard y Catedrática de la Universitat de Barcelona

Directora de CREA

PD: Como ve, he respondido a todas sus preguntas. Espero que usted también responda a las mías cuando hagamos una investigación científica internacional sobre el impacto que su “periodismo” ha tenido en el aumento de sufrimiento de las víctimas y en el aumento de la violencia de género.