"Existe esa práctica de leer un cuento antes de dormir. Fíjate lo que son los símbolos, al niño lo que le importa no es la receta en sí, sino el sentido del rito. Ese “Había una vez, en un país muy lejano…”, ese separar la vida real de la ficción, armar un hilo simbólico en el que el niño se mira y mira la cara del padre y está teniendo una conversación profunda sobre la vida en ese rito. Pero además se está preparando para dormir, para ir al mundo de los sueños que es tan aterrador. Allí vuelve a aparecer esa estructura, ese caparazón que guía y ordena. La lectura y el afecto que circula, la vida que circula, esa conversación de vida que es leer un cuento. Si me dijeras recetas yo diría que hay que leer para los hijos, leer con los hijos y tener fe en el lenguaje como una envoltura que va más allá de lo fáctico."
"Leer de viva voz, sí. El acto solitario de leer en la adultez implica reconectarse con esa voz que fue en algún momento el libro, porque el libro, antes de ser el libro, fue la voz de alguien. Lo que hace la lectura es poner en la voz humana todas las emociones. Al principio de todo, la literatura es voz y a mí me encanta decir que los bebés leen con las orejas, como los poetas. A los bebés no les importa qué dicen las palabras sino cómo lo dicen, como lo envuelven, cómo cantan. Tiene que ver con el corazón, con los ritmos de la vida. Eso es lo que hechiza al bebé. La voz es la primera impronta simbólica en un bebé y es portadora de afecto. La voz, la oralidad viene de muy atrás."
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